La política española está en parada técnica, una especie de versión rocambolesca de aquella mítica balada de Emilio José que decía aquello de “ni contigo, ni sin ti, tienen mis males remedio”. Ni Pedro Sánchez se va, ni Núñez Feijóo entra, y entre uno y otro, el tiempo queda congelado.
Por un lado, es evidente que se trata del peor momento de Sánchez, que se mantiene en la poltrona del Gobierno a pesar de estar rodeado de miserias judiciales; tener a la pandilla del Peugeot en la cárcel y a la familiar en el banquillo; haber perdido la mayoría parlamentaria, y ser incapaz de aprobar unos presupuestos. Es tan insólita la situación que es prácticamente imposible encontrar un paralelo en otras democracias, dada la lógica de perder el poder si se llega a una situación tan in extremis. Sin embargo, Sánchez ha decidido llevar su "manual de resistencia" a unos límites insospechados, convirtiendo su ancestral resiliencia en un mérito político. El famoso "resistir es vencer" que Juan Negrín elevó a categoría de frase histórica se ha convertido en el lema de un personaje tan aferrado al poder como decidido a mantenerlo por encima de todo y de todos. Y, como suele pasar con los resistentes, el mundo se divide entre los que lo consideran un héroe indomable y los que piensan que es un amoral al que no le importan las consecuencias de sus actos. El poder por el poder, revestido de una patética aureola de salvador mesiánico.
A estas alturas nada justifica mantener una situación política que ha saltado por los aires y que ya no responde al resultado que salió de las urnas
Sin embargo, por mucho que haya superado múltiples tormentas y de la resistencia numantina haga una virtud política, no queda claro que pueda vencer esta vez, porque una cosa es permanecer en la poltrona y la otra es gobernar. La legislatura está en un proceso agónico que solo puede servir para arrastrarse aún más en el fango, con un ejecutivo capado e inservible y un legislativo convertido en una versión cutre de El club de la lucha. Con el añadido del festival judicial del que disfrutaremos los próximos meses. A estas alturas nada justifica mantener una situación política que ha saltado por los aires y que ya no responde al resultado que salió de las urnas. En este sentido, no deja de ser muy significativo que aquel que se otorga la bondad progresista mantenga una concepción tan reaccionaria del poder, émula del famoso “el Estado soy yo” de Luis XIV.
Un presidente contra las cuerdas, incapaz de tejer mayorías parlamentarias, asediado por las togas e imposibilitado de gobernar: el sueño de todo opositor que quiere asaltar el poder. Y esta es la paradoja: Núñez Feijóo tiene la mayor oportunidad de su carrera para descabalgar a Pedro Sánchez y, sin embargo, no tiene ninguna capacidad de hacerlo. Le toca jugar a Feijóo, tiene al rey Sánchez rodeado y no puede hacer ninguna jugada: la versión política del endiablado rey ahogado del ajedrez. En este sentido, si Sánchez demuestra una ambición política voraz y desmesurada, su némesis Feijóo demuestra una enorme incapacidad para el liderazgo y una falta evidente de autoridad. Su último paseo por Barcelona, mendigando a Sánchez Llibre que presione a Junts para que acepte la moción de censura, resuena en la imagen de debilidad que ya ha dado en el caso Mazón, incapaz de resolverlo durante un año, y cediendo todo el poder a Vox. Un líder con autoridad coge el teléfono, habla con Puigdemont, plantea sus opciones e intenta conseguir alianzas. Pero Feijóo está atrapado en una telaraña de miedos, estigmas e intereses que lo dejan impedido. Necesita a Puigdemont, pero también necesita a los votantes que lo demonizan, y entonces, incapaz de encontrar salida, protagoniza la estrambótica pirueta de pedir, por favor, que el bueno de Sánchez Llibre convenza al indómito Puigdemont, eso sí, sin hablar con él, sin mostrar respeto alguno, sin presentar ningún acuerdo, como si fuera un mendigo rogando a la madre superiora. Es un líder en el asalto del poder que no puede sacar a un simple Mazón desprestigiado, ni puede llamar a un Puigdemont que tiene los votos que necesita. Sin duda, Sánchez no podía soñar mejor rival en su peor situación.
Por ambición de uno y por ineptitud del otro, la legislatura se ha convertido en un muerto viviente que promete arrastrarse entre la pelea chapucera y la insolvencia política, en un espectáculo de bajeza que los deja retratados a todos: a Sánchez, como un aprendiz de Rey Sol, y a Feijóo, como un Hernández Mancha cualquiera.