Tres años y medio después del estallido de la pandemia, es buen momento para hacer balance de la evolución del mercado laboral. A nivel estatal, la cifra histórica de más de 21 millones de ocupados según la Encuesta de Población Activa (EPA) nos muestra la resiliencia de la economía, si bien la opacidad hacia las cifras de contratos fijos discontinuos que no están activas pone un matiz que no convendría ignorar. El hito alcanzado también habla catalán porque, por primera vez, el número de ocupados crece por encima de los 3,6 millones, más de un 5% antes qué el COVID-19 trastocara todos los escenarios económicos existentes.

La buena salud mostrada por el conjunto del mercado laboral viene de la mano de transformaciones profundas al mundo del trabajo. Muchas tendencias previas se han visto afianzadas pero otros elementos emergentes también han caracterizado la tendencia reciente. Probablemente el más significativo sea el efecto favorable en las oportunidades de empleo que están teniendo las actividades económicas que lideran el proceso de digitalización. Los datos de afiliación en la Seguridad Social nos muestran como las actividades científicas y de ingeniería o las vinculadas al audiovisual, la programación, las telecomunicaciones, la consultoría u otros servicios empresariales han tenido un mayor protagonismo que en el pasado. Pero también tiene su efecto positivo el cambio de orientación en favor de las políticas de creación de empleo pública en ámbitos como la salud, la educación o los servicios sociales que hemos observado una vez superada la pandemia. No es poca cosa, porque uno de cuatro nuevos puestos de trabajos creados ha estado en alguna administración pública. Finalmente, los cambios en la regulación laboral también han dejado sentir su peso, con una reducción de casi nueve puntos en la tasa de temporalidad hasta el 17,3% del trabajo asalariado, por encima de todavía de la media europea. El mercado laboral también habla pues de política.

Son factores que están condicionando las cifras de empleo y que conviven al mismo tiempo con la aceleración de algunas tendencias previamente existentes. Tal vez la mas significativa sea la intensidad brutal en la demanda del trabajo más cualificado. Es un fenómeno común a las principales economías del mundo, porque las personas más preparadas son las que se complementan mejor con las nuevas tecnologías, aprenden más fácilmente los nuevos conocimientos requeridos y se adaptan más rápidamente a los cambios organizativos que las empresas necesitan. Este efecto era uno de los más previsibles del cambio tecnológico digital, que nos ya avisaba de una mayor polarización laboral, que estaría relacionada con los requisitos de calificación y la estructura de los tipos de empleo.

Pero la magnitud del cambio es desproporcionada, porque el 46,3% de las personas que hoy tienen trabajo al conjunto del Estado disponen de estudios superiores. Según la Encuesta de Población Activa, en Catalunya su peso ya llega al 49,3%. Debe don, porque son cifras sin comparación posible en la Unión Europea y resultan sobre todo en un proceso persistente de desajuste laboral, con un desplazamiento a la baja del trabajo más cualificado a lo largo de la escala ocupacional. La poca atención que durante mucho tiempo hemos otorgado en los estudios intermedios tiene buena parte de culpa. Y en el vagón de detrás todavía se queda un millón de personas con dificultades persistentes para alcanzar un empleo de trabajo. En la era de la inteligencia artificial oiremos hablar de un paro estructural de raíz tecnológica.

De esta manera, se puede afirmar que aunque el aumento de las oportunidades de ocupación y la nueva reforma laboral han reducido la precariedad del trabajo y evitado la pérdida de calidad de las condiciones laborales en algunas actividades económicas, los avances en la digitalización no han conseguido hasta el momento evitar la persistencia de un proceso de segmentación laboral. Esta dualidad del mercado de trabajo obviamente tiene que ver con el nivel educativo pero hoy en día todavía está asociado también al género, la edad y la nacionalidad y tiene mucho que ver con los trabajos desarrollados por cada uno de estos colectivos.

Para acabar, un punto de esperanza. A pesar de la persistencia de distorsiones al mercado laboral, también es cierto que las actividades industriales y de servicios con un mayor nivel de digitalización están mejorando sensiblemente las oportunidad de trabajo y ocurriendo viveros de empleo para las mujeres y jóvenes al conjunto del país. Esta influencia positiva se percibe de forma más nítida en aquella parte del territorio donde la inversión en ciencia y tecnología es más elevada y donde se dispone de una diversidad de actividades económicas más amplia. En un mundo cada vez más acondicionado por las tecnologías digitales, y con respecto al trabajo humano, los aspectos vinculados a la geografía económica y su influencia en la innovación empresarial parece pues que todavía tienen su peso.