Se calcula que hubo unos 30 mil casos, pero es muy difícil saber la cifra exacta y, sobre todo, es complicado obtener pruebas que lo demuestren. La red estaba formada por médicos, enfermeras, monjas y curas y funcionó en varios hospitales catalanes entre 1940 y 1990. Se dedicaban a robar bebés siguiendo siempre el mismo patrón: decirle a los padres que el hijo que acababan de tener, y que hasta aquel momento estaba sano, había muerto, que ya estaba enterrado y que no se preocuparan de nada. La realidad era que al niño se le hacía una partida de defunción falsa y era vendido a otros padres.

300 familias afectadas han iniciado la campaña "Te estamos buscando" para intentar que exista una ley que los ayude a recuperar una parte de su vida que les fue extirpada por un grupo de miserables. Miserables los traficantes que, recordémoslo, eran profesionales de la medicina y gente de iglesia, cosa que tiene un plus de estafa moral a la comunidad y miserables las familias que compraron los niños.

Y sí ya sé que algunos de los compradores quizás no sabían la terrible historia que había detrás de la llegada de aquel niño a su vida, pero ahora sí que lo pueden saber. O al menos sospecharlo. Si compraron un niño en un hospital es que era robado, aunque en aquel momento quizás les explicaran que la madre no se podía hacer cargo porque era madre soltera o vaya usted a saber que otra mentira y que les dijeran que el dinero era para ayudarla. Ahora, sabiendo la verdad, si es que no la sabían, tienen la obligación de dar la cara. Y explicarlo a los interesados.

Para aquellos niños, hoy ya más que adultos, los que los compraron siempre serán sus padres. Porque los criaron y actuaron como tales. Pero aquellos niños tienen derecho a saber la verdad, conocer a sus padres biológicos y, por encima de todo, tienen que tener el derecho de perdonar o no lo que hicieron quienes han creído que eran sus padres reales.

Este y los casos de los abusos sexuales realizados por curas son dos de los temas en los cuales una sociedad sana tiene que estar incondicionalmente al lado de las víctimas. Y hacer lo posible para que estas cosas no pasen. Y si pasan, ser implacable con los responsables e inmensamente generoso con las víctimas. Y si al final muchos casos no son ciertos, pues perfecto, pero no nos podemos permitir ni una sola sombra de duda fruto de la falta de compromiso.

Demasiado a menudo tenemos la sensación de que los "malos" tienen impunidad y los débiles son dobles víctimas, primero por el hecho y después por los silencios. Nunca es tarde para que las administraciones se pongan del lado de las familias que buscan sus hijos y hermanos. Si siguen sin hacerlo pensaremos que hay connivencias, complicidades y ganas de tapar asuntos oscuros. Y para evitarlo, ¿mejor la transparencia, no cree?