Josep Enric Millo i Rocher, el nuevo delegado del Gobierno en Catalunya, empezó su carrera en UDC a principio de los años noventa gracias a Duran i Lleida, que lo fichó en el marco de una operación para relanzar el partido. Nacido en Terrassa en 1960, se movía en ambientes empresariales y enseguida fue enviado de delegado del departamento de trabajo en Girona, con órdenes de hacer limpieza y de modernizar el partido en su territorio.

En 1996, el enfrentamiento entre Duran y el secretario de organización Vicenç Gavaldà, que acabaría en Can Brians condenado por el caso Treball, dejó Millo en una situación difícil. Como Unió era un partido asambleario, el actual dirigente del PP se pudo hacer fuerte en Girona y empezó una guerra con Duran. Puestos a tener problemas, Millo liberó su vena patriótica y se adherió a la corriente independentista, que también estaba a matar con el presidente del partido.

Diputado del Parlamento entre 1995 y el 2003, seguro que hay imágenes de Millo en el Fossar de les Moreres homenajeando a los mártires de 1714 con su familia. De hecho, en 1998 CiU votó en el Parlament a favor del derecho a la autodeterminación, después de haberlo hecho en 1989 y en 1991. El conflicto con Duran se expresó a través del tema nacionalista, pero iba más allá, seguramente porque el líder de Unió había escuchado alguna cinta en la que Millo lo ponía a caldo y difundía asuntos turbios.



Acusado por el bando duranista de ser el iniciador de los tejemanejes que dieron lugar al caso Treball, Millo fue aguantando. Pero en el 2003, en un congreso muy movido, un pucherazo lo dejó fuera de las listas para ir de diputado al Parlament. Sin posibilidades de continuar en CiU, llamó a la puerta de ERC. El movimiento era lógico. Su mujer es una sindicalista de UGT de Girona y, si hablas con gente de Unió, te dirán que el flamante nuevo delegado del Gobierno en Catalunya y su familia eran todos nacionalistas e independentistas.

Millo habló primero con Josep Huguet, responsable de la carpeta económica en el partido republicano. Como había llegado a ser portavoz adjunto de CiU entre 1999 y el 2003, Huguet lo recibió satisfecho, pensando en el impacto mediático que tendría el fichaje. El problema es que Millo quería entrar a las listas directamente para poder seguir ejerciendo de diputado. Huguet lo mandó a hablar con Joan Puigcercós, que se encontró con él para tomar un café. En una conversación de cinco minutos, le dijo que la transición de Unió a ERC no se podía hacer en dos semanas y le aconsejó que probara suerte en el PSC.

En aquel momento, parecía que la retirada de Pujol abriria una oportunidad a algunos partidos y el dirigente del PP Francesc Vendrell llegó a ofrecer puestos a varios independentistas. A Millo no le costó aceptar la oferta. El PP estaba entonces liderado por Josep Piqué, que quería dar un perfil catalanista al partido y era el hombre puente que Jordi Pujol había designado para tener tratos con el presidente Aznar. Aunque algunos de sus compañeros de Unió se lo tomaron mal, era la opción más lógica, o la única que le quedaba a Millo para seguir dedicándose a la política

En el 2004, fue a las listas del PP por Girona en el Congreso de los Diputados, pero la gestión del atentado del 11-M lo dejó sin silla. A partir de entonces, Millo despliega sus armas de supervivencia convencido de que ya nunca más podrá hacer marcha atrás. Supera la defenestración de Piqué, conspira para derrocar a Daniel Sirera y, cuando Montserrat Nebrera coge la bandera de la renovación y se enfrenta a Alícia Sánchez-Camacho por el control del PP catalán, hace una jugada de House of Cards. Primero organiza la campaña a Nebrera y a última hora la deja colgada y pasa al bando de Camacho, que había pactado la presidencia con Rajoy.

Siempre ha resultado extraño a mucha gente que Millo fuera tan fácilmente exculpado del caso Treball, y quizás eso explica este perfil de hombre comodín que el tiempo le ha ido dando. Con la llegada de Sánchez-Camacho, que también se lo había vendido todo para reengancharse a la política, Millo ganó protagonismo y fue un hombre clave en las negociaciones presupuestarias con CiU del primer Mas. Con el estallido del independentismo se le dio la carpeta catalana y despachó durante un tiempo con Jorge Moragas, la mano derecha de Rajoy. A partir de un cierto momento, sin embargo, el Rasputín de la Moncloa lo desplazó para tratar con Andrea Levy, que tocaba el terreno un poco más de cerca.

Después de ocho años haciendo de paje de Camacho, cuando las encuestas empezaron a dar resultados alarmantes, Millo se ofreció de sustituto en la secretaría general, pero Madrid prefirió nombrar a García Albiol, de un perfil más duro y más creíble a la hora de combatir el independentismo. Como buen profesional, Millo ha asistido al exalcalde de Badalona con la misma eficacia abnegada que le permitió cubrir las carencias de Camacho. Irónico, simpático y hedonista, solo se ha permitido algunas muecas cuando Albiol se ha puesto en plan policia.



El hecho de que consiguiera mantener el escaño de Girona en las elecciones del 27-S y la necesidad de que Madrid y Pedralbes tienen de escenificar un presunto diálogo con la Generalitat, ha facilitado que Rajoy lo premiara con la Delegación del Gobierno en Catalunya, en sustitución de la pintoresca Llanos de Luna. Con el referéndum a la vista, un perfil como el de Llanos de Luna, vinculado a la Legión y a su imagen de virreina castellana, era incompatible con la fachada de moderación que el PP trata de dar en Catalunya.

Millo se ha tragado sapos enormes, como los ataques a la normalización lingüística o la defensa de Moragas cuando utilizó la vanidad de la pobre Victoria Alvárez para su campaña contra Pujol. Cuando hace unos años saltó la noticia que había llamado a la puerta de ERC lo negó por Twitter y amenazó a Puigcercós con demandarlo, lo que no hizo, porque es católico y, a diferencia de otras caras del PP, tiene un límite a la hora de mentir. También ha tenido disputas con Duran i Lleida, que en una entrevista con Josep Cuní aseguró que sabía más cosas sobre el caso Treball que él.

Licenciado en Económicas, Millo se encontrará representando una comedia que se le puede girar en contra, según sea la actitud del Estado cuando se celebre el referéndum de autodeterminación. A medida que caiga la máscara del diálogo, el protagonismo artificial que Rajoy da al PP catalán servirá para intentar escenificar una división que no existe en Catalunya, excepto en los intereses de cuatro políticos rotos, que hablan de evitar la bronca que les sirve para vivir. Teniendo en cuenta que Madrid todavía responde como si Pujol mandara, no me extrañará si la situación finalmente se complica y acaba superando el estómago de Millo.