La transversalidad ideológica del independentismo y su fuerza la explican los nombres de Romeva y Rull, en gran parte. Ninguno de los dos proviene de fuerzas políticas independentistas. Romeva se forjó en las filas de las juventudes de ICV y después fue uno de los dirigentes de esta formación política. Romeva llegó a Bruselas federalista, donde trabó amistad con Oriol Junqueras, y salió declarándose abiertamente independentista. Rull es un hombre forjado en la JNC y después uno de los dirigentes de más peso de CDC. Rara avis en CiU, no por independentista sino por socialdemócrata en las filas de una coalición de centroderecha.

Hoy, ambos duermen en la prisión de Estremera. Inmensamente dignos. Igual que Forn, Turull y Junqueras. En un reciente sopar groc, en el Penedès, coincidieron como invitadas las mujeres de Romeva y Rull, Diana Riba y Meritxell Lluís. El sopar groc, uno de tantos, es una demostración de solidaridad impagable y un aliento para todos. Ahora bien, todos los presentes, todos, eran catalanistas convencidos. No deja de ser una anomalía, si de hecho la solidaridad supera largamente la frontera del independentismo. Hace pocos días Romeva me hacía llegar una reflexión obvia pero de enorme calado político sobre esta cuestión. Decía Raül que en este tipo de cenas solidarias tendríamos que ser capaces de sumar una expresión de solidaridad que traspasara las fronteras del independentismo, tendríamos que fomentar sopars grocs donde se sintieran cómodas todas las personas que aman la libertad y que observan atónitas la involución de derechos y libertades. La máxima solidaridad y la más transversal posible.

En aquella cena se produjeron dos hechos, en relación a lo que objeta Romeva, entre chocantes y contraproducentes. El primero, la intervención de un diputado nacionalista que aprovechó los minutos de gloria para cargar contra los Comuns. El segundo, al final de la cena, cuando se ofreció al público intervenir. Un señor bien engalanado, con aire de moderno, se dirigió a las mujeres de Romeva y Rull y les recriminó que sus maridos "se hubieran dejado atrapar como corderos", textualmente dijo. No hubo más palabras. Las mujeres de Rull y Romeva reaccionaron con enorme elegancia. Y paciencia. El episodio era una anécdota pero no podía violentar más ni ser más desagradable, el reflejo de una pulsión corrosiva que late en el seno del independentismo.

La desafortunada intervención evidencia una visión simplista y primaria de la situación política. Y olvida lo principal: el exilio no tendría ningún sentido si no hubiera presos políticos, ninguno. Sin haberlo planificado, exilio y prisión se complementan como estrategia política. La denuncia internacional se fundamenta precisamente en la parcialidad de la justicia española que no ofrece las mínimas garantías democráticas. Es aquí donde el Estado español sufre en Europa, es aquí donde chirría la democracia española y donde el movimiento republicano es fuerte y se hace imbatible. Por otra parte, se tiene que tener mucho coraje y determinación para aceptar el riesgo de ser encarcelado, que es lo que asumieron Romeva y Rull al comparecer ante Llarena. Pero también Forcadell, Bassa y Turull. El juez Llarena los citó para vengarse de la investidura de Turull. Todos ellos eran diputados y votaron la investidura de Turull a pesar de conocer el riesgo enorme que asumían. ¡Qué gran oportunidad se perdió aquel día! Llarena habría tenido delante al president de Catalunya. Colosal error, era un embate formidable, ajustado a derecho y en términos estrictamente democráticos. Malgastado por una estética que se impone a la ética. Qué paradoja, justificada con un tono aleccionador. Al día siguiente Llarena enviaba a Turull y al resto de diputados autonomistas a la prisión. Los revolucionarios seguían en el escaño.

O decidimos superar la política de bloques y hacer todo lo posible para penetrar y partir el bloque españolista o no vamos a ningún sitio como país

Este es el dilema de fondo del movimiento republicano, hacerse grande y fuerte o sucumbir al efectismo y a la ligereza; ganar el país entero, la mayoría social con toda su complejidad o caer en una reyerta cainita en la que no se está debatiendo un proyecto de país sino una determinada correlación de fuerzas en el seno del movimiento independentista. Yo la tengo más larga que tú, pocos y puros.

O decidimos superar la política de bloques y hacer todo lo posible para penetrar y partir el bloque españolista o no vamos a ningún sitio como país. El nacionalismo nos condena al frontismo y el frontismo quiere decir que aquello que de verdad estamos disputando es la hegemonía en el marco de una política de bloques, los equilibrios dentro de cada bloque. Los bloques, por definición, son impermeables. Y siendo prácticos, el problema es que estos bloques son excesivamente similares. Y territorialmente descompensados. Sin tener en cuenta que uno de los bloques es cautivo de un Estado fuerte, de la Unión Europea y dispuesto a todo.

El movimiento independentista, el movimiento republicano, el frente en defensa de los derechos y las libertades, necesita seguir sumando, como sumó en su día a Rull y Romeva. Como ha sumado a Ernest Maragall o Joan Ignasi Elena o Albano-Dante Fachin o Àngels Martínez y todo lo que representan. Pero también tiene que ser una suma sociológica: necesitamos no a un Gabriel Rufián sino un centenar. Gracias, Gabriel, por todo lo que aportas y todo lo representas. Tenemos que ser como el país que queremos representar. Ahora, tenemos un inmenso campo por recorrer. La bandera que tenemos que alzar es la de la defensa de los derechos y libertades, de todos, ante un Estado podrido hasta la cepa, dominado por unas élites extractivas y corruptas, un Estado que no tiene solución porque tiene enquistada la huella del franquismo y el falangismo.

Y siempre, siempre, siempre nuestro reconocimiento, respeto y profunda estima a los que pagan el precio más alto por nuestros sueños: presos y exiliados. Pero sobre todo los presos. Su testimonio nos recuerda cada día la brutalidad de un régimen barnizado de democracia.