Como en toda revolución tecnológica, los avances traen consigo promesas de eficiencia, innovación y productividad, pero también despiertan profundas preocupaciones sobre el empleo, la justicia social y la dignidad humana. Esta inquietud no es solo de expertos técnicos o trabajadores desplazados. El recién electo papa León XIV, al asumir su cargo, advirtió que, al igual que la primera revolución industrial reconfiguró el mundo laboral, la IA plantea una amenaza al trabajo entendido como un derecho, y como expresión de la dignidad humana.

Su declaración no es trivial. Cuando el máximo líder de la Iglesia católica alerta sobre los riesgos de la IA para la justicia y el trabajo, sumado a los datos de contratación y despidos que arroja el sector privado, nos obliga a repensar el rumbo ético y político de la transformación digital que estamos viviendo. Porque el problema no es la IA en sí, sino qué tipo de sociedad estamos construyendo con ella. ¿Una que empodera a todos, o una que excluye aún más a quienes ya se encuentran en desventaja?

Brecha digital: la desigualdad antes del algoritmo

El grupo de trabajo “Garantía de inclusión y accesibilidad de IA en entornos laborales” del proyecto de investigación “cAIre” de OdiseIA y Google Charity, abordó esta problemática con especial mirada en los grupos vulnerables. Para comprender el impacto real de la IA, es fundamental partir de una verdad incómoda: millones de personas en el mundo ni siquiera tienen acceso a internet. Esta brecha digital no solo impide el acceso a herramientas básicas de comunicación y educación, sino que condena a vastos sectores a la irrelevancia digital.

La inteligencia artificial, sin conectividad, es un lujo distante. Así, antes de hablar de automatización o eficiencia, debemos reconocer que la IA puede ensanchar aún más las desigualdades existentes, al dejar fuera de sus beneficios a comunidades enteras. No podemos construir un futuro justo si buena parte del mundo ni siquiera puede participar en la conversación.

¿Inclusión o exclusión en el mundo laboral?

Según ellos avances del proyecto de investigación mencionado, en el entorno laboral, la IA tiene un doble filo: puede ser una herramienta poderosa para la inclusión, o una fuerza ciega que reproduce y amplifica los sesgos. Por un lado, los algoritmos bien diseñados pueden ayudar a eliminar prejuicios en procesos de contratación, evaluar el desempeño con criterios objetivos, y facilitar la accesibilidad para personas con discapacidades. Tecnologías como el reconocimiento de voz o los asistentes virtuales ya permiten una mayor participación de empleados con diferentes capacidades.

Pero este potencial solo se concretará si la IA se implementa con ética, transparencia y supervisión humana, de ahí que, tal como asevera el proyecto, las auditorias algorítmicas obligatorias sean vitales para esa implementación inclusiva. De lo contrario, corremos el riesgo de automatizar la discriminación. Si los datos con los que se entrenan los sistemas reflejan desigualdades pasadas —como ocurre con frecuencia—, la IA no hará más que perpetuarlas. Como advierte el proyecto cAIre, necesitamos marcos éticos sólidos que garanticen la responsabilidad (accountability) de quienes diseñan y aplican estos sistemas.

Hacia una IA inclusiva y humanista

Para construir entornos laborales inclusivos en la era de la IA, las organizaciones deben adoptar políticas activas de inclusión, accesibilidad y equidad. Esto implica invertir en formación digital, adaptar espacios y herramientas a personas con distintas capacidades, y fomentar la diversidad en todos los niveles jerárquicos. La inclusión no es solo un acto de justicia, sino una estrategia de innovación: equipos diversos toman mejores decisiones, retienen más talento y tienen mayor impacto social.

La inteligencia artificial no nos reemplaza del todo, pero nos descoloca. Desplaza el centro de gravedad del valor: desde el conocimiento técnico hacia la humanidad misma. Por eso, más que preguntarnos cómo competir con ella, deberíamos preguntarnos hacia dónde migrar como especie trabajadora y pensante. ¿Qué significa ser humano cuando las máquinas también escriben, razonan y resuelven problemas?

La respuesta no será inmediata, ni será igual para todos. Pero parece claro que estamos entrando en una nueva era donde el pensamiento ya no será monopolio humano. Y eso, lejos de vaciarnos de propósito, puede empujarnos a reconfigurarlo. Si dejamos que las máquinas sean máquinas, tal vez podamos, por fin, redescubrir lo que significa ser humanos. La pregunta que nos plantea esta revolución no es si la IA puede hacer el trabajo que hacen los humanos, sino a quién estamos dejando atrás mientras lo hace.