En 1979 Montserrat Caballé y Josep Carreras grabaron bajo la dirección de Ricardo Mutti la ópera Cavalleria rusticana, un melodrama con música de Pietro Mascagni, que sitúa la acción en la Sicilia del siglo XIX. El libreto habla de amores, traiciones, celos, adulterio, venganza y muerte. Justamente, es en 1979 donde se sitúa la acción de la tercera parte de El Padrino, que tiene la escena final en la Ópera de Sicilia, donde se representa Cavalleria rusticana. Allí tiene lugar el clímax de la historia en un montaje paralelo. La muerte de la diva el sábado y los hechos del Parlament de los últimos días se han cruzado en la mente con aquella escena mítica como imagen de lo ocurrido.

Francis Ford Coppola es un italoamericano preocupado por la fugacidad del tiempo, la unidad de la familia, la fe y la soledad. Todos ellos elementos presentes en los avatares de esta mayoría independentista que, una vez pasado el momento de tocar la gloria, se ha roto esta semana sin saber si volverá el pasado añorado. Y, como la política catalana de la actualidad, El Padrino III es también una película de buscar sucesores y de hacer entrar los asuntos de la familia en la legalidad. Dos elementos, por cierto, en los que Michael Corleone fracasa.

La tercera parte de la trilogía de Coppola comienza con una celebración y termina con una matanza trágica. Hasta que vemos la muerte de Michael Corleone en la más estricta soledad. Una muerte solitaria como la de su padre Don Vito. Como las muertes políticas de tantos poderosos. Pero en las familias políticamente correctas hay dos personas. Y en la película vemos a una Diane Keaton en el papel de Kay, la mujer de Michael (Al Pacino), que es capaz de representar la mirada de quien ha estado enamorada de su pareja, pero se ha visto traicionada por el hombre que engendró a sus hijos ya la vez mató a su hermano. Siempre dos almas. Siempre buenos y malos. O no. No hay malos claros y no hay buenos claros en esta película. Hagan los paralelismos que quieran. Sea como sea, hay en esta relación de pareja una gravedad dramática y todos los actores secundarios al servicio de los protagonistas principales. Es ésta una película ―ahora sería una serie― en la que se deshace la unidad de la familia y en la que el patriarca ve la muerte de sus hijos antes de su lenta decadencia, porque en ellos está su pecado.

La muerte de la diva el sábado y los hechos del Parlament de los últimos días se han cruzado en la mente con aquella escena mítica como imagen de lo ocurrido

En la escena final de la tercera parte de El Padrino, dicen los entendidos que la más floja de la saga, la familia parece reencuentrarse. El Padrino Michael Corleone está en la Casa de la Ópera de Sicilia para ver el debut de su hijo Anthony. En el teatro de Palermo también están su hija Mary y Kay, la madre de sus dos hijos. Pero Michael ha prohibido a su sobrino Vincent que siga la relación que tiene con Mary si quiere ser el nuevo Don. No quiere mezclar las dos almas. Quiere preservar a la hija de sus pecados. Mary le pide explicaciones a la salida de la representación, en las escaleras del teatro, y allí, un asesino a sueldo que quiere matar a Michael dispara pero toca a la hija en el pecho y la mata al instante. Como música de fondo, el intemezzo de la Cavalleria rusticana, que tiene un argumento similar. Y bajo esa banda sonora, el grito silencioso de Al Pacino, en tránsito por el dolor de ver muerta a su hija.

Aunque rodada en 1990, Coppola sitúa la película no más allá del año 1980, porque explica el final de una época. De su época. La de un Michael Corleone en retirada y buscando respuestas, en una película que habla de la naturaleza íntima de un fracaso. Del fracaso de quien lo tuvo todo en su mano. Del monarca cansado, como un personaje shakespeariano, de la mala conciencia. De qué hacer con los escombros de la gloria.