En un vídeo de precampaña de principios del pasado diciembre vemos como Jéssica Albiach (València, 29/06/1979) desliza una cortina de su casa para divisar la luz de la mañana confesando que "si me hubieran dicho hace diez años que ahora estaría en política, la verdad es que nunca lo habría creído". Se pilla antes a una comuna mentirosa que a un cojo, porque si algún candidato del próximo 14-F luce una biografía que tienda y naturalice la casta política como profesión vitalicia es esta avispada valenciana nacida en 1979. Periodista y fotógrafa de formación, Albiach forma parte de una añada de cuarentones (aviso; la conozco bien, es la mía) con buena formación y estudios en el exilio, que aprovecha el estallido de la anterior crisis económica para huir del paro, refugiarse en trabajos de técnico de comunicación municipal y acabar tejiendo un rinconcito a sueldo del partido. El vídeo es una cursilería titulada Siempre hay una primera vez que quiere orientarnos a votar eso del colauismo como si el partido de la alcaldesa todavía fuera cosa del activismo no gubernamental, cuando, al fin y al cabo, no hay cosa más cutre que una política criada en las causas nobles de la factoría de Amnistía Internacional, que pasa rápidamente de sujetar micrófonos a calentar silla en el Parlament.

Tiene gracia que una miembra de mi quinta, que vive en primera persona el crepúsculo de la administración y el naufragio de la credibilidad de los medios tradicionales, sea especialista en un ámbito tan liante como el marketing político, la materia que ha permitido a la partitocracia sobrevivir al ideario de siempre con directrices más golosas y mucho colorín en los carteles. Fijaos si esto de los comunes es algo vetusto y poco original que Albiach ha llenado el suyo con el lema "El cambio que Catalunya merece", siendo eso del cambio una cosa mucho más modesta que la revolución tectónica y sideral de la política que Pablo Iglesias había prometido a los españoles y que, como sabemos, ha acabado con una casita de nuevo rico en Galapagar y una vicepresidencia del Gobierno que no acaba de servir ni para parar desahucios ni rebajar la pasta del recibo de la luz. Pero eso qué más da, porque Albiach sólo concurre a las elecciones con la esperanza de que el voto colauista le garantice exportar el bipartito barcelonés-madrileño a la Generalitat para así poder seguir transformando Catalunya y cambiar de código postal, como el jefe. Si para ello hay que investir a Salvador Illa o a Lucifer, no sufráis, que el marketing ya encontrará el verbo adecuado.

La candidata Albiach es la perfecta española que el poder madrileño necesita para afianzar su pax autonómica en Catalunya

Parlamentaria ágil e inteligente, Albiach ha podido asomar la cabeza gracias al espacio libre que se le ha dejado entre las mentiras del procesismo, con una independencia que siempre tiene alguna excusa para no implementarse (ecs), y la poca maña represora del eje PP-PSOE durante el 1-O y después con el encarcelamiento de los mártires. En medio de la mentira de nuestra tierra y de la fuerza bruta madrileña, los comunes han tenido vía libre para reformular el antiguo ideario del PSC con greatest hits como el republicanismo plurinacional o el referéndum acordado, que son ideas muy progres pero que piden más fe que la reencarnación. ¡Y feminismo, sólo faltaría! Porque Albiach nos ha dicho que Catalunya ahora sí que sí que merece una presidenta, después de tantos años de machos y de vicarios, pero ha esprintado a aclarar que la Molt Honorabla no tiene que llevar un bolso Armani como los de Laura, que hace muy de tres por ciento y de pija sarrianense, sino una mochila y un tinte capilar anaranjado estilo poligonero de los que pone calentitos a los maridos de las pijas sarrianenses cuando lo ven en el casco de una cajera. Un feminismo como el de la Marçal, vaya, pero sin eso de la "nación oprimida", que hace demasiado esencialista.

En una campaña donde todo el mundo sale a empatar y nadie arriesga para no perder una mínima cuota de poder, Jéssica está teniendo suficiente con prometer un gobierno de izquierdas que matice el efecto Illa con un poco de pimienta lila. La pandemia la ayuda, pues mientras en España todo el mundo vive prisionero de la lista de muertes del día y de las dosis de vacunas que el primer mundo nos permitirá comprar de estraperlo en el mercado negro, a la coalición Pedro-Pablo todavía no la han perjudicado los números rojos, que digo rojos, de un granate encendido, con los que la economía española sufrirá un naufragio la próxima década. Por eso los comunes pueden regalar los oídos de sus electores con la cancioncilla de las "salidas progresistas a la crisis" y un "presupuesto expansivo" sin tener la más puñetera idea de cómo la administración podrá pagar las facturas (un asunto muy peliagudo, más propio de un ministro socialista con corbata que de una activista por la igualdad de sexos que luce cazadora de cuero). Porque si tú crees que el déficit se puede paliar gastando más pasta, reina, sólo tienes que meter un poco más de cara dura para acabar vendiendo la moto de una mesa de diálogo que nos resuelva eso tan jodido de la independencia.

Albiach nos ha dicho que Catalunya ahora sí que sí que merece una presidenta, después de tantos años de machos y de vicarios, pero ha esprintado a aclarar que la Molt Honorabla no tiene que llevar un bolso Armani como los de Laura, que hace muy de tres por ciento y de pija sarrianense

La candidata Albiach es la perfecta española que el poder madrileño necesita para afianzar su pax autonómica en Catalunya, como ya hizo en València pero con una cara mucho más amable y progresista. De hecho, en la capital no hay nada que les haga más gracia que una diputada que se llena la boca sobre blindar el catalán y el autogobierno, contratar a más enfermeras para nuestros sufridísimos y caducos hospitales y toda cuanta transformación social, pero que a la hora de la verdad y cuando haya que votar la soberanía, luzca la papeleta del NO a la independencia con la misma ilusión que las majorettes anuncian el cambio de asalto en un ring y que en un debate se pase al español para hacerse más cosmopolita o, diría la jefa, para no estigmatizar a nadie con la lengua que utilice. Y si para el cambio que Catalunya merece, queridos lectores, va y nos hacen falta los votos de Manuel Valls, como nos ha demostrado Ada en el Ayuntamiento de la capital, pues tú dale, chata, que al final siempre podrás decir aquello de "si me lo hubieran dicho hace diez años, la verdad es que nunca me lo habría creído". Bien podríamos aprender de nuestros hermanos valencianos, de Fuster y Palacios, pero vaya, siempre nos acaban exportando a las españolas más horteras, el tinte de pelo más casposo.

Créetelo, Jéssica, que tu carrera de virreina será larga.