El último informe de la Agencia Internacional de la Energía nos permite avistar hacia dónde evolucionará el mercado energético y al mismo tiempo nos pone delante del espejo de las políticas de lucha contra el cambio climático. Aprovecha la conmemoración de los cincuenta años del estallido de la primera crisis del petróleo, que originó la creación de este organismo, para hacer un análisis comparativo con la situación actual. Encuentra similitudes en las tensiones geopolíticas existentes en el Oriente Medio y en los problemas de suministro en el mercado del petróleo. Al mismo tiempo, también reconoce la mayor complejidad de los retos presentes, pero en general muestra un tono optimista.

Es cierto que la crisis energética que sufrimos va más allá del mercado del petróleo y abarca otras fuentes de suministro como también la generación de electricidad. Pero también es indudable que hoy solo tiene un carácter instrumental y subordinado del problema primordial que es un calentamiento global inducido por un largo periodo de consumo masivo de los combustibles fósiles.

La Agencia llama a la transformación del sistema energético como mecanismo más eficaz de respuesta al reto inaplazable del cambio climático. Y el tono positivo que mayoritariamente destila el informe se corresponde con la convicción de que, a diferencia de la década de los años 1970, hoy ya se dispone de las tecnologías limpias que son necesarias para alcanzar este hito ambicioso. De la misma manera que cincuenta años atrás los choques energéticos indujeron una mayor eficiencia energética e impulsaron la energía nuclear e hidráulica, habría que esperar que las tensiones actuales y los efectos del cambio climático promoviesen un ambicioso programa de actuación a nivel global en favor de las energías no contaminantes. El tecnooptimismo empapa, pues, el grosor del informe.

Desde esta perspectiva, se saludan favorablemente las iniciativas impulsadas por los Estados Unidos y la Unión Europea en favor de la electrificación de la movilidad y de las inversiones en tecnologías verdes como también los avances observados por la economía china con respecto a la producción de energía renovable. Y se urge a una respuesta más coordinada y multilateral, vistos los objetivos establecidos y sobre todo las dificultades del proceso de transición.

Ciertamente, como destaca el informe, el impulso de la energía solar fotovoltaica, la aceleración de la inversión en energías limpias y el empuje de los vehículos eléctricos ofrecen esperanza para el futuro. Pero los supuestos de la hoja de ruta para alcanzar el estado de cero emisiones limpias en el 2050, que es lo necesario para impedir que el calentamiento global supere el grado y medio de temperatura media, son harina de otro costal que merecen atención especial.

En los últimos diez años, China ha sido el responsable directo de más del 60% del aumento en el consumo de petróleo y de más del 30% del incremento en la demanda mundial de gas natural

Un primer punto de atención necesariamente radica en el proceso de transición energética de la economía china. El explosivo desarrollo económico de gigante asiático ha abierto grandes oportunidades de exportación e inversión en muchas empresas, pero también ha tenido un coste medioambiental enorme. Solo en los últimos diez años, ha sido el responsable directo de más del 60% del aumento en el consumo de petróleo y de más del 30% del incremento en la demanda mundial de gas natural, sin olvidar que más del 50% de su consumo de energía proviene del carbón.

Ciertamente, el esfuerzo inversor del país en energías limpias ha sido considerable en los años recientes y hoy el 30% de la electricidad generada ya proviene de tecnologías no contaminantes, pero la raíz del problema radica en el lado de la demanda, ya que se confía al llegar a un punto de inflexión en que reduzca sensiblemente el crecimiento económico, cuando menos de las actividades más consumidoras de energía. Pero la influencia de los intereses políticos sobre una economía todavía muy intervenida, de las servidumbres geoestratégicas derivadas del suministro de gas natural y de las consecuencias del voluminoso nivel de deuda existente hacen difícil confiar en una evolución económica estable y moderadamente expansiva. El consumo energético por persona en el país ya se acerca al existente en la Unión Europea, sin que la desaceleración económica reciente haya revertido todavía la tendencia imparable al alza. Confiar en una mejora sensible de la eficiencia energética del sistema productivo chino es más el resultado de un deseo que la consecuencia de evidencias palpables.

Un segundo elemento tiene que ver con el optimismo hacia el ritmo de adopción de las tecnologías limpias. Uno de los pilares del cambio del modelo energético reside en el techo de consumo de combustibles fósiles en lo que se espera llegar de forma inminente y que tiene que ir acompañado de una aceleración en la producción y uso de las energías limpias. Ciertamente, los escenarios diseñados sobre un avance considerable de las inversiones en energía eólica y solar fotovoltaica o de energía nuclear como también de matriculaciones de vehículos eléctricos nos proporcionan una imagen compatible con los hitos establecidos con la lucha contra el cambio climático. Pero la realidad nos muestra que vamos tarde y al ralentí. Para alcanzar los hitos establecidos para el 2030 hará falta triplicar la potencia de las instalaciones de energías renovables, duplicar los niveles alcanzados hasta el momento de ahorro energético, reducir un 25% la demanda de combustibles fósiles o disminuir un 75% la emisión de metano, entre otros requerimientos. Pero probablemente el más relevante sea la necesidad de multiplicar por tres el ritmo actual de inversión en energías limpias a las economías emergentes. En el África, el Oriente Medio, la Euroasia o la Asia Central y Oriental la participación de las tecnologías limpias en la generación de electricidad todavía está muy por debajo de la media europea.

Tal vez también sería conveniente analizar las restricciones existentes al lado de la oferta, porque los datos apuntan más a un techo de producción que no de consumo

Finalmente, el tercer punto tiene que ver con las dificultades de este proceso de transición y en uno de los elementos ocultos que se derivan, como es el encarecimiento en el coste de la energía. ¿Si la demanda de combustibles fósiles ya ha tocado techo, el consumo energético en China tiene perspectivas de regresión y las inversiones en energías limpias alcanzan hitos históricos, qué argumentos nos quedan para justificar el alza continuada del precio de las energías más contaminantes? El precio del petróleo, el gas natural o el carbón continúan estando por encima de los niveles anteriores al estallido de la pandemia. Argumentos o justificaciones de carácter geoestratégico no faltarán, pero tal vez también sería conveniente analizar las restricciones existentes al lado de la oferta, porque los datos apuntan más a un techo de producción que no de consumo.

Con respecto a las tecnologías limpias, las dificultades técnicas todavía existentes para la integración masiva de las energías de origen renovable al sistema de generación eléctrica, las limitaciones de los aerogeneradores actuales para facilitar un desarrollo a gran escala de la energía eólica o el elevadísimo grado de concentración de mercado de los suministradores de materiales esenciales para el impulso de las tecnologías limpias, como el cobalto, el grafito, el litio, el galio o el germanio invitan a la prudencia y pedimos un despliegue progresivo y ordenado en el tiempo. Pero más bien avanzamos a trompicones.

Preocupa todavía más que en el último informe de la Comisión Europea sobre materias primas consideradas críticas para el crecimiento económico de la Unión Europea en el futuro se ponga de manifiesto un nivel de dependencia extrema de las importaciones procedentes de países o regiones en peligro de conflicto. A la lista de riesgos habría que añadir también que la lentitud en el proceso de transición energética a muchas economías en desarrollo hará incrementar sensiblemente su demanda, que puede doblarse en los próximos veinticinco años. De manera que la competencia global para el suministro de estos recursos estratégicos probablemente será feroz y posiblemente transitamos de la dependencia del petróleo a la de los minerales de las tierras raras. En la mayor parte de los casos, su precio casi se ha duplicado desde el inicio de la pandemia. Y los esfuerzos emprendidos por nuevas explotaciones autóctonas con el fin de mejorar las garantías de suministro tampoco no evitarán a corto plazo el alza de costes.

Lisa y llanamente, hay que tener presente que el proceso de transición energética en marcha posiblemente venga acompañado durante una buena parte de su recorrido de unos precios elevados de la energía. Más allá de contingencias geoestratégicas, la transición energética no será un producto low cost.