Hubo un momento en que el Partido Popular perdió por completo el control de la agenda política y, aún peor para sus intereses, ofreció claras muestras de no saber cómo recuperarlo. Fue justo después de la aprobación de los presupuestos, cuando Mariano Rajoy tuvo que ir a rondar el balcón de Albert Rivera, cantar las alabanzas de los nacionalistas vascos y empaparse a fondo de la realidad canaria, cuando Pablo Iglesias presentaba su moción de censura en nombre de la corrupción y Pedro Sánchez resucitaba de entre los socialistas para predicar el "no es no". Apenas duró unos días y al final sólo ha sido una ilusión, pero resultó una experiencia intensa e ilustrativa.

Durante ese breve lapso de tiempo, a Rajoy le reprobaron a dos ministros, Luis Bárcenas se dio el gustazo de convertirse en el gran defensor de los populares en el Congreso, el PP se ha visto obligado a subirse al carro de la reforma de RTVE, después de haber ejecutado exactamente lo contrario la legislatura anterior, y Cristóbal Montoro ha tenido que rectificar tantas veces su negativa a bajar impuestos o aflojar la correa del déficit que ya no sabía muy bien dónde estaba cuando le preguntaban.

Fue bonito mientras duró, pero se ha acabado. Lo certificó esta semana el propio presidente Rajoy. Le preguntan por la corrupción y sin inmutarse contesta “Venezuela”. Le preguntan por Catalunya y también contesta “Venezuela”.  Sin complejos, como diría Aznar. Venezuela sirve tanto para calificar de autoritario al gobierno catalán y convertir a Carles Puigdemont en Nicolás Maduro, como para oponer a la evidencia de la corrupción económica popular, la supuesta “corrupción moral” de quienes no jalean cuanto hace y dice la oposición venezolana, llamadas al golpe de estado incluidas.

El PP puede ya apuntarse el tanto de que se esté discutiendo sobre las garantías, el censo o las urnas de un referéndum que ellos mismos han declarado ilegal, no sobre la anormalidad que supone impedir que una mayoría que demanda votar pueda hacerlo

Con la inestimable ayuda del juego del escondite que se traen los socios en la Generalitat, el PP puede ya apuntarse el tanto de que se esté, un día sí y otro también, discutiendo sobre las garantías, el censo o las urnas de un referéndum que ellos mismos han declarado ilegal; no sobre la anormalidad que supone impedir que una mayoría que demanda votar pueda hacerlo.

La pérdida de iniciativa del president Puigdemont resultaba tan evidente que incluso ha tenido que ejecutar dos crisis de gobierno y a cuatro consellers de su partido para intentar recuperar impulso, aún a costa de partir a los suyos y fortalecer a una ERC que cada día ve más próxima la hegemonía del espacio nacionalista.

Para acabar de retomar el control, el aniversario del vil secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco ha vuelto a acreditar, tanto la habilidad y la desvergüenza de los populares para sacar ventaja partidista del terrorismo etarra, como la incapacidad de todos los demás para no dejarse arrastrar en una escandalera burda y cruel donde siempre gana el PP y acaban señalados como equidistantes, cobardes o cómplices de los asesinos.

Venezuela, ETA, sus cómplices equidistantes, las purgas o las urnas del referéndum… Un vistazo a los temas que hoy copan la agenda política demuestra que el PP vuelve a marcarla por completo, seguramente sin que aún se hayan enterado todos los demás.