Ocho millones de catalanes, una sanidad pensada para seis

- Rat Gasol
- Barcelona. Martes, 9 de septiembre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 4 minutos
La muerte de una paciente psiquiátrica en un box de urgencias en el Hospital de Terrassa el pasado 22 de agosto de 2025, después de más de cuarenta y ocho horas esperando una cama, no es solo una tragedia personal que sacude conciencias. Es el reflejo de un sistema sanitario que ya no puede sostener más parches, un sistema que arrastra décadas de infrafinanciación y que se ve abocado al colapso en medio de una paradoja demográfica: construimos una sanidad para la Catalunya de los seis millones, pero la realidad de hoy es que atendemos a más de ocho y que, sin preparación, nos encaminamos hacia los diez millones.
Lo que hasta ahora se sostenía con el sacrificio y el heroísmo de los profesionales ya no se aguanta por ningún lado. La presión demográfica, el aumento de enfermedades crónicas y la crisis de salud mental forman un triángulo insostenible sin un cambio de paradigma.
Cuando ponemos la lupa sobre el peso económico de la sanidad, la desigualdad se hace evidente. El presupuesto de salud de la Generalitat en 2023 fue de unos 12.600 millones de euros, el equivalente al 6,1% del PIB catalán. Si añadimos el gasto privado, la cifra total se eleva a 17.500 millones, un 8,5% del PIB.
A escala estatal, España destina más de 92.000 millones de euros a sanidad pública, el 10,4% del PIB, y en países como Alemania o Francia este porcentaje ya supera el 11%. La diferencia aún es más manifiesta si miramos el gasto por habitante: mientras que en Catalunya apenas llegamos a los 4.400 euros anuales, Francia y Alemania superan los 5.000.
Las consecuencias sobre la productividad son igualmente demoledoras. Según el INE, el coste laboral medio por trabajador en Catalunya supera los 31.000 euros anuales, y las bajas por enfermedad común han aumentado más de un 30% en la última década. Cada jornada de baja cuesta entre 100 y 120 euros por empresa. El absentismo por motivos de salud ya representa más del 6% de las horas laborales pactadas, con un impacto económico estimado superior a los 4.500 millones anuales. Retrasar diagnósticos o aplazar visitas especializadas no es solo un grave problema clínico: es un freno económico que debilita la competitividad, erosiona el tejido empresarial y acelera la fuga de talento.
Ante la proyección de la Catalunya de los diez millones, la pregunta que deberíamos hacernos no es “¿cuántos seremos?”, sino “¿en qué condiciones viviremos?”
El precio en salud es igualmente punzante. Las listas de espera acumulan decenas de miles de pacientes: casi 45.000 personas para una resonancia magnética y más de 30.000 para una ecografía abdominal. Especialidades como urología y dermatología acumulan más de seis meses de demora.
En salud mental, las primeras visitas de psiquiatría infantil y juvenil superan los 45 días, y los seguimientos se dilatan hasta la ineficacia clínica. Mientras tanto, la mortalidad evitable —aquella que no debería producirse si la atención fuera óptima en tiempo y recursos— sigue siendo superior a la media europea, una señal inequívoca de que el sistema llega tarde. Cada demora se traduce en vidas que podrían haberse salvado.
El sistema funciona todavía gracias a la tenacidad de los profesionales, pero no podemos perpetuar una estructura basada en el agotamiento. Necesitamos, y con urgencia, políticas valientes que vayan más allá de poner dinero. Debemos repensar cómo utilizamos esos recursos. Priorizar la salud mental, reforzar la enfermería y la atención primaria, y entender que la digitalización es la única palanca capaz de multiplicar la eficiencia de los recursos existentes.
Catalunya dispone de un ecosistema innovador que, con el apoyo político adecuado, podría transformar radicalmente la atención sanitaria del país. Tenemos ejemplos como Mediktor, una startup de Barcelona que ha desarrollado la primera herramienta de triaje clínico con inteligencia artificial validada a escala mundial y que permite orientar a los pacientes hacia el nivel de atención más adecuado, reduciendo visitas innecesarias a urgencias; IOMED, que estructura datos clínicos hospitalarios para hacerlos útiles para la investigación y la gestión; o Llamalítica, que aplica análisis avanzado de datos para anticipar la demanda asistencial y planificar mejor los recursos disponibles.
Pero el talento catalán es aún más rico y dinámico. Tenemos Time is Brain, que con su dispositivo portátil BraiN20® monitoriza en tiempo real la actividad cerebral de los pacientes con sospecha de ictus; SocialDiabetes, con una aplicación que ayuda a las personas con diabetes a gestionar la glucosa y el tratamiento de forma autónoma; HiSmart, que hace un seguimiento remoto de pacientes con riesgo cardiovascular... La lista es tan larga que me sería imposible encajarla en un solo artículo.
En ningún caso pretendo hacer publicidad de nada, al contrario. Pero quiero constatar, y con rotundidad, que tenemos talento y soluciones aquí, en casa nuestra, y que solo necesitamos el apoyo y la visión política para escalarlas dentro del sistema.
El tiempo de los parches ha concluido: es el momento de entender que la salud no es un gasto, sino el fundamento del progreso
La digitalización no debe ser una palabra vacía. Debe ser una estrategia integral para liberar a los profesionales de tareas burocráticas, agilizar el análisis de resultados y crear circuitos inteligentes que hagan sentir al paciente acompañado. Gestionar millones de datos con inteligencia artificial no significa sustituir médicos, sino dotarlos de más herramientas y tiempo. Significa empoderar al paciente para que no se sienta desamparado. Y apostar por soluciones locales no solo resuelve problemas, sino que genera retorno económico, crea empleo cualificado y refuerza la soberanía tecnológica de Catalunya.
De la misma manera, es necesario superar de una vez por todas los recelos y asumir que la colaboración plena y transparente entre salud pública y privada es imprescindible y necesaria. La sanidad pública no puede asumir sola la carga demográfica, y la privada no puede sustituir el principio de universalidad que solo garantiza el Estado. Conjuntamente, sin embargo, pueden compartir datos, protocolos y recursos para generar un sistema híbrido que ponga a la ciudadanía por delante de las trincheras ideológicas.
Cuando hablamos de futuro, a menudo llenamos la boca con palabras como innovación, investigación, educación o industria. Pero olvidamos que todas ellas dependen de una condición previa: la salud de la ciudadanía. Sin salud, no hay talento que aguante, ni investigación que prospere, ni educación que arraigue. Ante la proyección de la Catalunya de los diez millones, la pregunta que deberíamos hacernos no es “¿cuántos seremos?”, sino “¿en qué condiciones viviremos?”.
La muerte en Terrassa nos recuerda que el sistema ya no admite maquillajes. Cada vez que una persona espera meses por una prueba, cada vez que una persona con riesgo de suicidio queda abandonada en un box, el sistema emite un diagnóstico silencioso: diagnostica desigualdad. Y esa desigualdad es el riesgo más grande para la cohesión social y el futuro económico del país. Si realmente aspiramos a ser una economía competitiva, resiliente e innovadora, la primera inversión debe ser en salud. No hay ninguna otra infraestructura más determinante.
El tiempo de los parches ha concluido: es el momento de entender que la salud no es un gasto, sino el fundamento del progreso.