La inteligencia artificial acelera: ganadores y perdedores

- Pau Vila
- Barcelona. Miércoles, 26 de noviembre de 2025. 05:30
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En Catalunya tenemos la suerte de tener un tejido asociativo empresarial particularmente denso. Desde patronales sectoriales hasta asociaciones empresariales locales y regionales, pasando por fundaciones y espacios de colaboración público-privada, los foros donde hacer análisis y compartir casos de éxito abundan. Por razones profesionales me toca asistir personalmente a un puñado de estos encuentros recurrentes, y últimamente –muy últimamente– se puede percibir un cambio: mientras que hasta hace muy poco se hablaba de inteligencia artificial como un elemento más de las conversaciones y con un punto de escepticismo o, como mínimo, de reconocimiento de sus limitaciones, ahora ha pasado a ser el hilo conductor de todos los encuentros y se aborda de manera totalmente seria y trascendente. No es que antes hubiera una ingenuidad colectiva, sino que ciertamente hace un año o incluso medio año había muchas más limitaciones en cuanto a los casos de uso reales y transformadores de la inteligencia artificial en las empresas. Aquello que tenía sentido como apoyo puntual, acotado a determinadas operaciones administrativas, repetitivas y a áreas concretas como la defensa jurídica o la redacción de documentos, está evolucionando a una velocidad vertiginosa hacia el corazón de la estrategia empresarial y aborda ya problemas de gran complejidad, transversales (técnicos, financieros, comerciales) y genera, como es comprensible, un gran nerviosismo.
El momento refleja el shock colectivo, al menos entre los directivos que participamos en estos foros, al darnos cuenta de que en cuestión de semanas van cayendo las fronteras de lo que se pensaba que era el perímetro de esta tecnología. Las empresas más avanzadas en la cuestión están automatizando la generación de estudios de mercado exhaustivos que proponen nombres de potenciales clientes concretos y reales, estimaciones del volumen de ventas realistas, estrategias temporales de expansión geográfica y estimaciones de costes precisas. Están renunciando a casi la totalidad de los servicios de defensa jurídicos, haciendo todos los contratos comerciales e impugnando todo tipo de disputas de forma automática, sin mermar la tasa de éxito en litigios.
Están incrementando en órdenes de magnitud la velocidad de desarrollo interno de software, lo cual abre enormes oportunidades: por un lado, disponer de software mucho más complejo y avanzado, al poder iterarlo a gran velocidad, pero al mismo tiempo disponer de un porcentaje más elevado de software a medida, que encaja precisamente con su modelo de negocio y funcionamiento interno, cosa que antes no era posible porque habría implicado tener un equipo de programadores de dimensiones colosales y muy alto coste. También están tomando mejores decisiones, por un doble efecto: por un lado, por el hecho de disponer de más y mejores datos –probad de lanzar la hoja de Excel más extensa que tengáis en mente a cualquier agente generativo y pedidle las principales conclusiones: son realmente buenos en esto. Pero, por otro lado, porque ahora tenemos el lujo de disponer, incluso las pymes, de asesores virtuales con un nivel de conocimientos elevado. Esto no sustituye la toma de decisiones humana, pero sí que mejora la calidad y permite romper la barrera del miedo en ciertas decisiones complicadas, porque se llena el vacío de no tener a nadie al lado que llegue a las mismas conclusiones. Finalmente, la relación entre administraciones públicas y empresa ha cambiado por completo: el habitual sistema de pedir memorias infinitas como filtro de acceso a autorizaciones y subvenciones ha saltado por los aires, porque hoy en día las memorias se escriben solas.
La IA no sustituye la toma de decisiones humana, pero sí mejora su calidad y permite romper la barrera del miedo en decisiones complicadas
Es evidente que este cambio de paradigma tendrá consecuencias: internamente, sobre la composición del tejido empresarial; en el ámbito global, sobre los flujos de comercio internacional. La inteligencia artificial se caracteriza por tener una pequeña barrera de entrada. Una barrera de entrada irrelevante para empresas medianas y grandes, en comparación con todas las posibilidades de una adopción plena: mejoran todas las áreas funcionales, con ganancias de eficiencia, de conocimiento y de agilidad. Pero una barrera lo suficientemente relevante para excluir a las micro y pequeñas empresas, que quizás no saben por dónde empezar ni qué herramientas utilizar. Por lo tanto, es previsible que se genere una polarización: quien queda por debajo de la pequeña barrera de entrada morirá en un contexto en el que sus competidores, que quedan por encima, aumentan a gran velocidad su eficiencia, competitividad y conocimiento. A nivel global, los países que tengan menos fricción para la adopción de estas tecnologías (probablemente todos menos los de la Unión Europea, con una tendencia enfermiza a regularlo todo) probablemente podrán aumentar las cuotas de exportación.
La naturaleza de esta tecnología, a diferencia de otras revoluciones tecnológicas pasadas como internet, la ofimática o la máquina de vapor, hace que sea particularmente exponencial: son sistemas de autoaprendizaje, y cuanto más sofisticados son, mayor es su grado de utilización, lo que permite un autoaprendizaje más rápido. Ante esta realidad, es ridículo pensar que la velocidad legislativa pueda estar alineada con el desarrollo tecnológico. Y, como no lo estará, lo mejor que nos puede pasar es que las administraciones eviten crear fricción, y todos juntos –sobre todo las micro y pequeñas empresas– dediquemos tiempo y recursos. Tal como pasó con internet, la ola no se detendrá: no surfearla implica ahogarse.