En pleno debacle de la Guerra Civil y con los Pirineos convertidos en una frontera de desesperanza, la maternidad de Elna emergió como un pequeño faro de dignidad humana. Situada en la pequeña localidad rosellonesa de Elna, en la Cataluña Norte, aquel palacio abandonado se convirtió, entre 1939 y 1944, en el escenario donde se salvaron cientos de vidas. En un contexto en que los campos de concentración -Argelès, Ribesaltes, Saint-Cyprien- eran sinónimo de frío, hambre y desolación, la maternidad representaba una especie de “isla de paz en medio de un océano de destrucción”, como lo denominaba su protagonista.

Maternitat d'elna. Vista exterior
Vista exterior del edificio de la Maternidad de Elna.

El proyecto fue impulsado y liderado por una joven suiza con una determinación sorprendente: Elisabeth Eidenbenz, enfermera de la Cruz Roja y pedagoga. Sin el amparo de un estado ni una estructura diplomática, Eidenbenz, con solo veinticinco años, decidió hacer frente a las consecuencias más crueles de la Retirada y logró habilitar un antiguo palacete renacentista, convirtiéndolo en un centro asistencial seguro, limpio y cálido. Allí, las mujeres que venían de los campos de concentración encontraban una acogida que contrastaba brutalmente con las condiciones infrahumanas que habían sufrido tras la Retirada.

El funcionamiento de la Maternidad era sorprendentemente moderno para la época: higiene estricta, alimentación reforzada, cuidados personalizados y un ambiente emocionalmente seguro para mujeres embarazadas y bebés. Con pocos recursos, pero con un compromiso casi obstinado, Eidenbenz y el pequeño equipo de comadronas y voluntarias atendieron cerca de 600 nacimientos, mayoritariamente de madres republicanas exiliadas, pero también de mujeres judías perseguidas por el nazismo.

El 7 de diciembre es una fecha especialmente simbólica en la historia de Elna: aquel día de 1939 nació la primera criatura en la maternidad. La llegada de aquel bebé -una luz minúscula en medio de un panorama ensombrecido por la guerra- confirmó que el proyecto no solo era posible, sino imprescindible. A partir de aquel instante, el edificio se convirtió en un espacio cargado de esperanza, donde la vida se abría paso con una fuerza que ni la miseria política ni la indiferencia europea del momento pudieron sofocar

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Elisabeth Eidenbenz con una niña pequeña en la Maternidad de Elna

Uno de los aspectos menos conocidos es que Eidenbenz, con una habilidad discreta, pero valiente, falsificaba documentación y modificaba registros para proteger a madres judías de las leyes raciales. Cuando la presión de la ocupación nazi aumentó, la maternidad se convirtió también en un refugio clandestino. Esta dimensión arriesgada, casi de resistencia silenciosa, completa la magnitud moral de aquella iniciativa.

Dos madres en la maternidad de Elna
Dos madres con sus criaturas en la maternidad de Elna

Actualmente, el edificio que un día acogió la Maternidad de Elna -popularmente conocido como el “castillo de Bardou”- se ha reconvertido en un espacio museístico y de memoria histórica. En 2005 el Ayuntamiento de Elna adquirió la propiedad con la voluntad de preservar aquel lugar como testimonio de la solidaridad y de la tragedia que supuso el exilio republicano. De esta manera, la Maternidad se mantiene viva no como archivo cerrado, sino como un espacio de concienciación: un lugar donde vecinos, estudiantes y visitantes pueden conectar con los testimonios del pasado, entender las consecuencias humanas del exilio y reflexionar sobre la solidaridad en tiempos de crisis. Recordar la Maternidad de Elna es una pieza esencial para comprender la magnitud del exilio republicano y las redes de solidaridad civil que emergieron en aquel período. El centro ilustra cómo, en medio de la desorganización institucional y de la precariedad de los campos de refugiados, surgieron iniciativas capaces de ofrecer asistencia médica, apoyo emocional y condiciones de nacimiento seguras. 

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Varios bebés de la Maternidad de Elna en la zona exterior del recinto

La Maternidad de Elna es hoy un caso de estudio que contribuye a preservar la memoria histórica de lo que supuso la Retirada y sus consecuencias humanitarias. Su legado ayuda a contextualizar la dimensión social del exilio y a reconocer figuras que, como Elisabeth Eidenbenz, actuaron en favor de la vida en circunstancias extremas.