Sólo hace unos días que un alto responsable de CDC, de aquellos que toman decisiones de verdad, me reconoció que su partido tiende a menospreciar el debate de las ideas. “No estamos acostumbrados al debate” –me dijo–. No hacía falta que me lo reconociera, porque lo viví de cerca hace algún tiempo y al final llegué a la conclusión de que lo habían hecho más por necesidad que por convicción. CDC sólo prestó atención de verdad al mundo de las ideas una vez, entre 2007 y 2010, cuando estaba en la oposición. Hasta entonces había vivido de la “doctrina”, si es que se la puede llamar así, pujolista. CDC era Pujol y basta. En la oposición, Mas, Homs y compañía auparon el proceso de repensar el espacio que debía ocupar CDC, pero en 2010, una vez recuperado el Govern, ellos mismos volvieron a olvidarse de las ideas.

El menosprecio que siente CDC hacia las ideas se apoya sobre un error que Isaiah Berlin (1909-1997) identificó con las utopías revolucionarias en una conferencia extraordinaria que pronunció el 31 de octubre de 1958 sobre el concepto de libertad. ¿Y en qué consiste ese error? Pues se basa en la creencia de que cuando se está de acuerdo en los fines, los únicos problemas que quedan son los de los medios, y éstos no son políticos, sino técnicos; es decir, capaces de ser resueltos por los expertos o por las máquinas, al igual que las discusiones que se producen entre los ingenieros o los médicos. Así es como ha actuado CDC durante años y años. Este es el gen convergente: un partido pensado para mandar, con un montón de técnicos que saben cómo debe funcionar la máquina del Govern y que encuentran soluciones pragmáticas a problemas políticos, que es exactamente lo opuesto a la actitud de la CUP o de CSQP, que siempre se escaquean para refugiarse en el cómodo “combate” ideológico.

Uno de los grandes problemas del primer Gobierno Mas fue, precisamente, autoconvencerse de que con la ejemplaridad “gubernamental” era suficiente. Dejando ahora de lado tenían razón o no, la asunción inmediata de las políticas de austeridad, antes incluso de que se generalizaran en Europa y en España, no se acompañó de explicación alguna. Definirse como un Govern “business friendly” tuvo el efecto contrario al perseguido, dado que en este país incluso el think-tank de los empresarios está dominado por filósofos y economistas que declaran públicamente que votan a los antisistema aunque ellos mismos compartan mesa con "capitanes" de industria investigados por la justicia. Es uno de esos absurdos que sólo pasan en Catalunya. Al revés, en cambio, no ocurre nunca: es inimaginable que el consejero Mas-Colell, la bestia negra de los sindicatos, fuese nombrado vocal de la Fundación Cipriano García, la de CCOO, o de la Fundación Josep Comaposada, la de UGT.

El gen convergente, que consiste en no afrontar los debates ideológicos con decisión, se convierte en malformación cuando disminuye la eficacia de las decisiones políticas adoptadas. Y este es un mal que afecta incluso a los llamados socialdemócratas de CDC. Cuando Carles Campuzano defendió la nefasta reforma laboral impulsada por el PP, siguió este patrón y justificó el voto favorable de los 16 diputados nacionalistas diciendo que “CiU actúa desde la responsabilidad, esperando que esta legislación, en su trámite parlamentario, sea ​​mejorada. Queremos ser útiles y nuestra aportación será para mejorar la reforma”. Esa es la manera de reducir un partido a la condición de lobby, que es lo que ha sido durante años CiU en el Congreso de Diputados. Los ideales no pueden quedar reducidos a intereses materiales disfrazados, como las virtudes de una ley como esa tampoco pueden depender de que los empresarios utilizasen bien los mecanismo que ofrecía aquella reforma laboral.

El miedo no es un buen consejero. Y es que una cosa es ser moderado y otra, idiota

CDC volvió a caer en la trampa que le tendió el PSC la semana pasada y se dejó llevar por el gen convergente cuando en el pleno sobre emergencia social, decidió abstenerse en la votación de una moción socialista a raíz de dos propuestas presentadas por los grupos “ideologistas” de la Cámara, CSQP y la CUP que reclamaban la derogación la reforma laboral. Menospreciando la coyuntura, atrapada en la nada actual, CDC no entendió que era innecesario crear una crisis en el seno de Junts pel Sí y disfrazarla de división ideológica, dado que incluso los convergentes saben que esta reforma laboral es mala y debe ser derogada cuanto antes mejor. Lo absurdo es que sé a ciencia cierta que CDC había decidido con anterioridad sumarse a la petición de derogación. El miedo no es un buen consejero. Y es que una cosa es ser moderado y otra idiota. El gen convergente consiste en rechazar el papel de galgo que debería tener cualquier partido con voluntad hegemónica para sólo reivindicar la cultura del pacto de una máquina que construye mayorías. En tiempos de tribulación, esa actitud conduce a la muerte.

No sé si ustedes leyeron un artículo que Eduard Voltas publicó deseando que CDC pudiese superar su actual crisis. Comenzaba como sigue: “Leo en un digital cuáles son los aspectos de la ley catalana de emergencia social que el tándem Soraya & TC ha suspendido esta semana: ‘El artículo que recoge medidas de segunda oportunidad para los hogares endeudados, y el de la cesión obligatoria de pisos vacíos por parte de los grandes tenedores de viviendas’. Caramba, la derecha neoliberal y antisocial y mafiosa catalana, qué cosas aprueba y vota en el Parlament”. La conclusión de Voltas, antiguo alto cargo del tripartito y hombre cercano a ERC, es que CDC es un partido de derechas pero no tanto y que por eso es “absurdo el mantra de cierta izquierda de colocar obsesivamente Convergencia en el mismo saco que el PP”. Está claro que la propia CDC contribuyó a dar esa imagen con la escenificación del pacto del Majestic. Los nostálgicos de esa CDC derechista, disfrazada de centrista, que es lo que reivindicaba ayer José Antonio Zarzalejos en su sermón periodístico dominical, sólo la reivindican para combatir el nuevo soberanismo de CDC.

Visto así, cuando CDC decide mantener el concierto a las escuelas del Opus que segregan a los alumnos por género sería de derechas, y cuando defiende un modelo sanitario que es más garantista –y caro– que el que disfrutan en Suecia, entonces son más socialistas que Olof Palme. Ni tanto ni tan calvo, porque, presentado así, que es como lo plantean Voltas y Zarzalejos, la cuestión de las ideas quedaría reducida a dilucidar cuál es la adscripción ideológica de CDC. Las ideas, el valor moral de las ideas, responden a algo más que a una ideología. Incluso los propios convergentes se lían cuando intentan abordar la cuestión en el actual debate interno. Como diría Berlin, uno de los pensadores liberales más inteligentes, aunque para mi gusto demasiado conservador, es necesario que los de CDC entiendan que los conflictos sociales y las soluciones que cada partido aporta deben responder, sobre todo, a una manera de entender las ideas y la actitud sobre la vida. Sólo así la política será algo más que pura “administración” del bien público. Como ha observado con acierto el director de este diario, se puede decir que, en Escocia, el SNP lo ha entendido perfectamente.