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El princesismo de Susana Díaz está a medio camino entre el de Cristina Kirchner y el de Ada Colau. Su uña retorcida se esconde tras una feminidad un tanto monjil y maternal que me recuerda la alcaldesa de Barcelona. Como me pasa con Colau, la cosa que me  impresiona más de la líder andaluza es la sensación de determinación que transmite su mandíbula magnífica y desproporcionada, más visible que su frente. La Cleopatra socialista parece una de estas mujeres simpáticas y protectoras que, faltadas de un cuerpo escultural o de una cara bonita, han aprendido a dominar la vanidad de los hombres gestionando los menosprecios y las alabanzas.

Como Sevilla no es Barcelona ni Andalucía no es Catalunya, Díaz no va vestida de payesa ni pretende que no tiene ambición política. Cuando tenía 40 años, Díaz pasó por el estilista. Ahora va con las cejas depiladas, la melena teñida de rubio, y se viste escogiendo los conjuntos para estilizar su línea poco esbelta. Cuidar la calidad de las medias o la altura de los tacones no le ha impedido reivindicarse como la defensora de los andaluces pobres. En 2013 se presentó como una hija de la casta de los lampistas, aunque llevaba dos décadas encadenando cargos políticos. Díaz hacía referencia a su padre, que trabajó de lampista en el Ayuntamiento de Sevilla. Más adelante trascendió que su marido es mileurista. Eso se le nota en las formas de mujer que no guarda las distancias corporales, pero que quiere aparentar cierta categoría.

Cuidar la calidad de las medias o la altura de los tacones no le ha impedido reivindicarse como la defensora de los andaluces pobres
Nacida en el barrio de Triana de Sevilla, donde ha vivido siempre, Díaz dejó la carrera de Derecho cuando fue nombrada secretaria de organización de las Juventudes Socialistas en 1997, y no la acabó hasta diez años más tarde. Como algunos líderes más jóvenes, forma parte de este tipo de políticos que suben en el escalafón más por su constancia y tenacidad, que por su capacidad intelectual o sus ideas. Díaz es fruto de una España en la cual la incultura es un valor, sobre todo cuando se mezcla con un narcisismo sumiso a la jerarquía. Si Pedro Sánchez parece tener un punto de quijotismo y de ingenuidad, Díaz da la impresión de saber muy bien qué papel tiene el PSOE en la comedia española, y de jugar con esta falta de escrúpulos que da la ignorancia cuando se mezcla con una ambición desaforada.
Díaz da la impresión de saber muy bien qué papel tiene el PSOE en la comedia española, y de jugar con esta falta de escrúpulos que da la ignorancia cuando se mezcla con la ambición
Para entender bien el juego de Díaz hay que saber que, desde la transición, el papel del PSOE ha consistido en legitimar la monarquía y a los vencedores de la Guerra Civil. El PSOE ha sido la oposición que el franquismo necesitaba para volverse democrático. Por eso, desde Ferraz pueden acusar a la líder andaluza de representar el Ibex-35 y de querer convertir al Partido Socialista en la muleta del PP –como si en realidad, en términos de poder profundo, hubiera sido nunca otra cosa–. Díaz desprecia a Sánchez porque el secretario general del PSOE la traicionó en las primarias que lo hicieron secretario general. Pero también le odia porque es un demócrata satisfecho, que no parece saber que en España mandan los de siempre y que la transición sólo dejó al PSOE un papel de comparsa.

Díaz conoce sus limitaciones perfectamente y por eso les saca todo el partido posible. Ante la emergencia de la nueva política, ha dejado las veleidades reformistas de su mentor, José Antonio Griñán, y se ha alineado con el viejo bipartidismo. Griñan es un político culto, pero tuvo que retirarse al verse mezclado, junto a Manuel Chaves, en el escándalo de los ERE. Díaz ha respondido a la crisis del Estado mirando de dar una pátina moderna al felipismo, aquel imaginario que creció banalizando a la izquierda antifranquista y guiñando el ojo al folclore andaluz que había decorado la política de Franco –por eso pactó con el partido de Albert Rivera en la Junta–. En el mensaje de Fin de Año, la presidenta Díaz recordó que "Andalucía fue la que consiguió que la igualdad de los territorios y de los ciudadanos fueran la premisa fundamental del modelo autonómico". El folclore andaluz siempre gana importancia cuando Castilla se siente amenazada por Catalunya.

Última heredera del 'clan de la tortilla', Díaz es un 'Pujolet' que quiere presidir España porque Sevilla no es Madrid ni Barcelona
Última heredera del clan de la tortilla, aquel grupo liderado por Felipe González que puso el PSOE al servicio de los americanos y de las oligarquías franquistas interesadas en la regeneración, Díaz es un Pujolet que quiere presidir España porque Sevilla no es Madrid ni Barcelona. El problema es que, hasta ahora, Pedro Sánchez ha demostrado una capacidad de resistencia poco prevista, seguramente porque tiene una idea propia de España y también porque es nieto de un militar falangista. Aunque los resultados lo dejaron tocado, los intentos de Díaz para organizar un asalto a la secretaría general no han cuajado y la líder andaluza corre el peligro de perder la fama de animal político que le ha dado prestigio. Esta imagen de De Gaulle que tiene que desembarcar en la capital para salvar el socialismo, en buena parte la debe a la prensa y al control que tiene sobre el clientelismo andaluz. Aun así, ni la misma Díaz cree que, si ocupara el lugar de Sánchez, a la hora de la verdad podría mejorar sus resultados.

(FOTOS: EFE)