Reconozco que al oír hablar al president Illa sobre el catalán, sufrí una sensación mixta, entre una profunda fatiga y una rabia contenida. Nuevamente nos trataban como a un pueblo dócil, y si nos tratan así tan a menudo, ¿no será que realmente lo somos? ¿No será que hemos perdido tanto el sentido de la dignidad, ahogados por la decepción y la derrota, que somos capaces de tragarnos todas las mentiras? ¿No será que hemos decidido transitar por la calma de los cementerios, exhaustos de tantas batallas fallidas? El hecho es que el panorama del país, en términos de nación, es sencillamente desolador.
Empiezo por las palabras de Illa, como retrato preciso de nuestra miseria. La secuencia es la siguiente. Por enésima vez nos tumban el catalán en Europa, convertido en el colmo de la conquista nacional, ahora que ya no nos vemos capaces de conquistar nada. Sí, sí, ya sabemos que es por culpa del PP, que es muy malo y bla, bla. Entonces llega el señor Illa y, adornado como si fuera el conde Borrell en horas bajas, nos lanza una frase con pretensiones: "no pararemos, este es el mensaje, no pararemos. El Gobierno de España y las comunidades autónomas directamente concernidas no pararemos. ¿Por qué no pararemos? Porque tenemos razón. Eso no hace ningún daño a nadie". Y he aquí como la estafa monumental que nos perpetran como pueblo se convierte una especie de proclama buenista que nos da migajas para engañarnos el estómago.
Nos han tomado la medida y ahora, domesticados, desconcertados y serviles, nos dan golpecitos a la espalda: tranquilos, "no pararemos". Es el paternalismo de los vencedores
Desgranamos el panorama. El president Illa, él, paradigma de todos los despropósitos que nos han hecho como pueblo, defensor de la intervención feroz del 155, hasta el punto de estar convencido de que hacía falta una mayor intervención, miembro de la escuela de desinfección Borrell que quería extirpar completamente el "virus" independentista, y perpetrador del proceso más brutal de españolización de Catalunya sufrido desde la transición, él, resulta que será ahora el defensor del catalán. ¿Del catalán dónde...? ¿En Catalunya, donde su partido, desde el gobierno de la capital, acaba de financiar con dinero público gags cargados de catalanofobia? ¿En las escuelas catalanas, donde su partido y él mismo ha avalado el recorte judicial a la inmersión lingüística? ¿En su presidencia, donde el maltrato en la lengua es constante? ¿Ha defendido el catalán de los millares de leyes impuestas por su partido en años de gobierno de España, que han asegurado la prominencia del castellano en todos los ámbitos de Catalunya? ¿Dónde caray "no parará" usted, señor Illa? ¿De qué me habla? Ustedes han hecho lo mismo que el PP en todos los gobiernos españoles: garantizar que el catalán fuera subsidiario. Y se han negado a revertir el proceso de castellanización, no en balde forma parte de su proyecto de convertirnos en región. Si estamos en una situación de grave erosión de nuestro idioma, no es por combustión espontánea, sino por un largo proceso de ataque sistemático a la normalidad de la lengua propia, del cual el PSOE ha sido tan responsable como el PP. No deja de ser un gran acto de cinismo asegurar que no pararemos en Europa, mientras ayudan a que el catalán sea un simple acento regional dentro del imperio lingüístico español. Las mismas palabras de Illa son una declaración de principios: "no pararemos... porque esto del catalán no hace daño". ¡Ah! No tenemos que defenderlo porque es la lengua propia, porque hace mil años que la hablamos, porque hace 300 que luchamos para que no la destruyan, porque somos nación y tenemos identidad, porque... No, la defendemos en Europa —mientras la trinchamos en Catalunya— porque al fin y al cabo eso de Europa no molesta... ¡Retratado, Illa, como siempre retratado!
Al fin y al cabo es una burla enorme que resulta efectiva porque Catalunya está desestructurada, el entramado independentista está fracturado, y la mayoría de los agentes cívicos y políticos que intervienen se dedican a papar moscas. Como muestra, el patético Pacte Nacional per la Llengua, que incluso aprobó Òmnium, a pesar de ser un maquillaje para tapar las miserias. Es el mismo trilerismo que hemos sufrido con el tema de la financiación, con el patético añadido de una ERC que ha comprado todas las motos. Ciertamente, nos han tomado la medida y ahora, domesticados, desconcertados y serviles, nos dan golpecitos en la espalda: tranquilos, "no pararemos". Es el paternalismo de los vencedores. Ahora que no somos una amenaza nacional, nos permiten ser una región peculiar. O singular..., como la financiación...