El fin del ego: la inteligencia artificial clausura la competencia

- Mookie Tenembaum
- Asunción (Paraguay). Viernes, 13 de junio de 2025. 05:30
- Actualizado: Viernes, 13 de junio de 2025. 13:06
- Tiempo de lectura: 2 minutos
En antiguos escritos rabínicos aparece una idea contundente: “El celo entre sabios aumenta la sabiduría”. La frase pertenece a la Guemará, parte de los grandes cuerpos de discusión que los sabios del mundo judío desarrollaron en Babilonia hace más de mil quinientos años. No se trataba de una visión espiritual, sino de una observación pragmática: cuando las personas compiten entre sí, se esfuerzan más, investigan más, corrigen errores y empujan los límites del conocimiento. Esa tensión entre individuos, guiados muchas veces por el deseo de sobresalir, era el combustible del progreso.
Con el tiempo, esta lógica se convirtió en el principio estructural del sistema capitalista. El mercado moderno se edificó sobre la competencia. El éxito de una empresa, de una universidad, de un país, dependía de cuánto mejora en relación con otros. Y esa evolución nacía de la exigencia: si yo no avanzo, el otro me pasa por encima. Así se aceleraron los descubrimientos, se abarató la producción, se sofisticó la tecnología y se expandió el conocimiento humano a una escala sin precedentes.
Lo que la Guemará había intuido siglos antes, lo confirmó la historia económica moderna: la competencia era la única vía real hacia el avance
Los países que se apartaron de esta dinámica —los sistemas comunistas, por ejemplo— impusieron el desarrollo desde la centralización y la uniformidad. Fracasaron porque eliminaron el incentivo central del progreso: la necesidad de superarse frente a otro.
Lo que la Guemará había intuido siglos antes, lo confirmó la historia económica moderna: la competencia era la única vía real hacia el avance. No una entre varias, sino la única. Donde no había competencia, no había progreso.
Pero ahora todo esto cambia. Con la llegada de la inteligencia artificial, por primera vez en la historia, aparece una fuente de conocimiento que no necesita competir para avanzar. Un sistema que no tiene ego, que no desea ser mejor que otro, que no siente orgullo ni frustración. Las inteligencias artificiales no rivalizan entre sí, no tienen voluntad de destacarse y aun así producen resultados más veloces, más precisos y más amplios que cualquier equipo humano en competencia.
Se abre un nuevo tiempo, donde el conocimiento avanza sin necesidad de lucha
Este fenómeno marca un corte histórico. Ya no es el ego el que impulsa el saber. El deseo de “ser mejor” pierde su rol central. Eso no significa que el ego deje de estar en el corazón del progreso. Lo que antes necesitaba tensión emocional, ahora ocurre por puro cálculo lógico.
Asistimos al fin de una era. El mercado nació del enfrentamiento entre talentos. La inteligencia artificial nace de la neutralidad entre sistemas. Y con ella, se apaga el motor más antiguo del desarrollo humano: la necesidad de ser más que otro. Se abre un nuevo tiempo, donde el conocimiento avanza sin necesidad de lucha.
Las cosas como son.