El antiguo senador del PNV, Iñaki Anasagasti, en 2011, en el contexto del alto el fuego de ETA, escribió en su blog del diario Deia algo muy significativo para entender lo ocurrido en el País Vasco en los últimos cuarenta años: “El mundo de HB en 1977 cometió, aparte de un inmenso delito moral, un garrafal error estratégico. Existía una ETA nacida bajo el franquismo en respuesta violenta a la violencia institucional del régimen y, en lugar de dar una oportunidad a la convivencia pacífica, creyeron en una victoria que llamaban militar por parte de una organización que practicaba el terror y quería organizar nuestras vidas en base a una Euskadi socialista, reunificada y euskaldun. Todavía no habían hecho suyo el nombre permitido por el franquismo y utilizado por el carlismo de Euskal Herria”. Anasagasti se muestra contundente, como siempre.

Las críticas más duras dirigidas a la izquierda patriótica vasca, la izquierda abertzale, a menudo salen del mismo nacionalismo vasco y arrancan de las frustradas conversaciones de Txiberta de 1977. Pese al fracaso de los contactos mantenidos en Biarritz en 1975, dos años después se reunieron en el hotel Txiberta de Anglet representantes de ETA (M), ETA (PM), ANV, EIA, LAIA, EHAS, ESB, Branka, el Grupo de alcaldes de Bergara y el PNV representado por Juan José Pujana, Gerardo Bujanda  y un joven Joseba Azkarraga. El anfitrión fue Telesforo Monzón, un viejo nacionalista republicano que actuó de puente entre el PNV y ETA. Lo cuenta muy bien Aurora Madaula, una historiadora de lo vasco.

La propuesta de la izquierda abertzale era la de no acudir a las primeras elecciones legislativas convocadas por Suárez para junio de ese año 1977 y a cambio ETA abandonaba la vía armada. El PNV se negó y argumentó que, fallecido el dictador, era la hora de la política y de acabar con la lucha armada, entre otras razones, para sacar a los presos de las cárceles. El PNV descubrió mucho antes que los nacionalistas catalanes cómo razonaba la izquierda patriótica. A diferencia de Junts pel Sí, el PNV supo desde los años de la Transición que los izquierdistas nunca le echarían una mano ni para elegir lehendakari ni para aprobar los presupuestos de la comunidad autónoma.

Desgraciadamente, como constató este fin de semana en Baiona Joseba Azkarraga, hoy en las filas de Eusko Alkartasuna —y por lo tanto, miembro de Bildu—, en 1977, en Txiberta, nadie quiso escuchar a nadie. El PNV participó en las primeras elecciones democráticas y al cabo de poco tiempo llegó la Ley de Amnistía. Pero ETA no abandonó las armas. Y desde entonces hasta el alto el fuego unilateral de 2011 y el desarme, también unilateral, del pasado sábado 8 de abril, la violencia se convirtió en un actor político que no ha beneficiado a nadie, ni tan siquiera a la izquierda patriótica, amenazada por la emergencia de una izquierda populista con sede en Madrid y que en las últimas elecciones le robó un buen puñado de votos.

No comparto la tesis que Anasagasti defiende en su blog, pues recurre a lo escrito por Manuel Irujo años atrás sobre los colaboracionistas franquistas, reconvertidos en demócratas, para reclamar a los conversos al pacifismo, o sea la izquierda patriótica, que no dé a los demás lecciones de nada. Para mí, en cambio, sin esos conversos no hubiese triunfado definitivamente la paz. Bueno es reconocer, sin embargo, que la izquierda abertzale no ha sabido tener la audacia del Sinn Féin para acabar con la violencia. No supo ver el momentum global que ponía fin a las organizaciones armadas ideológicas nacidas en los años 60. En Irlanda del Norte, el Sinn Féin sí acertó, seguramente ayudado por los norteamericanos que apoyaban al IRA con dinero, y pudo dar el vuelco a la situación, hasta el punto de que hoy tiene una ventaja política extraordinaria que lo sitúa muy por encima del SDLP, el partido nacionalista católico mayoritario en 1998, cuando se firmaron los Acuerdos de Viernes Santo.

El desarme de ETA es la oportunidad de volver a soñar con un futuro en paz para el País Vasco. Lo demás, esa “Euskadi socialista, reunificada y euskaldun” que exigían en 1977 ETA y su entorno, la izquierda patriótica va a tener que conseguirlo a fuerza de acumular votos. El ejercicio de la democracia es la única vía para derrotar a los democratacristianos del PNV y, de paso, poner en jaque al Estado. Es lo que está ocurriendo en Cataluña y que ahora sirve de ejemplo a Otegi y a sus amigos.