Irene Montero piensa rápido y tiene las ideas claras cuando argumenta. No es nueva en eso de confrontar ideas. Nacida en Madrid el año 1988, la jefa de gabinete de Pablo Iglesias lleva casi media vida en la lucha política. Con sólo 28 años, ya ha sido diputada de la XI legislatura, después de haber pasado 10 años en la militancia activa, primero en el Partido Comunista y más tarde en las movilizaciones anti-Bolonia y el 15-M. Su ascenso meteórico parece responder a alguna premisa, en virtud de la cual no hace falta la aprobación de nadie para levantarse cada día a luchar por las propias convicciones. A pesar de ser joven. A pesar de ser mujer. A pesar de ser de Podemos. 

De sus comienzos universitarios, personas que estudiaron con ella destacan la capacidad para defenderse. Algunas anécdotas describen que no ha tenido problemas al enfrentarse a la asamblea de Ciudad Lineal, el barrio madrileño donde ha vivido parte de su vida. Los barrios populares como La Elipa i Vallecas también le han forjado la conciencia social de clase, aunque los podemitas intentan huir del eje izquierda-derecha y de la etiqueta del comunismo. No son, o no nacieron para ser "la vetusta izquierda", como les increpan desde filas socialistas. Habrá que averiguar si se vuelven así con el tiempo.

Pero la nostalgia que guarda por haber perdido el contacto con la gente de la calle se destila cuando relata el trayecto hasta ocupar el señorial escaño del Congreso. Ahora observa que las instituciones no garantizan esta relación con los ciudadanos, pero Podemos "está cambiando eso" y trata de salir de las instituciones para hablar con la gente y hacer entrar a los ciudadanos en ellas. Ya lo dice a la pulserita lila que siempre lleva puesta, junto con un anillo negro: "Un país contigo".

Su ascenso imparable parece responder a la siguiente premisa: no hace falta la aprobación de nadie para defender las convicciones propias

A Montero no le gusta que sus rivales piensen que por el hecho ser nuevos los podemitas son "tontos". "Nuevos sí, tontos no", puntualiza. Su gesto de indignación entre bastidores no se retransmitió por las teles, pero fue impactante el momento exacto que supo que, mientras PSOE y Podemos, junto con Compromís e Izquierda Unida estaban sentados en una mesa de negociación, en la sala del lado, Ciudadanos y socialistas cerraban el trato de El Abrazo. Los periodistas vaticinaban lo que inevitablemente sucedió horas más tarde. El portavoz de la formación, Íñigo Errejón, salió delante de las cámaras para anunciar que se levantaban de la mesa. Los habían engañado, decían.

La madrileña también se mostró muy molesta cuando, en su opinión, PP, PSOE y C's pactaron para desplazar a los podemitas de la Mesa de la Diputación Permanente y del Congreso. Los otros respondieron que Podemos había sido ingenuo, y no había entrado en la negociación previa. Entonces la formación morada sembró la duda que los otros tres partidos se habían conjurado para bloquearles, lo cual aventuraba el advenimiento de la Gran Coalición.

Con retos elevados a las puertas, Montero se toma seriamente el trabajo de representante pública, porque le gusta la nueva tarea, como explica, o quizás también para que no le tomen el pelo. Observada en algún pleno de la cámara baja, no abandona su iPad, mientras lee y escribe notas, a partir de unos apuntes en papel. Se prepara las comisiones con esmero. El gesto contrasta con la actitud de otros diputados que, o bien escuchan a quien sube a la tribuna, o miran el móvil, como se ha cazado alguna vez a Pablo Iglesias, o charlan entre ellos, o leen el periódico. 

Su gesto de indignación, como si les hubieran tomado el pelo, no se retransmitió por la tele, pero fue impactante el día que se levantaron de la mesa de negociación con el PSOE

Sobre la parte más cruda de la vida pública, ella no ha sufrido tanto el hecho de que todo el mundo la persiga por la calle. Es discreta y una cara menos conocida que la de Errejón e Iglesias. Ahora bien, la vida parlamentaria es frenética, hasta el punto que su círculo de amistad se ha visto reducido a los compañeros del equipo, con quien no pierde la ocasión de salir a tomar algo o cenar cuando pueden. Y después, cuelgan la foto en twitter, que como buena nueva política, se deben a su público joven. Eso sí, acaban hablando de trabajo, es decir, de Podemos.

De hecho, si los periodistas tuvieran que responder con qué miembro del partido tratan más a menudo, seguramente sería Montero. Es de aquellas que siempre está por los pasillos del Congreso, entrando en directo en las televisiones y respondiendo sobre los asuntos de la jornada. Le gustan los temas sobre pobreza infantil y emergencia social. Y no le importa demostrar el rechazo que siente hacia la "casta" y la "gran coalición", aunque tiende la mano al PSOE, que tiene una cosa que ellos todavía no: experiencia. Montero también ha tenido la habilidad de rodearse de un equipo que ella coordina y le aconseja, guardándole siempre las espaldas en un entorno tan hostil como la política.

Sin embargo, la madrileña no ha venido a la política a quedarse para siempre. Quizás no quiere ser “casta”, o quizás es que tiene una carrera dónde todavía tiene espacio para seguir creciendo, como comenta. Ha estudiado psicología y se ve en un tiempo volviendo a la universidad para hacer su doctorado. Es curioso que eso lo explique después de ser preguntada por “quién es Irene Montero”. “Uf, seguramente es la pregunta más difícil” dice. Primero señala que es mujer, y después psicóloga. Hay quien preguntado por quién es, se remite a la familia, a la edad o la pareja, de manera que estos dos ítems sean lo primero que le viene a la cabeza, es como para hacerle un pequeño retrato psicoanalítico.

Montero no quiere perder su identidad, que como persona emancipada, se corresponde con su profesión de psicóloga

Todo apunta que Montero no quiere perder su identidad, que como persona emancipada, es la profesión. Y no lo dice de forma directa, pero es feminista. Seguramente no es de las que despliega un discurso doctrinal sobre la lucha contra el patriarcado, pero sí de aquellas que lo deja ver cuando subraya con énfasis una hazaña alcanzada por otra mujer. Así lo hace con Carolina Bescansa, a quien ella considera “una de las mayores expertas del país” en tema de encuestas. “Y encima es mujer”.

Dicho reconocimiento no le ha impedido dejar a Bescansa en un plano más discreto que el suyo, ya que Montero inicialmente era el número 4 de la lista, pero de facto ha pasado a ejercer de número 2. Se destila que manda más que ella, nada más observar el escaño que ocupa: junto a Errejón e Iglesias. El lugar es simbólico y casi conciliador entre dos dirigentes que parecen discrepar en las formas. Más, cuando las cámaras los buscan, dotándoles de toda la atención mediática, por ejemplo, en el episodio de la "cal viva" de los GAL que protagonizó Iglesias, mientras Errejón levantaba una ceja, sorprendido. 

El de Montero también es un poder orgánico. Es portavoz adjunta, al lado de Errejón, que es el portavoz de la formación en el Congreso. Pero que haga nexo entre los dos dirigentes del partido, a la par que consolida su perfil propio (cuentan que ya hay "monteristas") responde a la tradición de donde ella proviene, que como la de Iglesias, es la comunista, pero de trato es más estratégica y dialogante, como dicen de Errejón quienes le conocen.

El poder de Montero es orgánico, como portavoz adjunta y jefa de gabinete de Pablo Iglesias, y simbólico, como nexo con Errejón

Este entramado recoge una cualidad que tiene Montero, como persona ambiciosa y entregada a la política: la de acumular poder en la senda de un meteórico ascenso donde es capaz de ejercer de equilibrio de fuerzas. El crecimiento dentro de Podemos le ha pasado a toda prisa. “Guau, ya hace 2 años”. Mira atrás y piensa que cuando dirigía la organización, tenía que ir hablando por los círculos ciudadanos, si había algún problema.

Ahora es la jefa de gabinete de Pablo Iglesias, con todo lo que representa, y todo el poder que detenta. Y seguramente de aquí no muchos años, será una ministra joven y con conciencia social que no se quitará la pulserita lila donde pone “Podemos”, a quien le importará un rábano vestir camiseta de manga corta y bambas de tela. Pero cuidado, que una vez Iglesias aseguró que "gobernar es decepcionar" también a quienes lo pasan mal y ella defiende. Aprender a gestionar esta impotencia desde el poder puede ser su reto.