Todo el pescado ya está vendido desde un buen principio. Xavier Trias era quien no se había percatado de ello —o no quería percatarse, aún colapsado por el sonoro “que us bombin” (que os den)—. El PSC es hoy un partido en manos de gente muy deshonesta. Los represaliados del 1-O lo han vivido en carne propia. Es de dominio público que Salvador Illa se negó a visitar a los presos del 1-O, en concreto a Quim Forn, con la excusa de que todos eran delincuentes, que es el mismo argumento que usan, todavía hoy, el PP y Vox para referirse al mundo de Junts. En círculos de la Moncloa se recomendó a Pedro Sánchez que dejase gobernar a Trias porque los analistas “monclovitas” ya preveían la situación actual, en la que Junts sería la mosca cojonera del PSOE en las Cortes españolas. Pero Collboni quería ser alcalde a cualquier precio e Illa le apoyó.

Así es cómo Collboni no tuvo ningún escrúpulo en aprovechar los votos del PP para convertirse en el alcalde con menos apoyos de todos los que ha tenido Barcelona. Al final, el PSOE y el PSC, que es tanto como decir lo mismo, y el PP, se apoyan siempre que el independentismo les destroza los planes. El PSOE y el PSC votaron juntamente con el PP (menos Montilla, que tuvo un poco de dignidad presidencial) la aplicación del artículo 155 de la Constitución para intervenir la autonomía catalana gobernada por la mayoría independentista. El unionismo es un bloque cuando en España el estado se siente en peligro. No nos dé miedo decirlo claramente: del mismo modo que hubo franquistas catalanes, y que no fueron pocos, también existe un unionismo catalán antidemócrata si de lo que se trata es de frenar al independentismo. La verdad, como está destapando la Operación Catalunya, es un artículo de contrabando.

Collboni es el alcalde legítimo de la capital catalana, eso nadie puede ponerlo en duda, y todavía menos cuando los apóstoles del pensamiento iliberal zarandean la democracia proclamando la ilegitimidad del gobierno de Pedro Sánchez. Collboni es el alcalde legítimo del unionismo que nunca se aliará con un partido independentista. Por mucho que Xavier Trias renegara del independentismo durante la campaña electoral, cosa que le hizo perder la alcaldía, porque alejó al votante independentista con la vana esperanza que “los moderados”, los mismos que habían aupado como alcaldesa Colau vía Manuel Valls, se lanzarían en sus brazos para proporcionarle la mayoría.

El upper Diagonal vota socialista si se trata de defender España en unas elecciones locales o catalanas. En una ciudad como Barcelona, escorada ideológicamente hacia el centroizquierda o más allá, los colaboradores de Trias no advirtieron que la batalla no era simplemente ideológica, sino también nacional. Si bien el independentismo en la capital catalana no es especialmente mayoritario, está claro que quien se desprende él, quien insiste a estigmatizarlo, pierde apoyos. El análisis de Trias es, además, repetitivo, porque repite ahora lo que ya afirmó en 2015, cuando dijo que había perdido por culpa del procés, y lo repitió en 2019 para justificar los males resultados de la candidatura formada por el binomio Quim Forn-Elsa Artadi, que todo el mundo identificó con Puigdemont. Los hechos son algo más complejo.

El PSC es hoy un partido en manos de gente muy deshonesta

La prueba es Esquerra, que es un partido que tropieza con la cola de paja que le cuelga desde que, de tanto ampliar la base con federalistas provenientes del PSC e Iniciativa, ha ido perdiendo la identidad como partido independentista. Ahora es una copia, que ni ellos mismos saben que lo son, de la izquierda radical-socialista francesa, que irrumpió en la política gala para añadirse a la candidatura de François Mitterrand para las elecciones presidenciales de 1974. Después desapareció atrapado en la telaraña del PSF. En 2019, ERC fue la lista más votada en Barcelona, muy por encima del PSC, con un planteamiento independentista de centroizquierda, pero la izquierda españolista, con los comunes al frente, le arrebató la alcaldía con los votos del españolismo de derechas, a pesar de la adhesión acrítica de los republicanos al sanchismo. En 2023, el independentismo ya no era el centro del discurso de ERC, y por eso el acuerdo entre Maragall y Trias fue tan rápido como sorprendente. Entre los dos mataban el procés. Para algunos votantes, Valls no era el PP, y por eso no se escandalizaron tanto cuando el candidato del Círculo Ecuestre impidió el acceso a la alcaldía de Ernest Maragall. La operación Collboni siguió el mismo esquema, si bien con menos glamur, porque el conservador Daniel Sirera no tiene los visos pomposos del candidato francés Manuel Valls. Aun así, la escena fue muy casposa.

Collboni se ha dejado querer por Xavier Trias, dándole cancha horas y horas para contentar al establishment de la capital, que recela de un tripartito que cuente con Colau. Pero no hay más cera que la que arde. El PSC nunca tuvo la voluntad de pactar con Trias, porque, si hubiera sido así, lo habría podido hacer el primer día. Insisto: Collboni quería ser alcalde sí o sí, y por eso no pactó con Xavier Trias, que entonces le habría abierto los brazos con el mismo entusiasmo que ahora ha demostrado para acariciar un pacto sin reclamar compartir la alcaldía, que sería lo suyo cuando eres el grupo mayoritario y alguien quiere pactar contigo. Como ya he dicho, no sé si es que Trias está desubicado políticamente, o bien es que algunos de sus concejales no saben hacer política desde la oposición y lo presionan para pactar, pero otra vez se ha dejado engatusar por Collboni. Junts no ha sido la primera opción de pacto para el PSC en ningún momento.

No basta con proclamar que tienes el mejor grupo municipal, formado por ex-consejeros de la Generalitat. En la oposición hay que saber hurgar en las contradicciones de un gobierno municipal que es heredero del anterior, porque, para empezar, los socialistas fueron durante años los cómplices necesarios de las nefastas políticas de Colau, hasta que Collboni saltó del barco teatralmente. La deslealtad de Collboni con sus antiguos aliados no fue premiada con la victoria en las elecciones, si bien después ambos partidos pactaran para frenar a Trias. ¿Ada Colau acabará siendo la alcaldesa de noche? ¿O lo será Elisenda Alamany, una reconocida federalista dentro de Esquerra? Este cargo tan estrafalario que se ha sacado de la manga Collboni, sea dicho entre paréntesis, no tiene sentido. Es como recuperar la figura del “sereno”, un vigilante municipal que rondaba por la noche con las claves de todos los portales y que en Navidad pasaba a buscar el aguinaldo piso por piso de la zona que tenía asignada. Supongo que solo los boomers se acordaran de ese personaje y les entrará la risa ante la ocurrencia del señor alcalde.

Trias se ha dejado engatusar por Collboni. Junts no ha sido la primera opción de pacto para el PSC en ningún momento

Collboni se ha aprovechado de Trias y este buen hombre asegura que él se marchará cuando el pacto esté ligado, comprometiendo el futuro de los que se quedan y del partido que le apoyó, a pesar de que al menos la mitad de la militancia está en contra de pactar con los socialistas. El liderazgo es muy distinto al caudillismo, que es su versión autoritaria, por otro lado, muy arraigada en la historia española. Collboni no tenía intención alguna de llegar a un acuerdo con Junts. Cómo señala Ramon Suñé en la crónica para La Vanguardia del pasado viernes, los socialistas prefieren evitar un acuerdo de gobierno con Junts, que los garantizaría la mayoría absoluta con 21 de los 41 concejales del Ayuntamiento, y se decantan por el tripartito. Una opción que, dimitido Maragall, quien para sorpresa de sus correligionarios se entendió enseguida con Trias, también anhelan los comunes y Esquerra.

La respuesta, apuntaba el cronista del diario de los Godó, hay que buscarla muy lejos de Barcelona, concretamente en Waterloo. El alcalde socialista —escribe— “no se fía en absoluto del sector más radical de Junts, que tiene como referente al expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont”. Como excusa sería buena si alguno de los concejales de TriasxBCN perteneciera al sector pretendidamente radical de Junts. El problema no es el radicalismo de los concejales junteros, sino su fidelidad a un proyecto político, puesto que los extremistas de verdad, si es que hubiera que plantearlo así, son los comunes, quienes siendo una minoría, como eran en el Ayuntamiento, casi consiguen destrozar Barcelona sin buscar jamás el consenso. La falta de confianza de los socialistas hacia Junts no es ideológica, sino estratégica, porque saben que mientras el partido de Puigdemont sea lo que es hoy, un partido nacional e independentista, no se rendirá ante las reivindicaciones que más incomodan. El PSC es por ahora en Cataluña el partido Alfa del españolismo y le resulta más fácil buscar el apoyo de quien ha aplazado el independentismo sine die.

El PSOE pacta con Junts en el Congreso porque no tiene otra si quiere gobernar. La voluntad de engaño es permanente. Además, siempre que los independentistas de Míriam Nogueras le arrancan una muela al PSOE, al día siguiente Félix Bolaños o la nueva vicepresidenta, la Montero socialista, salen a aguar el acuerdo. Hay quien se lo compra en Barcelona, incluso entre la nueva derecha independentista que se está configurando en el llamado cuarto espacio, porque el hombre de Waterloo es un grano en el culo de todo el mundo, aunque él demasiadas veces deje hacer, como ha ocurrido con Trias. Los que lo conocen saben que Puigdemont no era para nada partidario de pactar con Collboni. El precio que pagar habría sido demasiado alto, todavía más cuando no está garantizado que los socialistas dejen atrás las majaderías que ellos mismos aprobaron mientras gobernaban con Colau y que vuelvan la senda del catalanismo.