Por el Tribunal de Marchena han desfilado, durante semanas, decenas de policías y guardia civiles con unos relatos calcados. En resumen, aquello que afirmaban bajo juramento, es que el 1 de octubre se encontraron delante por delante a unas personas extremadamente violentas e iracundas que, según aseguraron los agentes al unísono ante un tribunal que escuchaba complacido, reflejaban "la cara del odio". El relato, vetando el principio de contradicción a a defensa, presentaba a los agentes policiales como las hermanitas de la caridad mientras los ciudadanos que tenían delante eran una especie de órdenes a bárbaras.

Marchena impidió aclarar los hechos y desautorizar testigos inverosímiles delante de los millares de imágenes que el Tribunal podía tener a su absoluta disposición. Marchena protegía así al testigo falaz de los testigos policiales que no guardaba ninguna relación, en la descripción de los hechos, con aquello que sucedió realmente. Porque si ante el relato delirante del primer testigo policial se hubiera permitido a las defensas presentar vídeos sobre los hechos ocurridos, el testigo no solo hubiera quedado en ridículo sino que también habría quedado evidencia la construcción de un relato sobre violencia organizada de la ciudadanía y, además, se habría demostrado que los testigos policiales cometían perjurio. Por este motivo Marchena, que debe de haber visto, como todo el mundo, imágenes de la intervención policial el 1 de octubre —o con qué espíritu aquellos agentes salían de sus cuarteles, en Andalucía, con dirección a Catalunya— chutó adelante la posibilidad de visionar cualquier vídeo, porque era la única manera que uno tras el otro los agentes policiales pudieran sostener un relato que habría caído fulminado delante de un simple visionado de las imágenes que las defensas insistían tozudamente en aportar. Las quejas chocaron con un muro infranqueable, el muro de hormigón armado que había alzado el magistrado que preside el Tribunal. Aun así, algún testigo policial fue pillado mintiendo descaradamente, queriendo contar una historia que pretendidamente habría vivido y que finalmente acabó por admitir que era un falso testimonio para incriminar a los acusados. Aun así, Marchena lo pasó por alto y no emprendió ninguna medida ante el circo que había orquestado el testigo policial.

Aquel odio que denunciaban los testigos policiales más bien parecía una proyección de lo que algunos habían exhibido relatando unos hechos a medida de una acusación para condenar, de por vida, a los representantes de unos ciudadanos ideológicamente a las antípodas de aquello que estos agentes habían lucido previamente, ostentosamente, públicamente e impúdicamente. Había odio en aquellos testigos, odio objetivable, mucho odio, rabia, resentimiento y rencor. Parecían adiestrados para repetir lo mismo como loros. Habría sido impensable que unos funcionarios honestos participaran en un circo para justificar altísimas condenas de prisión contra unos cargos electos.

El primer capítulo de El holocausto español de Paul Preston, magna obra sobre la Guerra Civil, se titula "Los orígenes del odio". Y empieza explicando la macabra celebración de un terrateniente de Salamanca en saber del golpe de estado militar en Marruecos, cuando el general Franco se alzó en Marruecos contra la República. El terrateniente, de la aristocracia provincial, ordenó a los jornaleros de su finca que se pusieran en fila. Escogió 6 al azar y los tiroteó allí mismo, simplemente para dar una lección a todo el mundo. Por eso es tan miserable oír a los representantes de PP y Ciutadadans hablar de "golpe de estado" y tildar a los partidarios del 1 de octubre de "golpistas". Porque comparar aquellas atrocidades, los centenares de miles de muertos, con el 1 de octubre es un ejercicio de cinismo caníbal. Y por eso mismo es tan atroz que Ciudadanos abandonara el Parlamento de Catalunya para evitar condenar aquella dictadura criminal. La cultura política de Ciudadanos se asienta sobre unas bases que representan el peor totalitarismo que ha sufrido España.


Y seguramente por eso es tan demoledor Gabriel Rufián cuando afirma que los líderes de Ciudadanos no pueden representar, en ningún caso, a las decenas de miles de andaluces que dejaron Andalucía y llegaron a Catalunya en busca de un futuro mejor, sino que representan aquellos caciques que los expulsaron sumergiendo el campo en un vasallaje y condenando a la miseria miles y miles de familias de jornaleros. Y probablemente por eso es tan triste ver al PSOE dispuesto a pactar en España con Ciudadanos y excluir al resto. Y muy, pero que muy preocupante es escuchar representantes de la gran banca apostar públicamente por este pacto de la vergüenza.