Las protestas en la calle resonaban este jueves dentro del edificio de la Diputación de Barcelona mientras los diputados provinciales escogían a la nueva presidenta. No obstante, los gritos y protestas no conseguían llegar a la sala de plenos, una especie de bunker gris y blanco en el sótano del edificio. Tampoco hacía falta. El malestar, la tensión y el enfrentamiento de todos con todos ya se había condensado en la sala oval llena hasta los topes y expectante.

En este espacio, bajo tierra en el cruce de Rambla Catalunya con Diagonal, la irritación casi se podía masticar. Un malestar contenido con dificultades después de los últimos días de tensas reuniones y reproches públicos. Malestar entre las fuerzas independentistas, por la decisión de JxCat de optar por dar la presidencia al PSC y no a ERC; malestar del PP y Cs, que insinúan pactos ocultos del PSC hacia el independentismo y hablan incluso de promesas de indulto; de los Comunes, porque no ha sido posible un gobierno de izquierdas...

No obstante, la imagen material de la contrariedad era la de Celestino Corbacho, que ha tenido que colgar la medalla de presidenta a su sucesora en el Ayuntamiento de l'Hospitalet, Núria Marín, con quien mantiene una abierta y franca enemistad, pública y notoria. "No se soportan", recordaba un antiguo colaborador observando la escena.

Corbacho, convertido en una especie de druida de la política municipal ha encabezado la mesa de edad de la Diputación, como presidió hace unas semanas la del Ayuntamiento de Barcelona, y ha tenido que proclamar a la nueva presidenta. La ha felicitado con un frío apretón de manos de manos; le ha colgado el medallón y le ha endosado la vara de la institución con evidente indiferencia, con el enfado del príncipe destronado que se ve obligado a coronar a quien ha ocupado sucesivamente los sus sitios en el Ayuntamiento del Hospitalet, el PSC y la Diputación, a la responsable última de la sensación de abandono que le ha llevado incluso a plantar al partido que lo hizo ministro.

Por si no tenían bastante con la escena en que se han encontrado envueltos, los fotógrafos les han obligado a repetir una segunda vez la misma imagen, mientras el busto de Prat de la Riba observaba socarrón tras la presidencia de la sala.

Marín, consciente de que asumía el cargo en el pleno que ha levantado más expectación en la historia de este edificio, ha reivindicado en su discurso la política municipal como un espacio que une, más allá de las diferencias políticas, y ha hecho un llamamiento al diálogo para superar "los difíciles tiempos que vivimos".

Con todo, ha evitado concretar sus llamamientos. También cuándo, al acabar el pleno, ha comparecido ante la prensa y ha tenido que reconocer que el de hoy ha sido un día complejo. En medio de un ambiente caldeado delante de las cámaras, hasta el punto de tener que recurrir al abanico de una periodista, Marín se ha limitado a insistir que intentará que "todo el mundo se sienta cómodo cuando mire la Diputación de Barcelona".

Dentro del pleno, la nueva presidenta había recibido la felicitación de la delegada del Gobierno, Teresa Cunillera, y del expresident José Montilla. No había ningún conseller de la Generalitat, que a aquella hora estaban en el parque de la Ciutadella siguiendo el pleno del Parlament.

Una vez Marín ha tomado posesión del cargo, han intervenido los grupos. El republicano, Dionís Guiteras, despojado definitivamente de la presidencia de la Diputación que había sentido a tocar, ha pronunciado un discurso "a pelo", según ha confesado, para ironizar que acababa de descubrir que "23 [los votos que ha conseguido Marin] hacen más que 24 [los votos que podía haber reunido ERC con el apoyo de JxCat]" y reprochar Junts que "había una opción para sacar adelante los anhelos de democracia y libertad". "No ha sido así. Nosotros no somos quien lo tenga que justificar", ha advertido.

A aquella hora las redes hervían de protestas por la nueva grieta que acaba de estallar entre las fuerzas independentistas y que se sumaban a los gritos y protestas de un centenar largo de personas en las puertas de la Diputación. "Se consuma el error", sentenciaba ERC con un tuit a través de Twitter.

El alcalde de Tordera, Joan Carles Garcia, en nombre de JxCat ha tenido que citar a Margarida Xirgu, Churchill, y Martí Pol, para explicar su posicionamiento y concluir que "hablar es sentarse y escuchar". Garcia ha asegurado, después de recordar que hace cuatro años en aquella sala estaba sentado Quim Forn, que su grupo trabajará para contruir una sociedad más justa en que nadie "tenga que ser privado de libertad por sus ideas".

La alcaldesa de Esplugues de Llobregat, Pilar Díaz, ha negado en nombre del PSC que la Diputación sea una repartidora de dinero ni que exista ningún pacto secreto con JxCat –"el acuerdo tiene luces y taquígrafos", ha asegurado- y ha confesado que tanto ella como la nueva presidenta peinan canas, aunque lo disimulan.

Desde los Comunes, Laura Pérez ha ironizado que la diputación ha salido más en la prensa estas semanas que los últimos ocho años y ha advertido que "este no tiene que ser el espacio de confrontación del procés". Ciutadans ha disuadido a Marín que llega a la presidencia de la mano de "el independentismo más radicalizado y beligerante", con un pacto "antinaturaleza, sospechoso y poco transparente". El popular Xavier Garcia Albiol ha advertido que la Diputación, la tercera institución de Catalunya, se ponía en manos de Carles Puigdemont.

Al acabar el pleno, la tranquilidad ha vuelto a la fachada del edificio que Puig y Cadafalch construyó por encargo de un rico comerciante manresano que nunca llegó a vivir allí. Los manifestantes han abandonado la Rambla de Catalunya, el trajinar habitual ha vuelto a apoderarse de la zona; y el PSC ha recuperado el magnífico y codiciado despacho que preside el fragmento que todavía se mantiene derecho de este edificio modernista, mientras la Diputación intenta recuperar la membrana de discreción que cobija uno de los presupuestos más importantes de Catalunya.