El psicoanálisis es un arte primordialmente basado en el precepto de obligarte a hablar de aquello que más te incomoda. ¿Durante la década que ha configurado el proceso, a los independentistas nos ha complacido hacernos preguntas estratégicas y, ciertamente, nos hemos doctorado en el arte de los futuribles (¿Cómo lo ves? ¿Qué pasará? ¿Y ahora qué?), pero hemos rehuido inconscientemente las preguntas estériles sobre aquello que no se ha hecho lo bastante bien, quizás por temor a provocar un cataclismo en el estado de ánimo general o a ser tildados de aguar demasiado la fiesta de la sacrosanta unidad del soberanismo. El proceso ha avanzado demasiado a menudo en forma de chantaje emocional autoimpuesto, cuya última muestra es el intento torpe de volver a subsumir la pluralidad política catalana en una lista unitaria que pase de largo sobre algunas decisiones nefastas que se han producido a partir de la declaración de independencia.

Diría que, hoy por hoy, la mejor forma de avanzar consiste en dedicar una o dos tardes en mirar atrás. Desde hace días, recuerdo muy vivamente la noche de la declaración en el Parlamento en que muchos lectores me paraban por los callejones del Gótico, preguntándome dónde tenían que ir y qué se tenía que hacer para ocupar las conselleries y así proteger al Govern. Yo me los miraba con cara de bobo diciéndolos que me encontraba en la misma situación, azorado y sorprendido por el hecho que los consellers y diputados que acababan de declarar la ruptura con España procedieran inmediatamente a marcharse de fin de semana con la familia. Aquel vacío de poder y las posteriores decisiones improvisadas (exilio del Govern incluido) han sido la prueba del algodón de que la administración Puigdemont y el soberanismo no habían previsto la implementación del referéndum y que las estructuras de estado para desplegarlo eran pura retórica.

En momentos de confusión, que diferentes partidos se presenten a las elecciones con visiones plurales del presente y con estrategias particulares para salir de la nebulosa donde nos encontramos es una excelente noticia.

Después de la aplicación del 155 y de los comicios forzados por Rajoy, la peor solución de todas es tratar de seguir adelante como si este delirio improvisador no hubiera existido nunca. Que se plantee una candidatura unitaria de afán constituyente (a saber, con la intención de desplegar la Ley de Transitoriedad) mientras los mismos políticos que la promueven no han sido capaces de defender la república proclamada por ellos mismos, convendréis conmigo, es como mínimo problemático. Aparte de eso, el clamor por una lista unitaria nos regala una cierta sensación de déjà vu y de repetición de la retórica de todos a una que nos ha llevado al actual callejón sin salida: cuando se han cometido errores, insisto, intentar reflexionar no es hacer el tiquismiquis, sino afanarse por no volver a pifiarla. Sería interesante, por lo tanto, abandonar la sensación permanente de días históricos y tomarnos estas semanas de una forma más ordinaria.

Reconocer que el Estado ha ganado la partida en la vía unilateral del independentismo no es ninguna deshonra. Manifestar que el soberanismo no ha sabido gestionar el enorme capital que los ciudadanos ganaron defendiendo los colegios electorales y las urnas el día 1-O no es ninguna claudicación de cara a vencer en las elecciones del 21-D, sino todo lo contrario. En momentos de confusión, que diferentes partidos se presenten a las elecciones con visiones plurales del presente y con estrategias particulares para salir de la nebulosa donde nos encontramos es una excelente noticia. Si el chantaje emocional tiene que ahorrar cualquier crítica a los errores de nuestros políticos, yo apuesto decididamente por la diversidad. Si, como dijo Joan Tardà, el proceso ha avanzado precipitadamente, reclamar que nuestros políticos cambien de estrategia (y que algunos asuman errores e incluso dimitan) es algo muy necesario.

No puede ser que cualquier crítica a los cambios erráticos que ha sufrido la hoja de ruta sea vista de forma permanente como una insensibilidad hacia nuestros políticos injustamente encarcelados o forzados al exilio. La política catalana no se puede configurar únicamente como un proceso de empatía con sus mártires ni puede depender exclusivamente de las emociones. Que Carme Forcadell (¡President, ponga las urnas!) y los miembros independentistas de la Mesa del Parlament acaten el artículo 155 y la legalidad española no puede ser visto únicamente como una curva con el fin de evitar la prisión: es un símbolo palmario que certifica el final de esta partida tal como lo habían planteado sus principales agentes. No pasa nada para volver a empezar y reflexionar sobre aquello de lo que hasta ahora nos hemos negado a hablar. No es ninguna derrota, insisto, afirmar que se ha fracasado, si el siguiente paso es mejorar.

Saber perder, en definitiva, como primer paso para volver a pensar en ganar. Y perdonad las molestias.

PS.- Ahora ya podéis llenar de comentarios el artículo con frases como "tú aún, que te lo miras todo desde el sofá mientras hay gente que está en prisión," "entiendo tus críticas, pero tenemos que ir todos a una" o "parece que trabajes para los unionistas para que te inviten más las televisiones españolas." E ir tirando.