De la crisis financiera acá, hemos conocido numerosos episodios de escándalos financieros, malas praxis empresariales, ocultaciones de información a los pequeños accionistas, participaciones preferentes fraudulentas, cláusulas de suelo abusivas, chiringuitos financieros mal supervisados, gastos hipotecarios no sujetos a ley, comisiones bancarias inapropiadas o tarjetas revolving indignas, que a menudo dejan chamuscados a muchos consumidores de productos financieros.

Merce mucho la pena atender a lo que nos muestra el último estudio sobre el estado del conocimiento financiero en los países que forman parte de la Unión Europea. El análisis efectuado por la Comisión revela que los niveles de alfabetización financiera en nuestro Estado son muy limitados. Es un ámbito donde penosamente nos situamos por debajo de la media europea y muy lejos de las principales economías europeas. Menos del 20% de la población responde correctamente al menos a cuatro de las cinco preguntas de conocimiento financiero muy básico que fueron formuladas en la encuesta. Todavía más grave es el hecho de que casi el 30% de las personas encuestadas no contestan bien ninguna pregunta o solo aciertan una. La encuesta muestra cómo mayoritariamente las personas comprenden conceptos económicos básicos pero desconocen y malinterpretan su aplicación práctica a decisiones de inversión o endeudamiento.

Menos del 20% de la población responde correctamente al menos a cuatro de las cinco preguntas de conocimiento financiero muy básico formuladas por la Comisión Europea

La pobreza de conocimientos financieros adquiridos limita la capacidad de los individuos para invertir y tomar decisiones adecuadas, no solo en los mercados financieros, sino también en la gestión de la economía familiar. Un buen nivel de alfabetización financiera ayuda a contener las emociones y gestionar mejor el riesgo y el horizonte temporal, propiciando una inversión más rentable de los ahorros, una planificación más esmerada de la jubilación y unas decisiones de endeudamiento más sostenibles.

La mejora de la alfabetización en materia económica contribuiría a construir una sociedad más ilustrada financieramente, que gestiona mejor sus activos y pasivos en el día a día, confía más en las instituciones financieras, se aleja de los umbrales de pobreza y es menos dependiente de las políticas de bienestar social. En cambio, una incultura financiera tan extendida como la que sufrimos tendría que preocuparnos por los cambios que se avistan en un futuro próximo y porque ya tiene un fuerte componente generador de desigualdades.

La racionalización y búsqueda de eficiencia y rentabilidad del negocio bancario hace que cada vez más servicios financieros se proporcionen en formato digital y que los productos ganen en complejidad. El mix entre habilidades digitales y conocimientos financieros probablemente se convierta en un ámbito competencial crucial para la gestión adecuada de los recursos económicos los años que vendrán, sobre todo cuando pensamos en el atractivo de los criptoactivos entre la población joven y la inminente puesta en funcionamiento de monedas digitales por parte de los principales bancos centrales.

Invertir en formar a las personas en conocimientos financieros es un magnífico negocio para la sociedad y un buen instrumento para promover la inclusión. Si la edad de incorporación al mercado laboral se sitúa en el umbral de los 16 años, haría falta garantizar y acreditar que la etapa de Educación Secundaria Obligatoria se supera con un nivel de conocimiento financiero elevado. Dejar que las personas libremente adquieran estas competencias en el transcurso de su vida laboral y familiar y mediante varias fuentes de información, de calidad desigual, nos lleva al resultado actual. Solo una tercera parte conoce el concepto de interés compuesto, nada más el 15% sabe la relación existente entre los movimientos de los tipos de interés y el valor de la deuda pública, tan solo la mitad comprende la relación existente entre diversificación y riesgo y poco más del 60% entiende correctamente los efectos de la inflación. Que algunas de las consecuencias sean el exceso de confianza, la subestimación de los riesgos, la gestión ineficiente de las preferencias temporales o una participación excesiva en el mercado de las criptomonedas no nos habría de sorprender.

Nada más el 15% sabe la relación existente entre los tipos de interés y el valor de la deuda pública, y tan solo la mitad, la relación existente entre diversificación y riesgo

Tampoco nos tiene que desconcertar que los niveles de conocimientos financieros sean más elevados entre la gente que tiene más estudios y obtiene unos niveles de ingresos más elevados, en razón de la relación existente entre los dos elementos. Las personas con más progresión en el sistema educativo tenemos más oportunidades de formación y al mismo tiempo más opciones de acceder a un trabajo bien remunerado.

Más nos tendría que molestar el sesgo de género existente. Los niveles de alfabetización digital de la población femenina son significativamente inferiores. En parte a causa del funcionamiento del mercado laboral. El tipo de trabajo que ocupan las mujeres a menudo no requiere de habilidades muy complejas y su presencia dentro de los cargos directivos es todavía muy minoritaria. Todo hace que el aprendizaje de estas competencias durante su vida laboral sea menor que en el caso de los hombres. También porque están menos acostumbradas a adquirir conocimiento mediante los sistemas de aprendizaje informales, no formales o autónomos. Y porque, los hábitos culturales todavía pesan, hay quien todavía cede a otros miembros de la unidad familiar la responsabilidad principal en las decisiones de carácter financiero.

Todavía nos tendría que preocupar más el hecho de que el sesgo sea muy significativo en términos de edad. Obviamente, las personas más jóvenes han tenido menos oportunidades de aprender estos conocimientos en el transcurso de su vida laboral. Pero aquello que también nos revela es la escasa atención que se da a la formación de estas competencias en el sistema educativo. Los datos del último informe PISA han cuestionado la eficacia de las políticas educativas, por el retroceso en los conocimientos en matemáticas, lectura y ciencias haciendo que los responsables políticos y académicos, a toda prisa, remuevan recursos, contenidos y calendarios para detener la sangría. Sería bueno que tuvieran en cuenta también la alfabetización financiera, porque quien no sabe administrar su dinero siempre dependerá de otros. Y, como decía Nelson Mandela, la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.