La última improvisación del universo nacionalista ha sido plantear que si el independentismo consigue el 50 por ciento de los votos en las elecciones del 14 de febrero -estamos ante un nuevo plebiscito, nos dicen- hace falta que tenga consecuencias. De acuerdo. ¿Cuáles? ¿Exactamente cuáles proponen y plantean? Como siempre, un silencio espeso. Obviando que crear expectativas en el vacío, hoy, es tanto como generar la enésima frustración mañana, inmersos en una permanente huida hacia adelante que inhabilita toda estrategia plausible. Y cuando no sabes a qué juegas, sólo queda la patada adelante de los mediocres.

Cabe decir que la exigencia de superar la mayoría absoluta lleva implícito un reconocimiento que hasta ahora negaban tozudamente. Que necesitamos seguir sumando. Ser más, cuantos más mejor. Y estar más preparados, cuanto más mejor. Que también se contrapone al "cuando peor, mejor", que si siempre ha sido una mala estrategia, ahora, en tiempo de pandemia, da miedo.

De hecho, no sólo no admitían la necesidad de ser más sino que procedían a pasar por la piedra, literalmente a linchar con todo tipo de improperios, a todo el mundo que osara reclamar sumar. El acoso en las redes, las campañas difamatorias de la máquina de fake news, han funcionado con frenesí. Ha sido la vía de fuga para centrifugar la frustración ante la incapacidad de asumir una realidad que es infinitamente mejor que nunca todo y que no a tocar. Pero para advertirlo hay que tener perspectiva histórica que no siempre se puede tener si te has pasado la vida gestionando la autonomía y tratando con desdén a los independentistas.

Superar el 50 por ciento un día es una condición imprescindible pero no suficiente. Y no lo es por la sencilla razón que las condiciones objetivas siguen igual -en algunos casos, peor- que en octubre de 2017. La presidencia de Quim Torra no sólo no las ha cambiado. Las ha desdibujado hasta el paroxismo. De día reclamaba a los CDR "apreteu" y de noche enviaban a los mossos d'esquadra, que los disolvían sin contemplaciones. La confrontación... Y después la Generalitat, para más inri, se ha personado como acusación.

El independentismo está más dividido que nunca, enemistado como nunca. Y en el partido que a cada nueva refundación deja gente por el camino, se han empleado como nadie. No ya porque se peleen con todo el resto sino porque han protagonizado las reyertas fratricidas más cruentas y han hecho su razón de ser a base de convertir el independentismo en un acto de fe, de purgas y tortas. Un ambiente propicio para todo tipo de aprovechados, charlatanes y saltimbanquis con más testosterona que cerebro. No sólo no han sumado nada, ni a nadie, han promovido una radicalización tan estéril como contraproducente, llevando el independentismo por el camino de la esquizofrenia y de la derrota sin paliativos.

En el frente institucional han sembrado la región metropolitana de pactos con el PSC, incluyendo la todopoderosa Diputación de Barcelona, jugando el rol de comparsas y velando siempre para no incomodar a los carceleros, de acuerdo con la jerga patriótica que gastan. Y mientras, simultáneamente, han promovido la confrontación cainita (¿inteligente?) en el Parlament y en el Govern eran (son) el servicio a la Diputació. El mayordomo aplicado y silente. Y se tiene que tener mucho hígado para compaginar los dos papeles.

Mientras en Barcelona protestan ante la visita del Rey, en Madrid se han dado un apretón de manos con el monarca, repetidamente. Un gesto que vale más que mil palabras, este sí. Mientras aquí lucían el 'Sit and talk' en su día, última estrategia compartida, allí daban patadas a la mesa, encomendándose a un maximalismo sin pies ni cabeza. Sentarse a dialogar y negociar con el PSOE era un deshonor allí pero aquí han ejecutado infinidad de pactos de gobierno con los mismos socialistas a los que hacían ¡ecs!, haciendo el papel más triste de todos.

Por si no fuera suficiente, después de ejercer la presidencia dos años y medio, se sacuden toda responsabilidad por la falta de ningún tipo de avance y concreción en la anhelada República. Y todavía se apuntan a la demagogia populista antipartidos, como si no fueran uno más, como si no fuera con ellos, pretendiendo ignorar que por primera vez hay unos dirigentes políticos encarcelados o exiliados precisamente por poner las urnas y no por ponerse pasta en el bolsillo como en otras latitudes. Todo para justificarse, para mantener la farsa, para no admitir que estamos donde estamos y no donde nos gustaría estar.

Algunos que son muy leídos, harían bien en leer Ubuntu de Raül Romeva, con calma, absorbiendo trago a trago todo lo que dice. Reflexionando, empapándose de la fraternidad y convicción que desprende Romeva, de la generosidad y determinación, de la voluntad de ganar una mayoría política y social. A fe mía que les conviene, les ayudaría a ver dónde están los compañeros de trinchera y que sumar es imprescindible para ganar. O bien pueden optar por seguir como ahora, aferrados al "cuando peor, mejor", para seguir hiperventilando a golpe de tuit, arremetiendo a diestro y siniestro como pollos sin cabeza.