Ir en contra el sentido de la historia, en contra las dinámicas de nuestro presente, es un error de graves consecuencias políticas que se acaba pagando caro. Sólo con un ejemplo será fácil de ilustrar esta opinión de hoy. El rey don  Jaime el Conquistador, el que expandió la nación hasta aproximadamente los límites lingüísticos actuales, fue un excelente caballero y escritor, un guerrero bravo y excepcional que llevó la lengua y cultura catalanas hasta las Baleares, el País Valenciano e incluso Murcia, pero en cambio fue un político excesivamente conservador y equivocado. En contraste con la política innovadora de su tiempo que favorecía notables concentraciones territoriales más allá del Estado dinástico, tal y como hicieron Francia, Castilla o Inglaterra, el monarca catalán siguió las costumbres medievales más caducas. Dejó los condados catalanes sin crecimiento territorial y, en cambio, fragmentó la viabilidad de Cataluña con la creación de dos nuevos reinos de raíz catalana, el de Mallorcas (en plural) y el de Valencia. Sí, ahora podemos ir a reclamar, hablar de los Países Catalanes, citar muchas veces a Joan Fuster y, sin embargo, el hecho incontrovertible es que nuestra debilidad numérica en términos de población catalanoparlante nos tenía reservada la desaparición, antes o después, como cultura y como nación inviables, tal como les ha ocurrido a los occitanos, irlandeses o dálmatas, demasiado débiles para resistir el tirón de los grandes proyectos nacionales vecinos. La cultura y la nación catalanas sin la vigorizante revolución industrial que protagonizó en los siglos XVIII y XIX y sin la gran ciudad que es Barcelona hoy sería otra lengua bucólica en vías de extinción como el aragonés o el picardo. Si alguna vez Barcelona dejara de ser catalanoparlante como ocurre con Alicante o con la ciudad de Valencia nuestra continuidad en el tiempo no se podría asegurar. Una comunidad de diez o doce millones de hablantes aún se puede mantener en un planeta de 6.000 millones. Por debajo de esta cifra, en cambio, no hay mucha razones para el optimismo.

Es en este sentido que la emancipación nacional de Catalunya sólo tiene posibilidades de futuro si se orienta correctamente en la dirección que marca la historia actual, de acuerdo con la voluntad de las sociedades contemporáneas. No es cierto que cada vez haya menos fronteras estatales sino más, en Europa y en el mundo, por lo que podemos decir que la identidad, la personalidad individual y la colectiva, es una de las principales preocupaciones de la humanidad de hoy. La identidad sexual, social, la identidad cultural, religiosa, política, las identidades colectivas y personales, las identidades múltiples y complejas, dinámicas son el centro del debate sobre el futuro colectivo que nos espera. Las dinámicas aglutinadoras como la Unión Europea son tan legítimas y necesarias como las dinámicas separadoras. Ni unas ni otras suponen más que un reordenamiento de la cohesión internacional a partir de la libre voluntad de los ciudadanos. Del mismo modo que, por ejemplo, la secesión de Salou de Vila-seca no cuestionó a Catalunya, la independencia de Catalunya no cuestiona Europa. ¿Qué valor tiene la unidad de España si se mantendrá exclusivamente por la fuerza bruta? ¿Qué valor puede tener la adhesión al proyecto colectivo español y europeo si se declara ilegal la no adhesión, si no es una decisión política sino una imposición? ¿Qué tipo de sociedad es esta que me permite cambiar de sexo, de fisonomía, de religión, de opción política pero que me prohíbe ser nacional catalán? ¿Qué tipo de sociedad es esta dispuesta a castigar, a partir de las próximas horas, a dos destacados dirigentes de la sociedad civil soberanista, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez? La represión y la violencia deslegitima cualquier poder, porque se revela contrario a un determinado grupo de ciudadanos, minoritarios o mayoritarios, igualmente dignas unos y otros. Y sobre todo, tan contribuyentes como los demás. Los impuestos —para que no sean una mera confiscación— sólo se pueden pagar a un Estado que no se defina como enemigo y que actúe contra los derechos de unos determinados ciudadanos. Es por eso que España es un proyecto fracasado, porque va en dirección contraria a las principales dinámicas del mundo contemporáneo, la libertad, el pacifismo, el consenso, el diálogo, la igualdad, la colaboración y el entendimiento. Cataluña es la primera nación en la historia que está intentando liberarse con las armas de la no violencia y el diálogo. ¿Será posible?

(Continuará)