La vida en los palacios siempre ha estado rodeada de secretos, pero el actual soberano británico parece superar todos los límites con sus caprichos. El rey Carlos III ha dejado al descubierto un ritual tan peculiar como estricto: un Martini servido de una manera única y en una copa que él mismo transporta a cualquier lugar del mundo. Nada ni nadie puede alterar esta rutina nocturna que se ha convertido en símbolo de su carácter obsesivo.

Aunque muchos ven a los monarcas como figuras de carácter inmutable, la realidad es que, detrás de la Corona, se esconden manías y costumbres que sorprenden a cualquiera. El rey de Inglaterra no solo exige su Martini perfecto cada noche, sino que ha convertido esta bebida en una especie de amuleto, un detalle que refleja su forma de vida marcada por la disciplina, la excentricidad y, sobre todo, la necesidad de control absoluto.

El ritual del Martini que no se negocia en Buckingham

La bebida favorita del soberano no es un simple trago para relajarse. Al contrario, forma parte de un protocolo personal que, según fuentes cercanas, no admite modificaciones. El Martini debe servirse a la temperatura exacta, con la cantidad precisa de ginebra y vermut seco, decorado de manera específica y, sobre todo, en la copa personal del monarca, que viaja con él incluso en visitas oficiales.

Este hábito lo reveló el conde Tibor Kalnoky, amigo íntimo del soberano británico, quien confesó que Carlos se mantiene fiel a su Martini desde hace décadas. El detalle salió a la luz en el documental The Real Windsors: The Outspoken Heir, donde se aseguró que “le gusta un Martini antes de cenar, eso es seguro”. Dicen que, si el trago no cumple con sus expectativas, los berrinches del rey Carlos III pueden alterar hasta la calma del palacio.

Las excentricidades que acompañan al rey fuera de la mesa

Pero la bebida nocturna no es el único capricho del soberano. La lista de exigencias que acompañan a Carlos III en su vida diaria parece interminable. Se sabe que el rey no viaja sin su propio asiento de inodoro, pide un tipo específico de papel higiénico –el Kleenex Velvet– y requiere que el agua de la bañera tenga una medida exacta de 18 centímetros y una temperatura de 20 grados. Nada queda al azar.

Incluso su rutina de higiene es minuciosamente supervisada: desde el cepillo de dientes con exactamente 2,5 centímetros de pasta dental, hasta el pijama planchado cada mañana para poder dormir con comodidad. A ello se suma otra de sus manías más llamativas: dormir con las ventanas abiertas incluso en pleno invierno, desafiando cualquier recomendación médica sobre las bajas temperaturas.

El monarca tampoco da tregua en lo que respecta a la comida. Cada desayuno debe incluir huevos cocidos durante exactamente siete minutos, acompañados de dos ciruelas, aunque solo consuma una. En cuanto a bebidas, además del Martini, Carlos III también se declara amante del gin-tonic, aunque, según la prensa británica, puede ser “extremadamente exigente” en la forma en que este se prepara. Los expertos aseguran que estas manías no son simples caprichos, sino el reflejo de una personalidad marcada por la disciplina aristocrática y los años de espera para ocupar el trono. A ojos de muchos, estos rituales lo hacen parecer excéntrico, pero también dejan ver a un hombre que, pese a su poder, necesita pequeñas rutinas para sentirse seguro.