Cada uno los celebra como le place. Solo faltaría. Los días de fiesta, sean los habituales del fin de semana, sean excepcionales —por ejemplo Corpus Cristi o la Fiesta Nacional—, están pensados para que cada uno los pase como le apetezca. Estoy en los EE. UU. y ayer me cayó en las manos una guía estadounidense para inmigrantes en la que se explicaba, entre otras muchas cosas sobre los “hábitos” nacionales de los EE. UU., qué era el Cuatro de Julio y cómo se acostumbra celebrarlo. Era una pura descripción, que desprendía un tufillo imperceptible de conductismo, lo suficiente evidente como parda darse cuenta de cuál era la intención.

El autor de la guía explicaba que durante el Cuatro de Julio los hombres de todo este inmenso país que se rige por tres husos horarios, se visten con camisetas de color rojo, blanco y azul y plantan las parrillas de la BBQ en el backyard de su casa para compartir con familiares y amigos hamburguesas, costillas de cerdo y hot dogs. Me sorprendió que la guía especificara que esa era una tarea de hombres, porque les puedo asegurar que yo he asistido a barbacoas como esas organizadas por mujeres, gais y por personas de cualquier género. Pero lo cierto es, si observamos los estereotipos cinematográficos, que por norma general los hombres son quienes se encargan de asar la carne y las salchichas. La guía también especificaba que otra de las “buenas prácticas” nacionales es que las criaturas jueguen en la calle, si puede ser en aquellos drive sin salida de las urbanizaciones con casas aparejadas. Para rematar la explicación, la guía advertía que aquel día, ni antes ni después, las ondas de radio y los spots de TV iban cargados con anuncios patrióticos.

No sé si ustedes han vivido un Cuatro de julio en una ciudad de los EE.UU. Yo sí. Una vez en la civilizada Boston y otra en Reno, que es una ciudad horrible del estado de Nevada, pero donde la Universidad, que es bastante importante, acoge uno de los principales centros de estudios vascos que existen en el mundo. Nevada es zona de cuidadores de ovejas y muchos vascos emigraron allí. Aunque la historia de los dos pastores de la película Brokeback Mountain transcurre en Wyoming, lo que cuenta podría haber ocurrido en las montañas del estado sin nieve. Da igual, puesto que el Cuatro de Julio es fiesta nacional en los cincuenta estados que comparten soberanía con la Unión. Sin excepciones, ni siquiera los sudistas, siempre tan rebeldes, y no siempre para bien, reniegan de él. El Cuatro de Julio acaba, lo celebres donde lo celebres, con los efectos luminosos y sonoros de los fuegos artificiales. Una composición de palmeras, de barras y estrellas, cuya traca final son los colores patrióticos.

El Cuatro de Julio se instituyó oficialmente como fecha festiva en 1870 y no se convirtió en un día festivo remunerado —pues ya se sabe cómo son estos yanquis— hasta 1941. En fin, un corto período de tiempo. El Once de Septiembre, nuestra Fiesta Nacional, se celebró por primera vez en 1886, un año después de la fecha que según la historiografía dio inicio al catalanismo político con la difusión del Memorial de Greuges. El acto consistió en una misa oficiada en la parroquia de Santa María de Mar, cerca del Fossar de les Moreres, donde “no s’hi enterra cap traïdor”, según los versos de Pitarra. Acudieron a la cita Àngel Guimerà y Valentí Almirall, entre otros, o sea nacionalistas y republicanos federales, las dos versiones políticas constitutivas del catalanismo, a pesar de que a los izquierdistas lo de la misa no les acabase de convencer. Los lerrouxistas lo aprovecharon para atacar a los catalanistas acusándoles de meapilas. Todo el mundo sabe cómo acabó Lerroux. Junto a la CEDA. En 1888, con motivo de la Exposición Universal, se instaló en la calle la estatua en honor a Rafael Casanova y en 1891, el Foment Catalanista se encargó de organizar anualmente las concentraciones. En 1900 se produjeron las primeras detenciones a raíz de los actos reivindicativos y por los fuertes enfrentamiento con los republicanos españolistas. En los años posteriores se repetirían las trifulcas. La dictadura de Primo de Rivera prohibió la celebración de la Diada durante el septenio que duró. O sea que, resumiendo: de buen comienzo, el Once de Septiembre fue un acto reivindicativo que el españolismo atacó y ninguneó. Y es que cuando la violencia deja mella, entonces es cuando una fecha toma todo su sentido y se convierte, primero, en recuerdo, tal como lo describe Marta Marín-Dòmine hablando del exilio, y después, en memoria.

Acudan a la manifestación, por muy críticos que sean con los políticos. No se olviden de que el Once de Septiembre siempre ha sido una fiesta del pueblo

En Catalunya no disponemos de una guía —y para inmigrantes todavía menos, pues sería sospechosa de supremacismo— que explique cómo debe celebrarse la Fiesta Nacional y si lo más normal es organizar una botifarrada o irse a la playa. La oficialización de la Fiesta, después del largo paréntesis franquista, se rige todavía hoy por la Ley 1/1980, de 12 de junio, con el argumento que sigue: “El recobramiento nacional de los pueblos pasa, sin duda, por la recuperación de sus instituciones de autogobierno. Pasa, también, por la valoración y exaltación de todos aquellos símbolos a través de los cuales las comunidades se identifican con sí mismas, ya que sintetizan toda la complejidad de los factores históricos, sociales y culturales que son las raíces de toda realidad nacional. De entre estos símbolos destaca la existencia de un día de fiesta, en el que la Nación exalta sus valores, recuerda su historia y los hombres que fueron sus protagonistas, y hace proyectos de futuro. El pueblo catalán en los tiempos de lucha fue señalando una jornada, la del 11 de septiembre, como Fiesta de Catalunya. Jornada que, si por una parte significaba el doloroso recuerdo de la pérdida de las libertades, el 11 de septiembre de 1714, y una actitud de reivindicación y resistencia activa frente a la opresión, suponía también la esperanza de una total recuperación nacional. Ahora, cuando Catalunya reemprende su camino de libertad, los representantes del pueblo creen que la Cámara Legislativa tiene que sancionar lo que la Nación unánimemente ya ha asumido.” Más claro el agua. Ninguna mayoría parlamentaria ha modificado esta primera ley de la autonomía de 1978. El Parlamento tiene la composición que tiene, a pesar de la voluntad del unionismo de alterar las mayorías cuando lo disolvió con la aplicación del 155 y convocó nuevas elecciones. La mayoría soberanista siguió inalterable.

En 1980 hubo voluntad de normalización, de convertir el Once de Septiembre en nuestro Cuatro de Julio, pero resulta que el camino de la normalización se empezó a torcer muy pronto, al poco del intento de golpe de estado del 23-F, cuando el pacto autonómico constitucional de los partidos españoles con los partidos nacionalistas vascos y catalanes se transformó en unos nuevos pactos, esta vez reservados a los unionistas, que derivaron en la LOAPA y un largo proceso de recentralización que puso fin a las esperanzas reformistas de entonces. La culminación de esa degradación ya la saben ustedes. Fue en 2010 y desde esa fecha todo va mal. Pero es que, además, ni antes ni ahora los unionistas se han dignado jamás a celebrar el Once de Septiembre. Podían hacerlo a su manera, pues no hay manual de instrucciones para ello. En verdad les digo, ahora que lo pienso, que alguna vez he coincidido con relevantes unionistas en la recepción que organiza el Consulado de los EE. UU. con motivo del Cuatro de Julio y les he visto tragarse unas mini hamburguesas, hechas a la medida de la dieta mediterránea, sin quejarse por estar celebrando una fiesta tan claramente nacionalista como es esa. Ciertamente es cuestión de elección.

Les deseo una buena Diada, puesto que no volveremos a coincidir hasta el día siguiente. Y acudan a la manifestación, por muy críticos que sean con los políticos. No se olviden de que el Once de Septiembre siempre ha sido una fiesta del pueblo y todavía queda mucho trabajo por delante, si es que realmente queremos dejar de conmemorar una derrota y ganar el futuro.