La princesa Leonor atraviesa uno de los momentos más exigentes de su formación. Está en la Academia General del Aire de San Javier, donde afronta el reto final antes de recibir su tercera condecoración. El objetivo es estar lista para ser reina. Pero el camino no está resultando sencillo.
Su día a día es una mezcla de disciplina, presión y dudas. Desde septiembre se enfrenta a un terreno desconocido: el pilotaje de aviones. Nunca lo había hecho antes. Además, arrastra un miedo a las alturas que la condiciona. Por ahora solo se entrena en simuladores, pero más pronto que tarde tendrá que subirse a una aeronave real. Y ahí se verá si está preparada.

Leonor ha empezado a tener privilegios en San Javier
A estas dificultades se suma un problema adicional: su estado físico. Leonor no alcanza el nivel de exigencia que se espera de un cadete de tercer año. No supera pruebas, pierde el ritmo en las marchas y se queda atrás en entrenamientos. Oficialmente las notas son de excelencia. Extraoficialmente, se reconoce que esas calificaciones no son reales. Se le permiten excepciones que al resto nunca se conceden.
Lo curioso es que la princesa parece no preocuparse demasiado. Sabe que, ocurra lo que ocurra, recibirá el reconocimiento necesario para culminar su preparación. Y en lugar de dedicar su tiempo libre a entrenar, lo utiliza para salir de fiesta. Lo hacía en Zaragoza, lo repitió en Pontevedra y ahora vuelve a hacerlo en San Javier.
Los locales de ocio nocturno de la zona ya la conocen. Entra siempre con un grupo reforzado de cuatro escoltas, el doble de lo habitual. La misión es clara: que ninguna imagen comprometedora llegue a filtrarse. La Casa Real no quiere repetir lo ocurrido meses atrás, cuando fotos de Leonor bebiendo circularon en redes y generaron polémica.

La princesa Leonor no pasa desapercibida en San Javier
El ambiente en estos lugares cambia radicalmente cuando aparece. Testigos aseguran que coincidir con ella en una discoteca es un auténtico problema. La vigilancia es extrema. Cualquier movimiento extraño con un móvil provoca la reacción inmediata de los escoltas. Si alguien intenta grabar o hacer una foto, se le aparta sin contemplaciones.
Los episodios más comentados ocurren en los baños de los locales. Allí, jóvenes sorprendidos con el teléfono en la mano han sido retenidos por la seguridad. Los escoltas revisan bolso y móvil, uno por uno. Piden explicaciones y advierten con severidad. No importa que se trate de un simple mensaje de WhatsApp: el protocolo es férreo.