El fenómeno ChatGPT ha implosionado el debate sobre la inteligencia artificial (IA). En pocos meses el tema ha salido de la división de los muy informados para ser una materia de máxima popularidad, el protagonista de innumerables diálogos, tertulias y artículos, y de no pocos titulares de noticieros en hora punta. Solo por esto, bendito sea. La luz y el taquígrafo les sientan bien a todos los asuntos de importancia. La síntesis destilada de todos los debates hasta el momento bien podría ser si creemos que la IA nos llevará al apocalipsis o a un nuevo nivel de progreso. Que el mundo va a cambiar nadie lo pone en duda y puede entenderse con un clic y una consulta fácil y accesible. Anticipar que será de nosotros ante tamaña revolución sí es un debate interesante, y probablemente sin fin.

El ludismo renace cada vez que algún avance tecnológico nos pone a prueba. Y con cada reedición, desde la primigenia máquina de vapor hasta la más reciente de las disrupciones, los grandes saltos tecnológicos han generado algún efecto negativo, en el empleo, en el medio ambiente, en los hábitos sociales, en la forma en que nos enganchamos a ellos… pero, en mi humilde opinión, todos y cada uno de ellos han permitido en resultado neto, progresar a la humanidad y alcanzar niveles de bienestar superiores.

La IA amenaza puestos de trabajo, el derecho a la información, incluso nuestra libertad. Cierto. Cuestiona los límites de la especie, su misma condición, puesto que emula casi todo lo que parece que nos define, creatividad incluida. Pero ante la pregunta de si el mundo en 20 años se parecerá al apocalipsis de Terminator o será un lugar con mayor calidad de vida y bienestar global en el que habremos avanzado en resolver lo que hoy parecen problemas irresolubles… Yo me decanto por lo segundo. Confío en que la disrupción tecnológica nos llevará en efecto neto a nuevas cimas de progreso global, como ha hecho siempre.

El debate actual es extremadamente positivo, porque genera sensación de alerta ante los riesgos, nos ayudará a regular mejor y a trabajar para contrarrestar los efectos negativos, aunque no los evitará. En la transición al cambio habrá perdedores, siempre los hay. Y la sociedad deberá trabajar duro porque, a la vez que, por un lado, alcanza niveles de progreso inimaginables y construye miles de nuevas oportunidades, por otro, es capaz de ayudar a los perjudicados a paliar el golpe, y reduce los tiempos y costes de la transición, para que los damnificados por la IA en términos generacionales sean los mínimos.

El cine dibuja futuros apocalípticos, porque las series sin acción y sobre gente que vive bien no tienen mucho éxito. Durante los años 50 y 60 el mundo occidental alcanzó los niveles de bienestar social más avanzados y sofisticados de toda la historia, a la vez que se disputaba la Guerra Fría… Seguro que hay más cine sobre espías tras el Telón de Acero que sobre el nuevo estado del bienestar en Suecia o la expansión de los electrodomésticos en los hogares americanos. No nos dejemos intimidar por las imágenes del cine de ciencia ficción y desastres, hay más gente trabajando para desarrollar la IA desde la positividad que malvados conspirando para destruir el mundo. Sabremos gestionar los retos que la nueva tecnología nos plantea. Desde Sócrates que sabemos que más importante que las respuestas son las preguntas.

La IA nos dará más y mejores respuestas para ahorrarnos tiempo y poder dedicarnos a plantear y resolver nuevas preguntas. Desaparecerán trabajos, otros cambiarán, pero se crearán muchos más nuevos. Reformaremos la manera de aprender y probablemente buena parte de nuestros hábitos cotidianos, pero crearemos nuevas capacidades de bienestar individual y colectivo. Por el camino tropezaremos, regularemos insuficiente o directamente mal, pero acabaremos obteniendo más que menos. Es lo que ha pasado con todas las disrupciones tecnológicas. La humanidad avanza a saltos imperfectos, disruptivos, a veces dolorosos, pero avanza, y progresa.

Los retos y las amenazas, como el estudiante que redobla el esfuerzo y el rendimiento con la adrenalina de la noche antes del examen, nos motivan, más que los consensos y los meta planes. Afirma Bill Gates que resolveremos los retos climáticos con tecnología, innovación e incentivos. El juego de incentivos nos hace muy imperfectos, muy necesitados de vigilancia y supervisión, pero funciona. La amenaza del covid nos unió para lograr una vacuna en tiempo récord. Nos gustaría pensar que una gran asamblea mundial bien avenida de hombres y mujeres bienintencionados pudiera resolver los problemas de la humanidad, pero la verdad es que no funcionamos así, avanzamos ante la amenaza de los cataclismos, de las disrupciones… Igual de vez en cuando jugamos demasiado con fuego, pero no hay que dejar de creer que superaremos los retos.

Las inversiones en desarrollar, aplicar, regular, entender, el nuevo mundo que se abre a nuestros pies equivaldrán a los de la máquina de vapor, la energía atómica, internet o cualquier otra disrupción que haya transformado el mundo. Nuestra vida será muy distinta en poco tiempo, pero no debemos temer que sea peor, sino soñar con que sea mucho mejor. Progresamos con la tecnología incluso cuando esta tiene impactos negativos, de hecho, siempre tiene impactos negativos. Tan cierto es que el resultado neto siempre suma, como que lidiamos con los inconvenientes. La IA no es un fenómeno ajeno a nosotros, somos capaces de construir todo tipo de implantes y de sustitutos parciales de nuestro cuerpo y para nuestra actividad, por supuesto vamos a emular nuestra inteligencia. Cometeremos algunas estupideces por el camino, y al final, aprenderemos para ser mejores.