Uno de los argumentos de la clase política catalana que a partir de la gran manifestación de la Diada Nacional de 2012 en Barcelona se puso al frente del proceso independentista que la gente había empezado desde abajo —las consultas municipales sobre la independencia que arrancaron en Arenys de Munt en 2009— era que, pasara lo que pasara, Europa acabaría respaldando a Catalunya en sus aspiraciones de separarse pacíficamente de España. Quién no recuerda el sonsonete de Europa ens mira ('Europa nos mira') que todos usaban a diestro y siniestro para intentar tener controlada a aquella masa de catalanes que crecía de manera exponencial cada vez que los poderes del Estado español hacían algo para detenerla y que automáticamente se les volvía en contra.
Pues suerte que Europa miraba a Catalunya, que, si no, la primera sentencia de la justicia europea sobre la celebración del referéndum del Primer d’Octubre de 2017 y las consecuencias políticas que se derivaron habría aplicado, como quien dice, la pena de muerte a los políticos catalanes encausados y condenados por los tribunales españoles. Y es que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) concluyó el jueves de la semana pasada que el Tribunal Supremo (TS) no vulneró los derechos a la libertad, a la libertad de expresión y a unas elecciones libres de Oriol Junqueras, Jordi Turull y Jordi Sànchez por dictar su encarcelamiento preventivo y privarlos, primero, de participar en la campaña de las elecciones catalanas de diciembre del mismo 2017, convocadas por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución que anulaba el autogobierno de Catalunya, y, después, de disfrutar de los resultados que se produjeron.
La resolución, adoptada por unanimidad y que sostiene que las denuncias de los dirigentes catalanes "no son lo suficientemente homogéneas" para concluir que su prisión preventiva "perseguía un objetivo inconfesado hacia ellos", es una bofetada con la mano bien abierta en la cara de los políticos de JxCat —entonces todavía bajo el paraguas del PDeCAT— y ERC, que habían fiado toda su estrategia a la supuesta benevolencia de una Europa que, en realidad, siempre se ha hecho la desentendida y ha mirado hacia otro lado. Es un revés en toda regla que, además, especifica que no estaban en prisión por su ideología, por ser, supuestamente, independentistas —"su ideología no era la causa de la detención provisional"—, y que, en la práctica, marca el camino de la sentencia pendiente sobre las demandas presentadas por quienes finalmente fueron condenados por sedición por el propio TS. De hecho, el TEDH —como ha hecho también en otras cuestiones el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE)— hace completamente suyos, en esta primera sentencia, los criterios de la justicia española más retrógrada que permanece atrincherada en el TS y en parte del Tribunal Constitucional (TC) y se muestra muy crítico con los argumentos de los encausados, y nada hace prever, por tanto, que la siguiente tenga que ser diferente.
Europa como organización política, es decir, la Unión Europea (UE), es un club de Estados que nunca hará nada que vaya en contra de sus miembros
Exactamente lo contrario de lo que hace diez años habían previsto unos dirigentes catalanes, encabezados por Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, y con Artur Mas actuando todavía entre bambalinas, que o bien vivían en la inopia o bien alguien los había enredado. Europa como organización política, es decir, la Unión Europea (UE), es un club de Estados que nunca hará nada que vaya en contra de sus miembros. La Europa de las regiones es un montaje que se inventaron precisamente los Estados para tenerlas entretenidas, pero para nada más, no tiene ninguna efectividad. Y suerte que esta UE no iba a permitir que España empleara la violencia para impedir que los catalanes votaran a favor de la independencia de su país. No bombardeó, esta vez, Barcelona ni sacó los tanques a pasear por la Diagonal, pero apaleó a base de bien a los ciudadanos que, a pesar de todo, decidieron poner y defender las urnas. Esta, según las fuerzas procesistas, era una imagen que España no podía permitirse. Pero la UE se la permitió y, obviamente, a España no le sucedió nada, más allá de una tímida amonestación pública para cubrir el expediente.
El círculo de una de las tomaduras de pelo más sonadas de la historia política de Catalunya se cerrará, pues, con Europa girándole la espalda. Porque no se podía saber que, siendo lo que es la UE, acabaría haciendo lo que hace. La realidad es que Europa nunca ha visto con buenos ojos las aspiraciones independentistas de Catalunya y más bien las ha considerado siempre un quebradero de cabeza que había que controlar como fuera, sobre todo porque España sin Catalunya entraría en bancarrota, sería un Estado fallido de puertas afuera —ahora internamente ya lo es— y crearía un problema económico muy grave a la UE, que tendría serias dificultades para hacerle frente. Ni miradas cómplices ni jugadas maestras, es, como se inventó James Carville, el estratega de la campaña electoral de Bill Clinton que en 1992 le condujo a la Casa Blanca, la economía, estúpido, lo que mueve el mundo.
Es curioso, en todo caso, que la sentencia del TEDH haya coincidido con el anuncio de JxCat de que subirá un escalón la ruptura con el PSOE con enmiendas a la totalidad a todos los proyectos de ley que el Gobierno tiene presentados en el Congreso y a todos los que presente con la voluntad firme de bloquear la legislatura y de impedir que Pedro Sánchez pueda gobernar. Y lo es porque la decisión del partido de Carles Puigdemont lleva implícita la aceptación del marco político español que en 2017 se suponía que quería romper, pero que, desde el apoyo a la moción de censura que el líder del PSOE presentó y ganó a su homólogo del PP en 2018, contribuye a sustentar, y viene a dar así la razón a la justicia europea cuando asume de pies a cabeza el argumentario de la justicia española.
En este escenario, no es extraño que, incluso en el supuesto de que Europa nos mirara, no nos viera.