La disonancia cognitiva es un fenómeno psicológico simple, pero profundo: se produce cuando una persona mantiene dos ideas incompatibles al mismo tiempo y debe ignorar o minimizar una de ellas para reducir el malestar. Por ejemplo, alguien que fuma, pero también cree que el tabaquismo mata. Para resolver ese cortocircuito, puede negar el peligro, justificarlo (“mi abuelo fumó y vivió 90 años”) o simplemente no pensar más en el tema.

Lo notable es que este mecanismo no se limita a los individuos. También opera a escala colectiva, especialmente en los sistemas de decisión política y en el discurso económico dominante. Hoy, esa disonancia colectiva gira en torno a la inteligencia artificial (IA).

La IA cambia todo: productividad, trabajo, defensa, educación, salud, ingeniería, programación, logística, comercio, banca. Y, sin embargo, está ausente de la conversación principal. Se la menciona como anécdota tecnológica, como accesorio o como amenaza lateral, pero no se la incorpora como el nuevo factor estructural que redefine las bases del sistema económico y social.

Los gobiernos discuten presupuestos de cientos de miles de millones para infraestructura física, educación tradicional, asistencia social, políticas migratorias. No hay una sola línea sobre la necesidad de adaptar el modelo fiscal, laboral, industrial o militar a una economía conducida por agentes no humanos. Se habla de envejecimiento poblacional como si la única respuesta posible fuera la llegada de migrantes, sin considerar que la automatización cubre porciones de esas tareas. Se habla de falta de productividad, pero no se conecta con la adopción o no adopción de sistemas inteligentes. Se discute crecimiento, como si todavía dependiera de aumentar la población activa. Es una conversación que quedó atascada en otro siglo.

La IA cambia todo: productividad, defensa, educación, salud, etc. Y, sin embargo, está ausente de la conversación principal

Incluso cuando se menciona la IA, se hace bajo el formato del problema: la energía que va a consumir, la regulación que necesita, los peligros que podría traer. No se la presenta como palanca central para rediseñar el Estado y el aparato productivo. En lugar de ser el eje de la estrategia nacional, aparece como una variable incómoda que es mejor dejar para más adelante.

Esto no es “el elefante en la habitación”. Es la habitación dentro del elefante. Su tamaño conceptual desborda todos los marcos actuales. Cambia la forma en la que se debe pensar la defensa, la educación, el empleo, la planificación urbana, la financiación estatal, la diplomacia, los impuestos. Y, sin embargo, la clase política, los think tanks tradicionales, gran parte de la prensa, e incluso muchos economistas, lo ignoran sistemáticamente. Siguen proyectando el futuro como si los próximos 20 años fueran una extensión lineal de los anteriores.

La gran obviación no detiene el cambio, solo garantiza que llegue de forma más caótica, más costosa y sin preparación previa

Este fenómeno tiene una explicación racional: cuanto más disruptivo es un evento, más costoso es para el sistema reconocerlo. Exige abandonar rutinas, modelos mentales, proyecciones, posiciones de poder. La IA genera una incomodidad estructural. Los políticos la evitan porque no saben cómo administrarla, los sindicatos porque amenaza sus bases, los economistas porque rompe sus modelos, y la prensa porque no tiene lenguaje para explicarla a escala país sin perder audiencia.

La gran obviación no detiene el cambio, solo garantiza que llegue de forma más caótica, más costosa y sin preparación previa. El problema es que ni siquiera se reconoce que hay que cambiar la pregunta.

Las cosas como son.