De nuevo, la paradoja de Tucídides. La desconfianza y el miedo de un Estado ante adversarios políticos propician una escalada de rearmamentos que hace más probable una guerra que ninguno de los actores implicados desea.
Una guerra con dimensiones nucleares no le interesa a nadie. A Europa es quizás a quien menos le interesa una confrontación a gran escala. Solo puede salir perjudicada. Sin embargo, los dirigentes europeos también están contribuyendo a este clima, en el que tanto desde la OTAN como desde algunos estados europeos, además de Rusia, se creen obligados a hacerse el fanfarrón —ya sea por una mera cuestión estratégica ante un escenario incierto o por un irresponsable sentido de una pretendida dignidad ofendida—.
La brutalidad, y a la vez sinceridad, con la que Trump ha replanteado las relaciones internacionales a escala global hace que el paisaje geopolítico sea muy distinto al que ha imperado desde la Segunda Guerra Mundial. No es ninguna novedad decir que hemos entrado en un mundo nuevo. Y uno de sus principales damnificados es la Unión Europea.
El actual gobierno estadounidense está infringiendo un rosario de humillaciones a la UE: económicas (aranceles, acuerdos comerciales bilaterales), políticas (defensa, seguridad, inmigración) e ideológicas (afirmación de la decadencia europea y apoyo explícito a los partidos antidemocráticos y antiliberales europeos de extrema derecha). Basta con leer el reciente y muy claro informe sobre Estrategia de seguridad nacional del ejecutivo estadounidense (noviembre de 2025) y su "corolario Trump" de la doctrina Monroe —que, de hecho, fue impulsada por J. Quincy Adams, secretario de Estado de Monroe e hijo del segundo presidente de EE.UU., John Adams—. Se trata de un documento que recuerda comentarios de Napoleón de la lectura que hacía de El príncipe de Maquiavelo. Por otro lado, es un documento que reafirma que la principal prioridad americana en política de seguridad no es Europa, sino la zona del Indo-Pacífico y las "tres cadenas insulares".
¿Qué hace la UE cuando se está retirando el paraguas de seguridad americano?: sigue pretendiendo combinar una retórica de autonomía basada en sus "valores" y su modelo de paz y bienestar internos con un vasallaje práctico internacional respecto a EE.UU.
¿Y qué debería hacer? ¿Mantenerse en su, hasta la fecha, cómoda postura de inercia letárgica? ¿O entrar también en una nueva etapa para convertirse en un actor relevante en el nuevo contexto geopolítico?
Este no es ningún dilema hamletiano. El realismo respecto al futuro es a menudo la vía para entender los errores que estás cometiendo en el presente.
Ahora más que nunca, la UE comprueba los costes de no disponer de un ejército propio e independiente. A pesar de que los Estados miembros tienen una capacidad de movilización militar similar a la de Rusia y unos ejércitos estatales superiores tecnológicamente, solo cuentan con la potencia nuclear de Francia (el Reino Unido no pertenece a la UE desde el Brexit de 2016).
O bien la UE va por el camino de una construcción política europea de verdad o bien acepta resignadamente seguir empequeñeciéndose
Pero parece que la UE todavía quiere repicar las campanas y mantenerse como un actor relevante y, al mismo tiempo, estar en la misa del nuevo orden internacional liderado por Trump, Xi y Putin. Ambas cosas resultan incompatibles. Para la UE es el momento del caixa o faixa (expresión habitualmente atribuida al general Prim en la campaña de África: alcanzar el prestigio de la faja de general o la caja de muertos).
En definitiva, o bien la UE va por el camino de una construcción política europea de verdad —con ejército propio y dirección militar única, pudiéndose desmarcar de EE.UU. cuando le convenga (tal como ha hecho Israel)— o bien acepta resignadamente seguir empequeñeciéndose, sabiendo que su futuro no estará en sus manos.
Un indicador actual de este dilema es la guerra de Ucrania. No comentaré hoy el origen de esta guerra, que creo que —como mínimo en parte— está relacionado con unas decisiones pésimas tomadas en despachos de Washington en los años noventa. Solo planteo una pregunta doble: ¿tiene hoy sentido seguir suministrando dinero y armas a Ucrania para una guerra que, en las condiciones actuales, nadie cree que pueda ganar? ¿O tiene más sentido incentivar el alto el fuego (e, idealmente, la paz) a cambio de unos territorios parcialmente rusófonos, unas garantías pactadas de seguridad —que excluyen soldados de Estados de la OTAN en territorio ucraniano— y, también idealmente, restablecer relaciones políticas y comerciales con Rusia que alejen los tambores de una guerra que a nadie interesa?
Hay gente muriendo en el frente cada día, y todo apunta a que inútilmente por parte ucraniana. Es una situación irracional, en las circunstancias actuales. Además, si no hay alto el fuego, aparece en el horizonte una posible anexión rusa de la zona de Odesa, que entronque con Transnistria (territorio prorruso y, en la práctica, independiente de Moldavia). En poco tiempo, Ucrania podría quedarse sin acceso al mar Negro.
Desde hace siglos, la política internacional implica tener relaciones con socios bastante impresentables. Hay que tomar decisiones que a veces disgustan intuitiva o emocionalmente. ¿O acaso nos gusta a la mayoría de europeos el régimen chino? ¿O el de Israel? ¿O algunas intervenciones americanas en Asia o en el continente americano?
La UE no puede permanecer como el principal obstáculo práctico para la paz. Pero, sobre todo, en un mundo multipolar, la UE debería ser uno de sus polos. Ahora no lo es. Y cada vez lo será menos si no cambia.
Y esto es independiente de lo que acabe sucediendo con la guerra entre Rusia y Ucrania. La UE ha perdido densidad y dirección. Le falta un liderazgo que muestre claramente adónde quiere ir y cómo quiere ir. Y todo apunta a que habría que ir a una unión de verdad, con una integración política e institucional de la política internacional, de defensa, socioeconómica, seguridad, energía, inmigración, industrial y tecnológica, así como establecer un federalismo fiscal y financiero. Y esto solo es posible con liderazgo y un proceso a dos o tres velocidades entre los Estados miembros. Con una UE de 27 Estados, resulta imposible. O caja o faixa.
¿La alternativa? Seguir en modo UE pusilánime y darle la razón a Trump: inoperancia y decadencia.