Dice la canción popular que el general Bum Bum se va a la guerra, que ante sus soldados hace temblar la tierra, "rampataplam tereré, patapim patapum / se va a la guerra, / rampataplam tereré, patapim patapum / se va a la guerra / el general Bum Bum." No importa que su caballo sea de cartón, de hecho es aún mejor, "el caballo es de cartón, / que no se cansa ni tiene miedo." De hecho, es una ventaja, de hecho es mucho mejor para las mentalidades inmaduras y grandilocuentes que los generales infantiles tengan, esencialmente, caballos de cartón para que así van meciéndose y se agotan paulatinamente, mientras van chupándose el dedito. El problema es otro, el problema es el de siempre, el problema es, concretamente, la pistola. No pasaría nada si el mayor Trapero jugara a hacer política en Cataluña como otro charlatán más, como otro político de gallinero, como otro volador de vuelo gallináceo, como otro sietemachos y gallina, tenemos ya a tantos que uno más no molesta. A nuestro país le salen tantos políticos malos y falsos políticos como a Israel profetas malos y falsos profetas. Salen como las setas. El problema es que en una democracia de verdad o llevas colgada una pistola del cinto, colgando alegremente como te cuelgan tus cascabeles, o haces política. Las dos cosas no pueden ser. Tanta testosterona no puede ser buena para mantener el orden público ni estar podrido de egolatría como lo está, visiblemente, el mayor Trapero, que tiene un egocentrismo, aproximadamente, de las dimensiones del famoso acorazado Yamato, cuando los japoneses jugaban a tenerla más grande. El problema es que en una democracia consolidada los discursos no los hace ni el ejército ni la gendarmería ya que un hombre armado no puede tener opiniones políticas. Son inaceptables y son una provocación para el conjunto de la sociedad. La última vez que vimos a personas con armas hablando de política fueron aquel grupo de generales fachas amenazando al conjunto de la sociedad española. Ah, y se me olvidaba, también está esa imagen antigua de Silvio Berlusconi, bastante más joven, sentado en su despacho. Donde se puede ver una bonita pistola encima de unos papeles, disponible allí mismo ya que la mafia siempre tiene las armas disponibles, guardadas allí mismo por si acaso. El arma que lleva el mayor Trapero, además, no es ni suya, porque se la ha pagado la sociedad, al igual que le ha pagado el uniforme. En una sociedad libre las opiniones políticas las tiene el consejero del Interior, en este caso el impávido consejero Elena, y el mayor siempre se mantiene firme y cuadrado, a las órdenes del poder civil, de nosotros, la mayoría, los que vamos por la vida desarmados. En una país democrático un mayor de los Mossos de la Escuadra que fuera mudo de nacimiento debería pasar perfectamente desapercibido. Ya que todos sabemos que existe una relación inquietante entre los mudos y las jaulas.

El mariscal de campo Trapero, generalísimo de la victoria, debe tener presente que otorgando medallas a las personas que le han ayudado a esquivar la prisión está haciendo el ridículo. Y sus abogados deben ser conscientes de lo que vale este reconocimiento, el agradecimiento de un cliente que gobierna el cuerpo como un territorio privado y lo hace ostensible de manera abusiva. Ya hace tiempo que los Mossos de la Escuadra son el segundo problema más importante de la administración independentista catalana, después de la financiación. Ya hace tiempo que una parte de los Mossos es un nido de víboras que sólo responde a intereses particulares. Ya hace tiempo que a la policía catalana, democrática y de orden, imprescindible en cualquier sociedad, no la conseguimos identificar. Y, ciertamente, tiene razón el Caudillo de los Caudillos, el Estratega Jefe Trapero, que tirar piedras contra la policía no es necesariamente revolucionario. Porque responde a una lógica de protesta, hoy por hoy, muy limitada a los mensajes lapidarios. Otro día seguiremos hablando de nuestros independentistas revolucionarios de pega, de nuestros falsos activistas, de su irresponsabilidad. El problema es que a los irresponsables que protestan no les pagamos el sueldo y los Mossos sí que los tenemos a cargo. Y también les pagamos sus abogados. El delirante Trapero, con su mala praxis, con su comportamiento injustificable, se autoinculpa, se condena ante la sociedad catalana, como un niño mimado, como un general Bum Bum, o si quieren como un Bam Bam, el vástago de los Picapiedra. Tácitamente Trapero se ha hecho indistinguible de un guardia civil como el coronel Pérez de los Cobos.