Tom ha hecho ganchillo y ha proclamado su orgullo gay al lado de su marido Dustin, ambos padres de Robbie. Ona ha reivindicado compatibilizar el trabajo con amamantar a su hijo Kai. Jessica quiere ser madre y no tener que dejar el trabajo. Y Simon ha puesto de manifiesto que una lesión mental es igual que una de física. Nada que no vivamos en nuestro día a día, pero con una diferencia: el escenario han sido unos Juegos Olímpicos. Los Juegos en los que han competido Rebecca y Laurel como primeras atletas transgénero, donde la mitad de los participantes han sido mujeres, con la mayoría de países con doble abanderado, con muchos deportes con equipos mixtos y equipos femeninos rebelados contra la obligatoriedad de la ropa corta y ceñida. Por ello, muchos comentaristas han considerado los de Tokio como los Juegos de los gestos o de una nueva era.

En RAC1, Joan Burdeus hablaba de guerra cultural, comparando la representante de la generación Z Simon Biles con un millennial de espíritu generación X (esto de las generaciones tiene matices por países) como Novak Djokovic. La teoría dice que los humanos tenemos la pulsión competitiva y la cooperativa. Y así como la generación X, los que nacimos en plena guerra fría, fue educada para competir y, supuestamente, recoger los resultados, el mundo en que ha nacido Simon Biles es un mundo en el que lo de competir ya se ve que no ha dado los resultados esperados. Se suponía, decía Burdeus, que en un marco democrático debía de competirse en igualdad de condiciones y que el resultado sería justo. Pero las reglas del juego de las democracias no han funcionado, sin ir más lejos, en el caso de los negros en Estados Unidos. Se podría pensar en cambiar las reglas del juego para hacerlas más justas, pero ante la impotencia para hacerlo, la solución para los defensores de la pulsión cooperativa sería eliminar una competición que nos lleva a la destrucción mutua, caso de la crisis de 2008. Y es mejor que nos dediquemos a cuidarnos.

Así como la generación X fue educada para competir y, supuestamente, recoger los resultados, el mundo en que ha nacido Simon Biles es un mundo en el que lo de competir ya se ve que no ha dado los resultados esperados

Seguro que hay mucho de esto en estos Juegos y seguro que en el mundo existe ―ahora y siempre― esta guerra cultural, ahora mismo muy bien representada por la generación Z que se dedica a despreciar a los boomers, hijos de la Segunda Guerra Mundial. Lo que no tengo claro es que los Juegos sean un reflejo de que esté ganando la pulsión cooperativa. Por varios motivos.

Primero, porque, lo dice el propio Burdeus, en Occidente quizás hemos llegado al final del camino y tenemos problemas del primer mundo, pero no los chinos, que compiten y compiten. Y sólo hay que ver el medallero. El de los Juegos y el económico. Y los trumpistas no dejan de ser una reacción a esta supuesta (o no) decadencia de los valores de Occidente. Segundo, porque la misma Biles acaba compitiendo para ganar un bronce. Tercero, porque si nos fijamos en algunas de las medallas individuales de la selección española, que son las que, paradójicamente, más molestan a Vox, veremos que las consiguen deportistas que no tenían, precisamente, problemas de primer mundo y que han tenido que esforzarse más que otros. Y, cuarto, al final, en estos Juegos hemos visto una campeona olímpica de 13 años en skate. Y esta, hipercompetitiva porque ha vuelto después de rompérselo todo, ya no sé si es Z o qué letra queda.

Ah, y al final, tampoco han cambiado tanto las cosas en el mundo que conocimos los coetáneos de Winona Ryder. China al margen, los rusos siguen siendo los malos y compiten como comité olímpico porque ellos hacen trampas y los otros, como sabemos, no. Los atletas del antiguo telón de acero todavía aprovechan el deporte para huir, como la atleta bielorrusa Kristina Timanóvskaia. Y Karate Kid ahora es Cobra Kai.