La ciencia ficción ha explorado bastamente nuestra fascinación por escenarios en los que una inteligencia creada por humanos se convierte en una amenaza para nuestra existencia. La literatura y el cine, en particular, han contribuido a diseñar un imaginario colectivo hacia las repercusiones de los avances en inteligencia artificial y robótica.

Con ayuda de los R2D2 o C3PO de Star Wars o el mítico HALL 9000 de 2001, pasando por los androides de Blade Runner, el VIKI de Yo, Robot, el JARVIS de Ironman o los TerminatorT-800, la sociedad ha ido avistando una serie de oportunidades y riesgos asociados a una lógica de comportamiento de las máquinas complejas no siempre compatible con los intereses humanos.

Las tres leyes de la robótica formuladas por Isaac Asimov abrieron un vivo debate de raíces filosóficas hacia los pros y contras de la interacción entre hombres y máquinas complejas. Las dimensiones éticas de esta convivencia futura tendrían que impregnar un despliegue normativo que hoy todavía está en mantillas. En cambio, la realidad palpable del cambio tecnológico hace más visibles y próximas algunas de las consecuencias imaginadas por la industria de los sueños.

El análisis económico no es ajeno a las repercusiones de las tecnologías emergentes. Lo hace con sentimientos contradictorios y desde una profunda ambivalencia. Domina la convicción de que los desarrollos tecnológicos actuales inducirán una sensible reducción en la cantidad y el tiempo de trabajo requerido en muchos empleos Incluso desaparecería una parte importante de los trabajos existentes. En esta visión, el proceso de automatización será imparable y convertirá en redundante parte del trabajo humano porque algunas de las habilidades y competencias demandadas serán replicadas de forma más eficiente con el uso de máquinas complejas. Se predice pues un futuro con más desigualdad y paro hasta el punto de conocer proyecciones que ponían en riesgo casi a la mitad de los trabajos existentes. Otras aportaciones, sin embargo, afrontan la desaparición del trabajo humano con más optimismo y una visión de la revolución tecnológica emergente como el avance hacia un futuro postcapitalista con automatización plena de los trabajos y en el que la humanidad se liberará de la pesada carga del trabajo.

¿En qué punto estamos? Los escenarios más apocalípticos se desacreditan porque solo atienden a los efectos de sustitución, ignorando la complementariedad existente entre el trabajo humano y la tecnología, la creación directa de trabajo en los sectores responsables de las innovaciones, la aparición de nuevas ocupaciones inexistentes o el aumento de demanda inducido por el crecimiento de las rentas. La investigación económica nos ha hecho saber también que las nuevas tecnologías desarrollan tareas rutinarias, repetitivas y fáciles de reproducir en un algoritmo, no sustituyen directamente ocupaciones. Se abre pues la oportunidad a reformular el contenido de los puestos de trabajo actuales con el uso de estas tecnologías.

Los escenarios más apocalípticos se desacreditan. El capitalismo acostumbra a encontrar la manera de reproducir el trabajo al paso del progreso tecnológico

Convendría ser conscientes, también, que el capitalismo acostumbra a encontrar la manera de reproducir el trabajo al paso del progreso tecnológico. Estas tecnologías han impulsado una fragmentación de la producción sin precedentes, hecho emerger una infinidad de nuevas tareas dentro de redes de valor muy complejas y llevar al mercado nuevos intangibles. Y, como la esencia del sistema es garantizar el consumo de las rentas generadas, constantemente se van creando nuevas formas de trabajo favorecedoras de un mayor rendimiento del capital invertido. Pensamos en el aumento de empleo en condiciones precarias de contratación o remuneración que tienen en la nombrada gig economy su exponente principal. Y no olvidemos que esta generación de tecnologías facilita tanto aumentos de productividad como el control del trabajo, abriendo la puerta a un cierto taylorismo digital.

El reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hacia las perspectivas sociales y del empleo en el mundo precisamente nos alertaba de la recuperación asimétrica en el mercado laboral y del deterioro de las perspectivas para crear trabajo decente. Como principales motivos podemos detectar obviamente los efectos de la pandemia y del conflicto bélico en Ucrania, pero sobre todo de la persistencia de unos elementos estructurales que refuerzan la dualidad de nuestro mercado laboral, con una clara segmentación con respecto a las condiciones de trabajo y los niveles de protección social. Por una parte, a causa del crecimiento de la economía informal o sumergida. De la otra, por el abuso en la contratación temporal, que va más allá de las características específicas del puesto de trabajo o las necesidades de flexibilidad productiva. Y, finalmente, por la vulnerabilidad y la precaria vinculación laboral de los trabajadores en algunas plataformas digitales.

Que la retórica hacia el ascenso de los robots y la pérdida de ocupaciones no nos haga distraer de los efectos hacia la calidad del trabajo. A la vez que disfrutamos de la ciencia ficción, cuidemos nuestras instituciones.