Esta semana se me ha parado el contador y he decidido ir a ver a los Rolling Stones en Milán. Cogí un aeroplano el mismo día por la mañana, con una compañía que vuela en present continuous. Cuando ya me había levantado temprano, superado el tráfico matinal, aparcado por un dineral y pasado la humillación del control de seguridad, abrí el correo mientras hacía un café en el patio de la T1. Uno de los correos era la compañía en cuestión, que me decía, textualmente: "Es posible que el avión que operará tu próximo vuelo no disponga de plazas suficientes para todos los pasajeros". Es "posible" significa que es seguro, pensé inquieto. Y seguía: “Si se da el caso, necesitaremos pasajeros dispuestos a tomar un vuelo posterior”. Si se da el caso. Que significa: es seguro. Y aquí venía la oferta: "¿Te gustaría ser uno de ellos?". Caramba. Sólo faltaba el signo de exclamación y el añadido “no te puedes perder esta oportunidad que tan generosamente te brindamos”. Pero no, no había signo de exclamación. Eso sí, seguía: “Si finalmente fueras elegido/a recibirías un descuento de 100 euros por persona que podrás usar en tus próximas reservas”. Y no crean que la opción del vuelo fuera al cabo de una hora o dos. Las opciones eran para el día siguiente. Escamado, abrí la app de la compañía. Y, para mi sorpresa, para el vuelo que tenía reservado, ponía lo de “solo quedan tres plazas”. Quedaban tres plazas. ¡Todavía había billetes a la venta! Quiere decir, pensé, que no hay overbooking. Bien, no, no lo pensé. Ya comenzaba a escribir este artículo en mi cabeza.

El overbooking, indignamente, es legal en la UE, y todos los expertos advierten que este fenómeno será el pan nuestro de cada día este verano

Después de hacernos cambiar de puerta cuando ya todo el mundo hacía cola, subir a un autobús jardinera y sentarme en un asiento con un espacio entre filas perfectamente descriptible para todos ustedes, el avión puso en marcha motores. ¿Falsa alarma? No. Al cabo de un rato, vi que quedaba de pie un pasajero. Y el capitán anunció por megafonía "como han notado, hemos tenido que parar el motor, porque tenemos un pasajero de más". El chico, cabe decir, no se inmutó y siguió mirando una serie en su móvil, que es lo que hace ahora la gente en los aviones. Y nadie protestó. Supongo que por miedo a ser invitados a abandonar la nave o porque ya nos hemos puesto en la cabeza que volar es un deporte de riesgo que requiere paciencia. Así que las puertas se abrieron para que pasara el aire. Y, no sé después de qué tipo de negociación —eso sí, con más fortuna que la mesa de diálogo—, un pasajero —que no era el que había quedado de pie— abandonó el avión. Ni que decir tiene que el vuelo salió tarde. Más de una hora sobre el horario previsto. Una minucia que, como son las cosas, entra dentro de las previsiones de los clientes. Bien, llámenlos clientes, llámenlos lo que quieran.

Visto que el overbooking, indignamente, es legal en la UE, y que todos los expertos advierten que este fenómeno será el pan nuestro de cada día este verano, les propongo una solución que todavía hará más adrenalínica la experiencia de volar. Un juego del calamar consistente en expulsar al pasajero que sea advertido primero por un auxiliar de vuelo. Hay muchas opciones. Ponga la maleta debajo del asiento. Ahora no puede tener la mesita bajada. Todavía no puede enchufar el móvil. Póngase bien la mascarilla. Sólo falta que, cuando pasemos el control de seguridad, y antes de subirnos al avión, nos den un chándal verde con un número.

Ah, por cierto, el concierto bien. Y no sufran por ellos. Mick Jagger ha superado la covid y Sus Satánicas Majestades van en un avión privado con una lengua dibujada. Tal vez el dinero no da la satisfaction, pero ayuda.