Las cuatro formaciones políticas no independentistas que obtuvieron representación el 27S despejaron ayer uno de los interrogantes de la aún no inaugurada legislatura del Parlament. ¿Serían capaces de poner su firma Ciutadans, PSC, Catalunya Sí que es Pot y el PP en alguna iniciativa conjunta? Ayer, sin ir más lejos. En aras a una supuesta pluralidad en la Cámara catalana hicieron público un manifiesto de seis puntos que no es otra cosa que un legítimo acuerdo de intereses. Ni más ni menos que los intereses que defienden Junts pel Sí o los que puede alcanzar esta formación con la CUP. Lo que no valen son solemnes puestas en escena protestando por algo que no es la primera vez que se hace. Empecemos: ¿Es una anomalía que una formación política que no ha obtenido mayoría absoluta en el Parlament la tenga en la Mesa de la Cámara? No. Sucedió en el 2010. Convergència i Unió con los mismos 62 escaños que hoy tiene JxSí tuvo también cuatro de los siete sitios, el PSC tuvo dos y el PP uno. Quedaron fuera del reparto Esquerra, ICV-EUA y C's. Quizás habría que explicar que se trata de tres votaciones diferentes –presidente, dos vicepresidentes  y finalmente cuatro secretarios– lo que otorga ventaja al grupo mayoritario.

El otro tema estrella del documento por el pluralismo es mucho más claro: la ubicación de los diputados en el hemiciclo. Aunque pueda parecer una anécdota, no lo es ya que refleja la composición ideológica de la Cámara. El hecho de que por primera vez se haya presentado a las elecciones una coalición ideológicamente tan amplia como Junts pel Sí hace que en las negociaciones reclamen las primeras filas de la derecha y de la izquierda, desplazando al resto de grupos a una posición más alejada. La demanda de la oposición en este punto es acertada. El jefe de la oposición, en este caso Inés Arrimadas, de C's, debe estar inmediatamente detrás del Govern, a la derecha o a la izquierda como ha sucedido siempre por respeto institucional. Y el resto de grupos parlamentarios han de encontrar una posición acorde con su representación.

No son estas las batallas que tiene que ganar la coalición de Romeva, Mas y Junqueras. Cierto que la polarización actual puede llevar las discusiones a lo absurdo, pero habría que encontrar en el fair play parlamentario un punto de sosiego. Y no mezclarlo todo como ayer hizo Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta no encontró mejor manera de descalificar la designación de Carme Forcadell como candidata a presidenta del Parlament que afirmar que no representa el sentimiento mayoritario de los electores. ¿Qué escala de medición es ésa? ¿Acaso se ha utilizado alguna vez para designar a presidentes de las Cortes españolas? Con lo fácil que sería decir, simplemente, que no le gusta y que le parece rematadamente mal.