Las elecciones celebradas el pasado jueves en Escocia han de ser evaluadas como lo que han sido: una victoria inapelable del SNP (Partido Nacional Escocés) que ha logrado 63 de los 129 escaños y casi el 47% de los votos, quedándose a dos de la mayoría absoluta. Aunque es cierto que ha perdido seis escaños de los 69 que consiguió en 2011, desde entonces ha llovido mucho en Escocia: en septiembre de 2014, los escoceses rechazaron la independencia después de un referéndum a cara de perro con el gobierno de Cameron y que comportó la renuncia al cargo de primer ministro de Escocia de Alex Salmond. Su sustituta, Nicola Sturgeon, ha logrado los segundos mejores resultados en la historia del SNP y desde su llegada a Crown St. Andrew's House, la sede del gobierno en Edimburgo, está imprimiendo un marcado giro social a su gobierno, algo que los analistas escoceses consideran imprescindible si un día quieren los nacionalistas celebrar un nuevo referéndum de independencia.

Vale la pena detenerse en el giro de las políticas sociales ya que aquí va a estar la clave de los partidos independentistas para los próximos años si quieren ser creíbles en los procesos electorales que vienen. Electoralmente, Escocia no es muy diferente de Catalunya, partida en dos mitades casi iguales aunque con ligera ventaja, con todos los matices que se quiera, de los unionistas. Ya no es suficiente con reclamar la independencia para dar el salto a una mayoría electoral y la crisis económica ha dado más fuerza de lo que muchos pensaban antes de ella a las políticas sociales, hoy por hoy muy hegemónicamente representadas por la izquierda. En parte también por la retirada ideológica de todas las formaciones que no son de la nueva izquierda y que no han sabido incorporar a su ideología un relato creíble que les permita de nuevo sintonizar con las clases medias.

Por eso, en Escocia arrasa el SNP y desaparecen los laboristas en beneficio de los conservadores. Pero la suma del Labour y de los conservadores sigue muy estancada y de los 52 escaños de 2011 pasa a los 55 del pasado jueves. La batalla electoral acaba siendo como en Catalunya: sobre las respuestas a los problemas sociales a lo que empezaron siendo preguntas políticas. No es extraño que en este terreno, Esquerra cobre ventaja frente a Convergència y su líder, Oriol Junqueras, atraiga como un imán a los votantes soberanistas. Ni tampoco que la imagen del president Puigdemont se esté construyendo mucho más en base a los nuevos debates sociales.