La máscara más brillante y más heroica, y que más huerfanos nos ha hecho sentir en este primer cuarto de siglo, ha sido la de la prensa. Recuerdo cuándo El País se presentaba como el "Diario independiente de la mañana". En la Universidad, los académicos hablaban de la objetividad del periodista como quién afirma que la tierra es redonda. Los profesores explicaban la tesis de Gaziel sobre el diario espejo, elaborada en los años treinta desde la dirección La Vanguardia, con un cierto dogmatismo rancio. El muro de Berlín ya había caído, pero Josep Pla todavía era un campesino y sus críticas al periodismo que se autocalifica de neutral se vendían como una boutade pintoresca, simplificadora y un poco franquista.

Ha hecho falta que las fronteras militares cambiaran y que los Estados perdieran el monopolio de los mercados para que la prensa echara de menos su sagrado prestigio. La decadencia del periodismo no viene solo de la irrupción de internet, ni tampoco de la crisis económica o de la marginación del reporterismo. La decadencia de eso que se califica como "viejo periodismo" sobre todo es fruto de unas generaciones que se creyeron sus propias mentiras. Al periodismo le ha pasado como a la política. A medida que Occidente ha perdido la hegemonía hemos vuelto a descubrir que los discursos y las instituciones se aguantan sobre las personas y que las personas no sólo no son perfectas sino que, además, tienen la mania de dormirse en los laureles.

Hace sólo 10 años, los periodistas se escandalizaban si decías que el negocio de un diario consiste en hacer chantaje al poder para limitar su fuerza y, al mismo tiempo, sacar un provecho empresarial. Después de décadas de justificar el oficio con grandes discursos, ahora son los diarios los que sufren el chantaje. Ablandados por la pereza y por los riesgos de pensar, incluso las mejores firmas són instrumentos políticos que operan de forma más o menos inconsciente y descarnada al servicio de otros intereses. Criticar “la propaganda de TV3”, cuando tantos diarios españoles recuerdan TVE, es como denunciar el populismo con los mismos analistas que legitimaron con mentiras la guerra de Irak. Al final los hechos tienen poca importancia si no sabes pensar por ti mismo.

En Polonia hay consternación porque el gobierno interfiere en la línea de los medios sin esconderse. La Gazeta Wyborcza, el principal diario de la oposición, ha visto recortada la publicidad más de un 15 por ciento en pocos meses. Los líderes del partido Ley y Justicia consideran que los medios de capital extranjero deberían ser “repolonitzados” –no sé si les suena, esta música. Polonia ha pasado del lugar 29 al lugar 47 en el global medía freedom index de este 2016, informa el Financial Times. Lo que no dice el diario es que Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, cunas del periodismo, todavía están peor calificados en este informe anual que elabora Reporteros sin fronteras. Los países mejor posicionados son los que tienen una sociedad cohesionada y una relación fuerte con el paisaje como Finlandia, Noruega, Canadá o Dinamarca. 

A medida que el pensamiento ha dejado de ofrecer resistencia a las abstracciones de la economía global, los medios de comunicación se han convertido en máquinas de proteger la soberanía de los estados, o de laminarla, según el caso. Desde mediados del siglo XX, las técnicas de persuasión han ido sustituyendo las bombas y se han vuelto cada vez más oscuras y sofisticadas. Con las limitaciones que se quieran, hasta los años treinta la prensa ejercía de plataforma intelectual y literaria. Antes de la Segunda Guerra Mundial las firmas eran las que daban personalidad a los diarios más que los diarios a las firmas. Curiosamente, a medida que el número de muertos en los campos de batalla se ha ido reduciendo, en las democracias los discursos refinados han perdido fuerza ante los tópicos emotivos y viscerales. 

Ahora cada vez es más evidente que cuando Goebbels se suicidó algunas personas muy inteligentes se preguntaron si no era posible aplicar las mismas técnicas en tiempo de paz. Lo pensaba el otro día y no precisamente delante de un documental sobre la guerra de Irak. Fue una entrevista que la revista Telva dedicó a tres columnistas jóvenes de Madrid, hace cosa de dos meses, que puso esta idea en mi cabeza. Enseguida pensé: parecen un grupo de rock, o tres líderes de la nueva política. Presté atención al discurso de cada uno y no encontré ni una sola frase fuera de lugar, ninguna línea roja traspasada, sólo tres maneras diferentes de ir mal peinado. Aparentaban ser escritores pero no parecían tener ganas de meterse en problemas. 

Hace décadas que los diarios se dedican a promocionar una especie de insatisfacción simpática e inofensiva que quizás sirve para dinamizar la economía y para dar crédito a las falacias de los sociólogos, pero que va laminando el prestigio del periodismo y corrompiendo a sus mejores plumas. Aunque la prensa nació para apuntalar el sistema, en los mejores momentos de nuestra civilización los diarios no han servido para apoyar el poder, sino para controlarlo y para romper sus esquemas. Quin comprará periódicos si todos parecen tan contaminados por la cultura política de George W. Bush: "Mira -decía en 2005- mi línea de trabajo consiste en machacar una vez y otra la misma idea hasta que la verdad se hunde y la propaganda catapulta el mensaje."  No deberían sonar un poco más distintos el lenguaje de los partidos y el de los periodistas?