El pasado mes de octubre la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA) publicó un informe titulado ESG names and claims in the EU fund industry que, a mi modo de ver, retrata de forma fidedigna la enorme frivolidad con la que se ha tratado la conocida como inversión ESG (Environmental, Social and Governance), la que se rige por supuestos criterios ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo, hasta convertirla en un gran circo en provecho y, esto es también mi opinión, de gestores de fondos y en detrimento de los inversores. El informe señala el elevado nivel de postureo verde, de lavado de imagen, de greenwashing, que infecta todo este universo, en el que los criterios de marketing dominan y eclipsan a cualquier criterio sensato de inversión.

Lo primero que llama la atención del informe de la ESMA es la afirmación categórica, real, pero eclipsada de forma sistemática por la enorme tribu que vive alrededor de este concepto mágico de inversión ESG, de que “no existe todavía una definición regulatoria de la UE respecto a qué es un producto de inversión ESG”. Lo que nos lleva a determinar que los más de 5.000 fondos de inversión que se comercializan en la UE con alguna alusión ESG carecen de referencia real que la justifique y el asignarle esos atributos ambientales, sociales o de buena gobernanza es responsabilidad exclusiva de sus gestores.

Los autores del informe hacen referencia al Reglamento de Divulgación de Finanzas Sostenibles aprobado por la UE en 2021, con los ampliamente difundidos artículos 8 y 9 que establecen dos categorías de fondos en función de su implicación ambiental. Aseguran que esa distinción ha sido manipulada y bastardeada por los gestores de fondos para presentarla como una calificación real del grado de compromiso ambiental de esos fondos, unos más verdes que otros en la práctica, cuando en realidad esa distinción hace referencia exclusivamente a las exigencias de información que deben asumir los gestores de esos fondos, sin que se puedan adjudicar etiquetas de sostenibilidad a ningún fondo.

El informe lamenta que la información que manejan los gestores de esos fondos en la relación con sus clientes es extraordinariamente difusa y genérica, siendo mínimos los casos en los que se alude a alguna condición ambiental concreta, como el nivel de emisiones de carbono, huella cero o similares. En cuanto se incluye en el nombre de un fondo de inversión alguna referencia ESG se dispara exponencialmente el riesgo de que en su comercialización se pongan en marcha estrategias ligadas directamente al greenwashing, aseguran los autores del informe.

El inversor está desprotegido, no tiene ni idea de cuál es el destino real de su dinero al confiar en un sistema con estas características. ¿De verdad cree que su dinero acaba en valores de empresas sostenibles? Pues sepa que en realidad está jugando a la lotería y que puede que le toque un fondo más o menos sostenible u otro que no lo es en absoluto. El informe de la ESMA recoge el dato, poco divulgado, de que, considerando a los tres principales proveedores de datos del universo de la inversión ESG, solo coinciden en aplicar la misma etiqueta de sostenibilidad a un activo de inversión en el 20% de los casos. No hay quien coincida en determinar quién o qué es sostenible o no a nivel de inversión y, por lo tanto, cualquier opinión es válida. Y eso, en temas de inversión, como todos sabemos, es muy peligroso. Dada la ingente cantidad de dinero que se invierte en esta categoría, el asunto no me parece ya demencial, sino lo siguiente.  

El inversor está desprotegido, no tiene ni idea de cuál es el destino real de su dinero al confiar en fondos de inversión que inlcuye alguna referencia ESG

La preocupación por el cambio climático y sus consecuencias, el compromiso por implicarse en acciones para revertir sus efectos negativos, el buenrollismo y el buenismo, así como el encadenamiento emocional a lo políticamente correcto que abundan en nuestra sociedad, han sido aprovechados por buena parte del sistema financiero para impulsar de forma artificial una demanda de inversión en activos sostenibles que satisfaga esas inquietudes y que ha conseguido atraer cifras milmillonarias. Esa demanda existe; lo que no existe es la oferta correspondiente. ¿Alguien conoce una empresa, un activo de inversión, con altas cualificaciones ambientales? Esta pregunta la planteó un ponente en un reciente Foro Social Investor celebrado en Madrid con participación de diversos especialistas. Hubo un consenso en señalar con esas características a una empresa como Nvidia, el fabricante de chips de última tecnología y básicos para el impulso de la inteligencia artificial. Pues resulta, señaló el ponente, que Nvidia está destrozando montañas en África para obtener los materiales con los que fabrica sus superchips. Eso pasa con la sostenibilidad; que el que la tenga toda y merezca nuestro dinero que levante la mano. El informe de la ESMA, a pesar de su carga crítica, no reniega de la idea de inversión ESG, pero recomienda que un fondo de inversión que aspire a esa categoría debe incluir un 80% de activos verdaderamente sostenibles. Visto el caso Nvidia, a ver quién los encuentra.

No existe oferta de activos de verdad sostenibles y todo este tinglado de la inversión sostenible es, en consecuencia, insostenible. Así que ya es hora de poner un poco de sensatez. Los inversores no necesitan susurros al oído o que les den palmaditas en la espalda para estimular su compromiso ambiental y captar así su dinero; ni es necesario tranquilizar sus conciencias en este sentido para que abran sus cuentas corrientes. La inversión no necesita atributos nuevos como los de la ESG cuando ya dispone de la RRL de toda la vida. Y hablo de algo tan básico, vital e insustituible en la inversión como el Riesgo, la Rentabilidad y la Liquidez.

No necesitamos inversión sostenible, sino generación sostenible de productos y servicios y luego que cada uno invierta como quiera. Y ya puede darse prisa la Comisión de la UE para poner en marcha la Directiva de Diligencia Debida de Sostenibilidad Corporativa (CSDDD) que debe fijar con claridad cuáles son los criterios de sostenibilidad ambiental, de cuidado social y de buen gobierno corporativo con los que deben diseñarse, producirse y colocarse en el mercado comunitario todos esos bienes. Eso clarificaría enormemente la cuestión y ayudaría a terminar con este gran circo que se ha montado. No podemos seguir con este tinglado, insisto en denominarlo así, que está llegando a límites de absoluto ridículo.

En los primeros días, el pasado mes de octubre se celebró en Málaga una Global Impact Summit. La inversión de impacto centró todos los debates. La definen como aquella que busca generar un impacto positivo invirtiendo en iniciativas ambientales y sociales de relevancia. ¡Inversión de impacto! ¿Qué es eso? ¿Otra pista que añadir al circo de la inversión sostenible? ¿Otro espacio para impulsar el postureo y el greenwashing? ¿Se puede ser sostenible e impactante a la vez? ¿En qué invertimos, en sostenibilidad ambiental o en impacto ambiental? ¿La ESG es impactante? ¿Qué miedos, recelos o preocupaciones hay que estimular en un inversor para que decida que su dinero tenga una repercusión impactante pero diferente de la sostenible? ¿Qué buscan, filántropos o inversores?

No necesitamos inversión sostenible, sino generación sostenible de productos y servicios y luego que cada uno invierta como quiera

Todo circo necesita múltiples artistas: acróbatas, malabaristas, trapecistas, contorsionistas, equilibristas, payasos, magos y hasta tragasables. El circo de la inversión ESG también los tiene. Lo mismo que el circo de la inversión de impacto, faltaría más. Un universo de gestores, analistas, asesores, consultores, publicaciones de todo tipo, suministradores de datos, creadores de rankings, promotores de cumbres, congresos y eventos de toda clase, agrupaciones patronales, cátedras, redes sociales, espacios mediáticos, páginas web, creadores de ecosistemas y demás tragasables mantiene activo el sistema. Un sistema de intereses creados, ajenos al de los inversores, que provoca que la vuelta a la sensatez sea un poco más compleja y se mueva con lentitud. Pero no hay otro camino. Hemos vivido, y aún nos queda por vivir, una auténtica fiebre del oro con esto de la inversión ESG. Sabemos lo que ha pasado con todas las fiebres del oro que ha habido. Pocos mineros se hicieron ricos; los que sí se hicieron ricos fueron los que vendían herramientas a los mineros. Pues en esta fiebre ESG igual

Lo que me da rabia es que, al final, quien devuelva las cosas a su sitio y acabe con este tinglado sea el mercado financiero norteamericano, dominado por una altísima, y un poco primitiva, carga ideológica que ha puesto en solfa toda referencia a criterios ambientales y sociales en cuestiones de inversión. Anatema total para todo lo que sea inversión ESG. La inversión, sostienen, solo debe buscar la rentabilidad y cualquier desviación climática o social es pura traición al inversor y a su dinero. En lo que va de año, los inversores aceleran su huida de los mercados de deuda ESG, que acumulan más de 1,5 billones de dólares en préstamos vinculados a cuestiones ambientales y sociales. La agencia de información financiera Bloomberg señala que la inversión en este tipo de activos financieros ha caído un 80% en lo que va de año. Los banqueros norteamericanos tienen pánico al riesgo de greenwashing que impera en todo lo concerniente a la ESG. El próximo año vencen activos financieros por 180.000 millones de dólares ligados a préstamos ESG y hay una búsqueda desesperada de coberturas para hacer frente a los más que previsibles riesgos de incumplimiento de esos compromisos ambientales y sociales ligados a esos activos. Por aquí vendrá el colapso de este circo.