Europa no liderará la inteligencia artificial. Lo intuimos desde hace tiempo. Y los datos nos lo vienen confirmando. Estados Unidos concentra el 60% de la inversión mundial privada en IA. China, cerca del 20%. Francia y Alemania, sumadas, apenas rozan el 3%. España ni aparece en el gráfico.

Esto no es nuevo. La revolución digital (como antes la del software, los ordenadores o internet) nos ha vuelto a pillar en segunda línea. Hemos invertido más en sostenibilidad que en digitalización, más en regulación que en desarrollo. Y ahora, que la inteligencia artificial lo atraviesa todo, Europa llega tarde. Otra vez.

La Comisión Europea ha sancionado a gigantes tecnológicos con multas millonarias. Y eso no anima nada a las tecnológicas a instalarse en Europa. Recordemos la sanción a Google de tres mil millones de euros. Europa ha legislado para exigir transparencia algorítmica. Está a punto de aprobar (por solicitud de Trump se ha retrasado su publicación) la AI Act, primer gran intento de regular este nuevo universo. Ahora bien, mientras Europa regula, otros países desarrollan.

Un dato lo resume todo: en los últimos seis años, Europa ha destinado unos 200.000 millones a iniciativas digitales. Solo en 2022, invirtió 500.000 millones en transición energética. Está claro dónde está el foco. Lo urgente ha sido (y no digo que sin razón) el coste de la energía, la autonomía industrial, la sostenibilidad.

Hemos invertido más en sostenibilidad que en digitalización, en regulación que en desarrollo. Y ahora, que la IA lo atraviesa todo, Europa llega tarde. Otra vez

Las diez startups de IA más valiosas del mundo son todas estadounidenses o asiáticas. Y de los más de 800 “unicornios” globales, menos del 10% están en la Unión Europea. Alemania y Francia juntos tienen el mismo número que la India. El diagnóstico está bien claro.

La inteligencia artificial está concentrando el desarrollo de aplicaciones en categorías muy concretas y específicas. Y se trata de sectores clave para la economía europea: marketing, publicidad, comercio electrónico, banca, seguros, servicios financieros, consultoría, energía y utilidades. Sectores donde Europa es fuerte. Donde todavía dominamos.

Vengo de conferenciar en Madrid, en Metafuturo, promovido por Atresmedia. Enrico Letta participó también y dijo que Europa va a promover plataformas de innovación empresarial donde la normativa de cada país sea la misma para todos. Es una buena decisión. Pero para sectores tradicionales. Dudo de que nos sirva de algo en tecnología digital.

La Comisión Europea ha sancionado a gigantes tecnológicos con multas millonarias. Y eso no anima a las tecnológicas a instalarse en Europa

¿Y entonces? ¿Qué papel nos queda? El de árbitros. Ya que no jugamos en cabeza, al menos tratemos de que el partido tenga reglas. Europa ha decidido especializarse en gobernanza: ética, impacto ambiental, transparencia, trazabilidad, privacidad, seguridad. Un marco que garantice que las tecnologías desarrolladas fuera se apliquen dentro de nuestras fronteras, respetando nuestros derechos.

Porque vamos a usar tecnología extranjera. Vamos a pagar por ella. Y vamos a integrarla en nuestras empresas, escuelas, hospitales y servicios públicos. Lo mínimo que podemos hacer es exigir que ese uso se ajuste a los valores que queremos preservar. Al menos eso.

Europa ha escogido su rol. No será el del liderazgo tecnológico. Pero puede ser el del liderazgo normativo. No fabricaremos motores, pero vamos a intentar que nuestras carreteras sean seguras para los conductores.

¿Qué papel nos queda? El de árbitros. Ya que no jugamos en cabeza, al menos tratemos de que el partido tenga reglas

Pero seamos realistas: esto no es una ventaja competitiva. Es un muro de contención. Una forma de proteger el tejido económico, a los consumidores y el modelo social europeo ante un despliegue tecnológico que no lideramos ni controlamos.

Y no digo que no sirva de nada. Otra cosa es esta cuestión que planteo: ¿va a ser posible regular si en lo digital las normas no tienen frontera y la regulación en materia digital es fácilmente vulnerada desde otros territorios a los que, desde aquí, contrataremos en online?

Esa es la gran cuestión que debemos anticipar. No nos dediquemos, por tanto, a poner vallas al campo. Pongamos las vallas cuando sepamos que van a tener una función y una capacidad real.

Si ese es el camino por el que hemos optado, deberíamos trabajar duro no en el desarrollo de la norma, sino en asegurarnos de que la norma va a ser efectivamente y realísticamente aplicable.