La tarde del 25 de septiembre de 2018, tres hombres se sientan alrededor de una mesa para idear una operación policial con el objectivo de detener el referéndum del 1 de octubre. Son el responsable de la Policía Nacional, Sebastián Trapote, el director del Gabinete de Coordinación y Estudios de la Secretaría de Estado de Seguridad, Diego Pérez de los Cobos, y el responsable de la Guardia Civil en Catalunya, Ángel Gozalo. Este último es natural de la Seu d’Urgell, fue nombrado teniente en 1978, y ejerció en Sant Feliu de Llobregat y luego en Martorell. Hasta que en 1985 lo ascendieron a capitán de la plana mayor en Barcelona y en 2000 a coronel. A partir de la sección de información fue subiendo peldaños y en 2011 se convirtió en general de brigada y jefe de la policía judicial y en 2012 en jefe de zona en Catalunuya. El exministro Jorge Fernández Díaz lo ascendió a general de división en 2015. Y el día 1 de octubre de 2017 tuvo bajo su mando a los agentes antidisturbios venidos de toda España para zurrar a miles de conciudadanos suyos "poniendo la porra como si no hubiera mañana". Dirán que las órdenes fueron de Pérez de los Cobos y de sus superiores. Lo enmascaran con una orden judicial que no decía eso. Dirán que Gozalo hizo senzillamente su trabajo, que es cumplir órdenes. Es cierto. Como también que hubiera podido dimitir. En todo caso, no le ha ido mal, porque después ha sido ascendido a teniente general y, enviado a Madrid, ahora es uno de los cuatro tenientes generales con el que queda configurada la cúpula de la Guardia Civil. Aquí lo ha sustituido el general de brigada Pedro Garrido.

En el currículo de Gozalo figura que ha recibido todo tipo de cruces y grandes cruces de mérito con nombres rimbombantes, sin que se especifique el porqué. Pero la que me ha llamado la atención, por el nulo eco que ha tenido y por quien le ha hecho tal honor de manera casi clandestina, es la que recibió hace unos días: la Medalla de Honor de la Cambra de Barcelona, entregada en persona por Miquel Valls. Supongo que porque Valls era de los que decía que el referéndum no se haría, que era la información que recibía el establishment catalán de la Moncloa. Y, cuando se hizo, debió respirar aliviado viendo como la valiente Guardia Civil pegaba a los ciudadanos, algunos de los cuales tal vez eran asociados suyos. Miquel Valls puede hacer lo que le dé la gana, pero duele ver como la entidad heredera de la llotja de mar y el consolat de mar de la Corona de Aragón es ahora tan borbónica, teniendo en cuenta que fue Felipe VI el que avaló el "a por ellos" ejecutado por la policía y la Guardia Civil.

Dar la Medalla de Honor a quien lideró las bofetadas del 1-O no es digno de esta institución

Miquel Valls preside la Cámara desde 2002, sustituyendo a Antoni Negre, cuando optó a la elección sin competencia, que es como gusta hacer las cosas a los que mandan en Barcelona. Porque quiere decir que antes lo han hablado y repartido. Y son siempre los mismos. De hecho, Valls es vicepresidente de la Fira y del Consejo Superior de Cámaras de Comercio de España, que preside Josep Lluís Bonet. O José Luis, como quieran. Valls ya se va. Aunque quería seguir aprovechando una especie de vacío legal, se irá a primeros de 2019 cuando haya elecciones. Pero es que está en prórroga desde el 2014, porque el Govern ha tardado en adaptar la normativa a la ley española. Pero antes lucha por mantener las instituciones, como la Fira, en manos de los de siempre.

Como presidente de la Cambra, Valls había navegado evitando hostilidades con los soberanistas, incluso con algún gesto, consciente de las diferentes sensibilidades que hay en las cámaras catalanas. Pero dar la Medalla de Honor a quien lideró las bofetadas del 1-O y que, en caso de que el gobierno hubiera hecho caso de la proclamación del Parlament, se hubiera encargado de reprimir con violencia a la población y las instituciones catalanas, no es digno de esta institución. Y Valls lo sabe, porque no se ha hecho publicidad. Se puede estar a favor o en contra de la independencia. Pero no se puede premiar a quien pega "como si no hubiera mañana". Y, en todo caso, demuestra una desconexión total entre los que mandan y la gente. Esta desconexión es la que genera populismos, que hay que combatir y son quizá peores. Pero entre los populismos que le hablan al pueblo en lugar de los ciudadanos y las élites que ignoran el pueblo, hay un camino del medio que es el acertado. El camino de las instituciones que respeten los ciudadanos. Lo que no ha hecho la Cambra, pero tampoco muchas otras instituciones catalanas, principalmente económicas, que se han ganado por méritos propios una zanja emocional con los ciudadanos de Catalunya que les costará mucho recuperar.