Estos días hemos asistido incrédulos al culebrón de OpenAI. Cinco días de infarto, luchas de poder empresariales propias de una serie de Netflix. Ninguno de nosotros habríamos tan siquiera imaginado lo que sucedió el pasado viernes 17 cuando el board de OpenAI echó con pocos miramientos y menos explicaciones a su carismático CEO, Sam Altman.

En algo más de cinco días hemos pasado de un board despidiendo a su CEO, a un potencial reingreso, su posible incorporación a Microsoft, una carta firmada por la casi totalidad de los 770 empleados pidiendo su reincorporación y finalmente a la reorganización del board reincorporando a Sam Altman y a su lugarteniente Greg Brockman. Por si fuera poco, Llya Sutskever, el director de Tecnología, que parece que urdió el golpe, cambió de opinión uniéndose a los que pedían su reintegración como CEO. Un triller de acción con final feliz digno de las mejores películas de Hollywood.

Durante todo este proceso OpenAI estaba levantando una ronda de inversión cuyo objetivo era elevar la compañía de los 30 billones (americanos) de dólares en que estaba valorada, a cerca de 90 billones, incluyendo stock options para sus empleados y el capital necesario para financiar los costosos desarrollos de la nueva generación de inteligencia artificial generativa.

Las dos primeras preguntas que nos asaltan son cómo y por qué. Cómo ha sido esto posible y por qué ha sucedido.

El cómo tiene una explicación relativamente simple, pero inusual. OpenAI tiene una estructura de gobierno algo singular donde una non profit (sin ánimo de lucro) controla la parte for profit (con ánimo de lucro) de la empresa que tiene el retorno a sus accionistas limitado. Esto se debe a que la misión de la empresa es "garantizar que la inteligencia artificial –sistemas de IA que generalmente son más inteligentes que los humanos– beneficie a toda la humanidad". Para ello, el board que controla OpenAI estaba controlado por reconocidos abogados de una IA ética al servicio de la humanidad.

Esta estructura poco convencional ha permitido que cuatro personas de la junta, algunas de ellas poco conocidas, pusiesen en jaque no solo al CEO más carismático de los últimos tiempos –con el permiso de Elon Musk– sino también a gigantes de la industria como Microsoft.

El porqué lo encontramos también en esta estructura cuyos miembros son muy cercanos al movimiento effective altruism (https://www.effectivealtruism.org/). Un movimiento que aboga no solo por un altruismo con impacto real, sino por prevenir las tecnologías que pueden poner en peligro a la humanidad, una referencia a los desarrollos de inteligencia artificial que puedan acercarse o superar la inteligencia humana (AGI, por sus siglas en inglés). Obviamente, esto colisiona no solo con los últimos desarrollos de OpenAI, sino con la forma en que estos se han hecho públicos y su enorme impacto mediático. Todo ello, junto previsiblemente a los nuevos desarrollos que desconocemos, ha puesto en guardia a una junta que sencillamente ha creído que se iba demasiado lejos y demasiado deprisa. Y en cierta forma tenían razón porque Sam y Greg quieren básicamente, cambiarlo todo.

La innovación vendrá de otros desarrolladores que usarán esta tecnología para aplicarla a mil usos diferentes y es allí donde radica la creación de valor

La que parece fue la espoleta que desencadenó toda esta serie de acontecimientos fue el proyecto Q* (Q star) que conseguía ampliar las capacidades de razonamiento alcanzando niveles de competencia en matemáticas similares a los de un graduado en la materia, resolviendo problemas singularmente complejos. Sin embargo, también se ha hablado de otras tecnologías como RAG (Generación de Recuperación Aumentada, por sus siglas en inglés), que permiten aumentar las capacidades del modelo usando búsquedas contextuales y no solo con los pesos de entrenamiento. Hay un consenso en que los modelos de lenguaje tienen aún unas perspectivas de evolución amplias tanto en su eficiencia como en sus capacidades.

Y ahora, ¿qué?

La primera evidencia del día después de OpenAI es la composición del propio board. A él se han incorporado Larry Summers, el controvertido presidente de la Universidad de Harvard y posteriormente secretario del Tesoro con la administración Clinton. Summers es un economista muy poco partidario de la regulación a quien se señala como en parte culpable de la crisis financiera del 2008 por su activismo en contra de la regulación de los derivados financieros. Sus opiniones sobre los porqués de la falta de representatividad de la mujer en los puestos universitarios más relevantes en ciencia y tecnología también han sido muy controvertidas y han dado mucho de qué hablar. Otro de los entrantes en el board de OpenAI es Bret Taylor, ex CEO de Salesforce. Bret fue quien integró en Google la tecnología de Where2 en lo que hoy conocemos como Google Maps. Ha sido CTO de Facebook y Chairman de Twitter y lideró la adquisición de Slack por parte de Salesforce.

Es, como vemos, un board muy diferente en todos los aspectos al anterior. Muy alineado con las grandes multinacionales del sector y con amplios contactos con la administración.

¿Qué podemos esperar? Si hasta ahora algunos pensaban que OpenAI había ido rápido, probablemente no hemos visto nada, ahora irá mucho más rápido y más orientado al negocio.

La mano de Satya Nadella y de Microsoft en el diseño de esta nueva organización parece evidente y obviamente rompe con la anterior y se alinea con sus intereses.

Lo siguiente en OpenAI

Justo antes de que pasase todo esto OpenAI anunció la creación de una plataforma donde terceros podrían ofrecer GPT especializados, obteniendo ingresos con ello. También anunció los asistentes que ofrecerían no solo información, sino también realizar acciones en nuestro nombre.

Este es un paso importante para OpenAI. Al igual que Apple ganó a Nokia compitiendo no con el dispositivo sino con la plataforma con base en el valor que añadían no unas cuantas, sino millones de aplicaciones, OpenAI va a hacer lo mismo. Buena parte de la creación de valor vendrá del universo de aplicaciones, no solo del propio ChatGPT.

El siguiente vector de crecimiento vendrá de los nuevos desarrollos como el proyecto Q* que mencionábamos y los que ya están en marcha como los complementos y la conexión a internet. Sin duda aquí veremos muchas sorpresas.

Pero el tercer vector de crecimiento es quizás el más importante. Hasta ahora hemos visto un primer grupo de innovaciones, pero la innovación es recombinación y usos diversos. La innovación vendrá de otros desarrolladores que usarán esta tecnología para aplicarla a mil usos diferentes y es allí donde radica la creación de valor.

Esto no ha hecho nada más que empezar, y la transformación social que vendrá de la innovación, prácticamente no ha ni empezado.