La economía de los cuidados ha dejado de ser un concepto marginal para convertirse en uno de los grandes temas estructurales de la agenda social y económica. En un contexto de envejecimiento acelerado, transformación de las familias, desigualdades persistentes y necesidad de consolidar un modelo de bienestar sostenible, este conjunto de actividades —tradicionalmente invisibles y a menudo no remuneradas— emerge como un auténtico motor de riqueza y cohesión. Y por eso celebraremos el 17 de diciembre una jornada para hablar de ello, conjuntamente con el Ayuntamiento de Barcelona y la Fundación "la Caixa". Puedes inscribirte para asistir en este enlace.

Cuando hablamos de economía de los cuidados hablamos de todas las actividades destinadas a sostener la vida cotidiana: desde la atención a personas mayores dependientes o niños hasta las tareas domésticas, la gestión del día a día de los hogares o el apoyo emocional y afectivo. A esta dimensión informal, que muchas veces recae en el ámbito familiar, se suman los servicios profesionalizados: atención domiciliaria, residencias, guarderías, entidades especializadas y todo el ecosistema emergente vinculado a la atención, el bienestar y la silver economy.

Su presencia es constante e imprescindible, pero no siempre visible. A pesar de ello, su impacto económico empieza a estar bien cuantificado. Catalunya es un buen ejemplo de este peso creciente: según datos del Observatorio Mujer, Empresa y Economía de la Cámara de Comercio de Barcelona, correspondientes a 2024, los cuidados informales a personas mayores representan un valor de 10.105 millones de euros anuales, el equivalente al 4,1% del PIB catalán.

También suponen, en conjunto, el apoyo de cerca del 11% de la ocupación del país, aunque la mayoría de esta ocupación no aparezca en las estadísticas laborales porque no es remunerada. Detrás de este volumen hay sobre todo mujeres: aproximadamente dos de cada tres cuidadoras no profesionales son mujeres, lo que evidencia el impacto de los cuidados en las trayectorias laborales, económicas y vitales del colectivo femenino.

Un sector que crecerá

Esta realidad, más allá de su peso económico, pone de manifiesto un reto de gran magnitud. La dependencia crecerá notablemente en las próximas décadas, según apuntan las proyecciones demográficas. El volumen de personas mayores de 65 años aumentará y, con él, la necesidad de apoyo continuado. Si este incremento no se planifica y organiza adecuadamente, la carga volverá a recaer sobre los hogares, y especialmente sobre las mujeres, perpetuando desigualdades estructurales.

En Barcelona, la economía de los cuidados ya tiene una presencia relevante. El sector genera aproximadamente el 1,1% del valor añadido bruto de la ciudad, una cifra que solo refleja la parte visible de un ámbito mucho más amplio. El tejido barcelonés vinculado a los cuidados es extenso y diverso: casi 500 empresas relacionadas con la silver economy, cerca de 400 residencias, decenas de startups especializadas y más de 400 entidades sociales que trabajan en campos como la dependencia, el acompañamiento, la salud comunitaria o la atención emocional. Esta constelación de actores demuestra que los cuidados no son solo una necesidad social, sino también un espacio de actividad económica emergente con capacidad de innovación, creación de empleo y dinamismo local.

Aun así, las condiciones del sector todavía están lejos de ser óptimas. La precariedad es una de las grandes asignaturas pendientes: salarios bajos, alta rotación y contratos temporales. La infravaloración histórica de los cuidados también pesa en el ámbito profesional, donde muchas trabajadoras —mayoritariamente mujeres y en muchos casos mujeres migradas— soportan condiciones laborales que no reflejan la importancia de su trabajo. Pero, incluso más allá del mercado laboral, persiste el reto de los cuidados informales: la dedicación cotidiana de un número muy elevado de personas que sostienen el bienestar de familiares con poca o ninguna compensación económica y, a menudo, con un alto coste personal. En Barcelona, se calcula que hay más de 330.000 personas cuidadoras informales y que seis de cada diez son mujeres.

A medida que el debate social y político avanza, diversas voces apuntan que los cuidados no solo deben reconocerse, sino que es necesario situarlos en el centro de un nuevo modelo de desarrollo. La economía de los cuidados tiene potencial para generar empleo de calidad y estable, impulsar la innovación tecnológica en salud y bienestar, reforzar la cohesión de los barrios y reducir desigualdades de género. También puede ser un vector de transformación urbana: una ciudad que atiende bien los cuidados es una ciudad que redistribuye tiempo, recursos y oportunidades; que facilita la conciliación; y que pone la vida en el centro.

La ofensiva de Barcelona

En este sentido, Barcelona ha dado un paso adelante con la medida de gobierno “Barcelona hacia el derecho al cuidado 2025-2030”, presentada por el consistorio y que prevé una inversión de 140,5 millones de euros en un conjunto de más de cien acciones. El plan propone reforzar los servicios públicos de cuidados, impulsar el sector económico vinculado a la atención y el bienestar, reconocer el papel de las personas cuidadoras y promover un salto cualitativo en corresponsabilidad, tanto entre hombres y mujeres como entre familias, comunidad e instituciones. La iniciativa, aunque no ocupa un lugar central en el relato público de la ciudad, dibuja una apuesta decidida por hacer de los cuidados un derecho y no una carga privada, y por construir un modelo económico más justo y sostenible.

Mirando al futuro, la economía de los cuidados se presenta como una pieza clave para Catalunya y para Barcelona. Su reconocimiento, su profesionalización y su transformación en un sector estratégico pueden redefinir la estructura productiva, reducir desigualdades y mejorar significativamente la calidad de vida. Los cuidados, a menudo invisibles, son en realidad un pilar fundamental sobre el cual se construye la vida cotidiana. Y situarlos en el centro de la economía no es solo una cuestión de justicia social, sino también una oportunidad de desarrollo que ya no se puede ignorar.