Me ahorraré la famosa cita que invitaba a los españoles a no inventar. Si la empezamos a desterrar como ocurrencia histórica igual podemos empezar a pensar en todo lo contrario. España no destaca en las cifras de investigación global. Las mejoras en nuestros programas e inversiones en I+D progresan demasiado lento, ¿no acabamos de creer en la apuesta por la ciencia y la investigación? 

España en 2021, según el INE, invirtió el 1,43% del PIB en I+D, ante una media de la UE del 2,2%, y muy lejos del 3,14% de Alemania, del 3,45% de los EE.UU., del 4,81% de Corea del Sur o el 5,4% de Israel. Los países que apuestan por la investigación son los que también lideran la innovación y la mayor parte de los indicadores de competitividad y calidad de vida que nos interesan

Como con tantas cosas en nuestra resiliente sociedad, cuando nos ponemos no lo hacemos mal. Muchos investigadores españoles aquí y, sobre todo, fuera, por falta de apoyos en su propio país, consiguen destacar y situar sus trabajos en puestos relevantes. En algunos campos como el de la medicina, la base desde la que trabajar es excelente por la fortaleza del sector púbico hospitalario. Nuestras universidades, aunque compiten con dificultades con las mejores del mundo, no han abandonado del todo la defensa de posiciones globales dignas, y el país es capaz de atraer mucho talento. Así que, aunque no parezca que nos esforzamos demasiado, la probabilidad de remontar sigue existiendo. En términos futbolísticos se podría decir que, a pesar de haber perdido el tiempo, estamos a unos puntos de la salvación. 

Algunas experiencias singulares, como el programa Icrea del Dr. Andreu Mas-Colell, son buenas prácticas de referencia no solo nacional sino global, y a pesar de los recortes y las dificultades siguen dando excelentes resultados. 

La mayor parte de los países que más admiramos coinciden con los que apuestan por la investigación, es decir, por el talento, por el conocimiento puro. Es una cuestión de sensibilidad, también, pero no solamente, denota estrategia y que se ha entendido que la investigación aporta muchos atributos positivos a la sociedad y a la economía. 

Ya nadie discute las virtudes de la innovación. Tampoco es que vayamos sobrados, pero la hoja de ruta, o al menos el convencimiento de la relevancia de innovar, ya forman parte de las asimilaciones internas de todo agente económico, como ir al gimnasio o cuidar lo que comemos. Así que el primer argumento para apostar por la investigación es que es el mejor camino hacia la innovación. La transferencia tecnológica en España es una asignatura eternamente pendiente, en la que progresamos lentamente. Como el deep tech será una de las siguientes tendencias inversoras, o ya lo es, probablemente la demanda acelerará la transferencia y los ejercicios voluntarios hechos desde el push (empujando la transferencia desde dentro del sistema de investigación) y no del pull (traccionando desde la demanda, desde el mercado) verán aligerado su esfuerzo y podrán avanzar. Pero la necesidad, innegable, de promover la transferencia nos ha llevado, en ocasiones, a solo valorar la investigación enfocada a resultados empresariales.

La virtud de la investigación, la I, o la I+D, pero especialmente la I, pura, rotunda, sin más, no está generalmente aceptada. El argumentario en ocasiones es simplón: que sin incentivo económico la pertinencia de la investigación es cuestionable. La investigación tiene capacidades propias para ser evaluada y bien gestionada, sin necesidad de referirse únicamente a la transferencia generada. La investigación, pura, orientada a la calidad, con los mecanismos de evaluación y publicación que les son propios, es una actividad para defender y promocionar sin necesidad de solo verla bajo el ángulo de la transferencia tecnológica o la innovación derivada.

"La investigación no enfocada a la innovación permite trabajar terrenos fundamentales que algún día iluminarán nuestro paso, aunque hoy no salgan los números"

La investigación tiene grandes ventajas económicas en sí misma. Las sociedades en las que nos gusta proyectarnos, son economías investigadoras. Claro, luego vienen la transferencia y la innovación, pero fijémonos por un momento en las virtudes de investigar, sin más. El progreso de la ciencia no es una causalidad enfocada a un primer producto viable, es un bien en sí mismo. La agregación de conocimiento y resultados construye cimientos de avances a todos los niveles en el futuro. Es un pilar básico del progreso de la civilización, la aplicación del conocimiento puede tardar, venir más adelante, pero el conocimiento en sí es el terreno fértil donde progresamos. La investigación es talento, y atrae talento. El talento llama a otro talento, a trabajar con ellos, cerca de ellos, casados con ellos. Y una cualidad curiosa del talento, no solo atrae a iguales, también atrae a complementarios.

Las sociedades que hacen del talento su centro pronto consiguen atraer y retener a tecnólogos, investigadores, programadores, profesionales de alta cualificación, mezclados, sumando y multiplicando. Y el talento es el oro de nuestro siglo. Alrededor de los investigadores se generan actividades económicas de alto valor añadido, no por la bendita transferencia, solamente, sino por la lista de proveedores y servicios que trabajan para ellos y las inversiones que necesitan. La investigación consolida, refuerza y proyecta los espacios donde se produce: hospitales, universidades, empresas, fundaciones, centros tecnológicos... La investigación atrae mecenazgo, es decir, capta inversión privada para fines a largo plazo. Las causas atraen dinero, pero aún más los científicos brillantes. La investigación mira al futuro, a largo plazo. Con frecuencia la investigación no enfocada a la innovación permite trabajar terrenos fundamentales que algún día iluminarán nuestro paso, aunque hoy no salgan los números –es así, o ha sido así, con enfermedades durante tiempo abandonas como el Alzheimer y otras demencias, o la exploración del espacio y el universo-. Como la buena educación, que sin ella uno puede hacerse rico, pero marca la diferencia entre la civilización y la barbarie, la investigación es una señal de identidad de una sociedad, o una economía. Es invertir en el futuro de la humanidad, ¿en qué país queremos vivir? ¿En uno de mirada larga o en uno de mirada corta? Un país con una buena estrategia y una sensata visión de su futuro es un país que apuesta por la ciencia y la investigación, no pidiéndole solo resultados a corto plazo, sino dejándole que sea una apuesta a largo plazo.