Da igual que en Inglaterra estén a punto de abrir la mina más moderna del mundo porque han entendido que lo de la cruzada contra el carbón es un suicidio o que en Francia vuelvan a echar mano de las térmicas para garantizarse electricidad a precios justos porque, en España, seguimos ciegos el camino trazado por algunos y andamos más cerca (todo lo indica) de las pediatras superinteligentes que hasta quieren prohibir a los Reyes Magos dejar carbón dulce a los niños. Como las torres de refrigeración de las térmicas de Andorra (Teruel) y Velilla (Palencia) o las escombreras de Barruelo, de los lignitos que se extraían de Cerceda (La Coruña) y de la térmica de Meirama no va a quedar ni el recuerdo: este 21 de diciembre han volado la torre de refrigeración y, del conjunto, no se va a conservar nada.

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Una historia de 40 años

La cuenca lignitífera de Cerceda, donde se laboreaba a cielo abierto, empezó a explotarse en los años 70 y generó, antes de comenzar la extracción de mineral, una muy destacada contestación en la comarca, ya que los trabajos borraron del mapa diferentes aldeas de la parroquia de Las Encrobas. Con todo, la explotación siguió adelante y en 1980 de construyó la térmica que ahora se dinamita, donde llegaron a trabajar 290 personas y cuya chimenea, que también se derribará, despunta hasta los 204 metros. La mina como tal se agotó en 2008 y, hoy, el agujero que quedó es un lago que se quiere convertir en activo turístico. Quedaba, eso sí la central, con 580 megavatios y donde lo que se quemaba era hulla estadounidense que llegaba a a Galicia a través del puerto de La Coruña. Durante el 2023 que ahora entra, todo quedará borrado.

¿Patrimonio?

La voladura de la torre de refrigeración de Meirama llega después de que se hayan echado abajo obras de ingeniería similares en Andorra (Teruel), la Robla (León) o Velilla (Palencia) y liquida un simbólico mural que, allá por 2018 y antes del cierre de la instalación, pintó Greenpeace. En este caso, el derribo ha generado escasa o nula contestación porque, a diferencia de las otras instalaciones térmicas reseñadas, pocos sentían la inmensa mole de hormigón como un símbolo. Cuarenta años de carbón y térmica no han dado en Galicia para generar un sentimiento de orgullo minero similar al de Asturias o León. Los terrenos de la térmica acogerán ahora, se supone, plantas de biogás e hidrógeno verde y, muy cerca, está previsto construir también parques eólicos pero, de momento lo único que queda es lo que vemos: un derribo. Lo de la arqueología industrial, parece, aquí no se acaba de entender.