La sociedad civil irrumpió a las últimas elecciones para pedir el voto para Junts per Catalunya de forma diáfana. Al mismo tiempo dejó bien claro que no reconocería una victoria de Oriol Junqueras. Y, finalmente, en el comunicado hecho público, también abominaba de acuerdos con los comuns, en dirección contraria a la mayoría social y política del 3 de octubre, a la que cada vez apelan más actores civiles y políticos del arco independentista y soberanista.

Ahora, esta misma sociedad civil que pidió el voto para el 21-D exige al gobierno de Torra que implemente la república a toda costa en dos meses o que convoque elecciones. Probablemente, tienen legitimidad para exigir a Torra la república. Pidieron el voto de forma contundente para su lista, así es que, habiendo expresado su apoyo en plena contienda electoral, es comprensible que ahora se sientan legitimados para exigir eso o lo otro. Hay que decir, también, que no tienen ni la más remota idea de cómo hacerlo. O al menos no verbalizan cómo lo harían ni con qué apoyos. Solo sabemos su posición en las municipales, específicamente en Barcelona, con una clara simpatía por un candidato y su estrategia electoral. Aquí tampoco existe ningún plan para implementar la república; únicamente hay un plan o estrategia electoral que blande la unidad (efectivo y contrastado ariete electoral) y acentúa el caudillismo ("Yo soy el camino") hasta el paroxismo.

Siendo honestos, para esta sociedad civil el gobierno de Torra nunca tendría que haber nacido. No son los únicos; un sector de los principales actores políticos independentistas lo aceptó de mala gana. Consideraban —tal cual lo expresaron a su día— que había que ir a elecciones, nuevamente; lo que, de hecho, vuelven a pedir ahora. La especulación constante sobre una nueva convocatoria electoral no ayuda a estabilizar nada. Quizás sí acabaremos con elecciones. Y, si es así, quizás también ha llegado el momento de que esta sociedad civil dé el paso que a menudo algunos sectores internos han pedido y debatido internamente y se presente a las elecciones. Es legítimo. Y, al final, es más honesto ir a cara descubierta y no por candidatura interpuesta.

A su día existió un proyecto político, la Solidaritat de López Tena y Uriel Bertran, una opción tan legítima como cualquier otra. Otra cosa es la sensación de déjà vu. ¿Vuelve aquel espíritu? Cada vez hay más indicios de que se va perfilando, ahora con una versión 2.0 de lo que nació, en paralelo a Reagrupament, en la última fase del tripartito y como reacción nacionalista a este. El desconcierto y la desorientación de entonces propiciaron un creciente populismo. Hoy, se dan unas condiciones muy parecidas, la falta de un diagnóstico compartido (aunque cada vez más se van acercando posiciones) y la falta de una estrategia compartida (aunque se está trabajando a contrarreloj) alimentan el populismo y el mesianismo. También fue entonces, con el tripartito, cuando nació Ciutadans, la misma reacción, la misma pulsión, pero exactamente en las antípodas. Ambos comparten el "como peor, mejor" y ambos reproducen un mismo fenómeno: sus cabecillas se sitúan en el extremo de la gente a la que dicen representar o tal vez representan, no en la centralidad.

Sea como sea, convocar elecciones es potestad de una sola persona, el president del Govern. Solo él las puede convocar. Nadie más. Es difícil decir qué aportan y qué solución representan (posiblemente más controversia, más confrontación), si no es que, más que una solución, son una huida adelante. Sea como sea, es evidente que estar en misa y repicando no solo es imposible, sino que profundiza todavía más el mensaje de desconcierto.