Afirmaba Aristóteles que la virtud se encuentra en la moderación y la prudencia. Si bien este axioma no sería necesariamente aconsejable en algunos de los ámbitos más estimulantes de la vida, es perfecto a la hora de elaborar proyecciones económicas.

La última semana del primer mes del año viene cargada de datos económicos que invitan a hacer balance del ejercicio pasado y, al mismo tiempo, ofrecer pronósticos apresurados sobre lo que ocurrirá durante el año en curso. Trimestralmente, el Instituto Nacional de Estadística (INE) abre su hora bruja en tres jornadas matinales y nos proporciona noticias frescas en relación a lo que pasa en el mercado laboral, nos informa de la evolución de la economía y nos avanza cómo se comportan los precios. De la famosa trilogía EPA, PIB y IPC de finales de enero acostumbran a surgir todo tipo de análisis que a menudo van bastante más allá de explicar la realidad económica actual, porque la tentación de proyectar comportamientos pasados hacia escenarios futuros es demasiado irresistible. Es en estos periodos cuando solemos escuchar augurios triunfalistas o vaticinios catastrofistas. Este año no ha sido una excepción.

Pero estos últimos días de enero nos advierten que aquello que sucederá todavía tiene un poso de incertidumbre considerable. En el reciente Foro de Davos, punto de encuentro de las principales instituciones y organismos internacionales con las élites económicas, pusieron de manifiesto cuáles eran los principales riesgos percibidos. Aparte del traumático fracaso en la lucha contra la crisis climática, se dio mucha trascendencia a los efectos sociales y políticos del encarecimiento en el coste de la vida, tanto de la perspectiva de su impacto económico recesivo como desde la vertiente de la pérdida de cohesión social, de generación de polarización y de fragmentación geopolítica. Asumida la evidencia de que las tecnologías emergentes inducen más desigualdad y contienen riesgos de seguridad importantes, también genera recelo y miedo que las tensiones comerciales y el desacierto en las políticas económicas agraven las vulnerabilidades sociales existentes y dificulten la capacidad de responder colectivamente a los retos que existen. Aparte de si el diagnóstico es bienintencionado o interesado, si de lo que se trata es de gestionar las incertidumbres, hay que saber el pan que se da.

¿Qué nos dice la coyuntura económica? Los datos de la Encuesta de Población Activa del último trimestre del año nos confirmaron la desaceleración del mercado laboral, recogiendo la pérdida de intensidad en la creación de empleo ya detectada en las afiliaciones en la Seguridad Social en el mes de diciembre. La resiliencia del mercado laboral ha sido admirable, en buena parte debido a los cambios normativos y las medidas de estímulo fiscal. Han facilitado que la cifra de afiliaciones alcance valores históricos y se limite la caída del consumo familiar, a pesar de la fuerte pérdida de capacidad adquisitiva. Pero sus efectos se agotan y ahora se requiere el relevo de la inversión empresarial y del buen uso de los fondos Next Generation, porque incluso la escalada del empleo más cualificado parecería haber tocado techo. Si queremos anticipar lo que ocurrirá, habrá que estar muy atentos, pues, a la información que nos proporcione el mercado laboral.

La publicación de los datos provisionales de evolución del PIB nos adelantan un crecimiento económico moderado durante el tercer trimestre y una progresión del 5,5% en el conjunto del año, superior al previsto por casi todo el mundo. La vida de color de rosa, pero el informe trimestral presenta más rarezas que un perro verde. La economía crece durante el trimestre, aunque tanto el gasto en consumo final como las inversiones y las exportaciones retroceden. El avance del PIB se explica solo porque la bajada de las importaciones todavía es más importante y porque el sector público sigue dopando la economía. La máquina no se detiene ni va hacia atrás, pero se va quedando sin fuerza para seguir avanzando. Ahora bien, como el INE nos ha acostumbrado desde la pandemia a revisar notablemente los datos publicados provisionalmente, poco extraño sería que estas estimaciones cambiaran cuando se conviertan en parámetros definitivos. Estamos en manos, pues, de cómo se contenga la inflación, de cómo afecte la reapertura de la economía china a los precios de la energía, de cómo avancen el empleo y las rentas salariales y de cómo evolucionen nuestros principales mercados exteriores. Y en alerta máxima, porque Alemania, en la entrada del invierno, ha dado un primer paso hacia la recesión. Queda partido todavía...

Finalmente, el dato avanzado del IPC de enero nos confirma que la inflación sigue siendo una fiera muy difícil de domesticar. La inflación subyacente, auténtico referente de la política monetaria, escala hasta el 7,5%, casi dos puntos por encima del índice general. A pesar de las políticas de intervención en los mercados y la desaceleración económica, el alza de precios todavía no remite y las tensiones de costes afectan a toda la actividad productiva. Y esta es la encrucijada donde nos encontramos los límites y contradicciones de la política fiscal. Generosa y persistente, la acción de la política presupuestaria se ha vuelto indispensable para sostener la actividad económica y mitigar el episodio de inflación, pero cada nueva decisión de los bancos centrales va poniendo en duda la compatibilidad de las políticas fiscal y monetaria. Esta semana misma el BCE nos da una nueva colleja.

Cómodamente sentados en butacas lujosas, pero con un rictus un poco más tenso del acostumbrado, los líderes económicos defendían sin ninguna fisura sus actos y proclamas. Mientras los representantes de la Organización Mundial del Comercio advertían de los riesgos de la fragmentación de las cadenas de suministro y de la ralentización del comercio, las primeras espadas del Fondo Monetario Internacional y de los principales bancos centrales advertían a los gobiernos de la necesidad de reconducir las prioridades de la política fiscal en favor de inversiones promotoras de resiliencia económica, si se quiere evitar más aumentos de los tipos de interés. A su vez, los economistas próximos a la administración Biden defendían la necesidad de estimular la carrera competitiva para el desarrollo de las nuevas tecnologías verdes mediante el uso de subvenciones públicas. La música de fondo sugiere una mayor disciplina fiscal, pero también un cambio en los beneficiarios principales de sus políticas. Business as usual...