Muchos descubrimos las Cases d’Alcanar en aquella Vía Catalana de Carme Forcadell en 2014. Ella es de Xerta. La ANC, entre otros, hizo entonces un llamamiento a cubrir los tramos del sur del Principat, un territorio poco poblado y de gran extensión. Y una multitud respondió.

Las Terres del Ebre son la periferia de la periferia, la periferia de un país periférico. Es la Catalunya salvaje, la de los Ports y el río, la que canta Quico el Célio, la de Joan Rovira, Pepet y Marieta, la de los arrozales del Delta, los canales y aquellas playas en las que rascando donde rompe el agua se encuentran coquinas. Es un territorio que rebosa vida, todavía no sobreexplotado, aunque si no fuera por el arrebato de su gente ya lo habrían secado a base de trasvases. Es la tierra de las nucleares que abastecen a todo el país, de esta electricidad de recibo que sube. Y ahora también de parques eólicos que pueblan las cordilleras.

El Ebro es la tierra de mujeres y hombres como Alfons Montserrat que ha visto cómo el agua anegaba su casa en las Cases d’Alcanar. Alfons, como el hoy alcalde Joan Roig, es el sur que ha reavivado el alma de aquel Ebro que quería quinta provincia.

En Alcanar ha llovido sobre mojado. Como (Sant Carles de) la Ràpita que celebra una consulta el 12 de octubre para determinar su nombre, que fue la Ràpita dels Alfacs en la República y que devolvió el topónimo a Carles (por el rey) con el franquismo, aquel régimen que bautizó como Villafranco la aldea maravillosa que hoy es Poble Nou del Delta.

En la Ràpita de Josep Caparrós —otro alcalde excelso que espera juicio por el 1 de octubre, así como su lugarteniente Albert Salvadó— también cayó un aguacero temible, que si bien no hizo tanto daño como en Alcanar, también causó estragos. Una tormenta que subía del País Valencià, del Maestrazgo, con tanta o más furia que aquel ciclón Gloria de Levante. El Ebro también es la tierra de este hombre de Roquetes que tanto se hace amar, Paco Gas. O de la remera de Amposta, Aina Cid, que estuvo a un paso de conseguir medalla en Tokio.

De este sur de la Ribera de Roger Heredia en la sombra de Ascó y el Tormo donde Gabriel Rufián plantó una estelada en medio agosto. De Pepe, que trabaja la tierra después de años en Ascó que no salen gratis. De Pilar, que es el alma y la sonrisa a todas horas, hija de la Torre de l'Espanyol. O las Laras, Ona y Blai que también viven allí todo el año, en unos pueblos que de tan bellos van envejeciendo.

Si alguna parte del país se merece el calor de todo el mundo y una veguería con pelos y señales para dar respuesta a sus necesidades y singularidad, es el Ebro.

Esta gente que cada Once madruga para subir al Tormo y después cogen el bus hacia Barcelona, carretera y manta, y llenan las calles de contagioso compromiso y alegría. Los malhumorados se hacen oír mucho, pero sigue habiendo infinidad de personas como Pepe, hijo de la Línea de la Concepción, que labra el futuro en la Ribera d’Ebre y bate récords de frutas y verduras gigantes, gracias a su ingenio y al agua del Ebro y el manantial de una fuente fresca y pura. Él —que vio, como tantos otros, cómo el fuego que quemó la Ribera le asaba olivos centenarios— levanta la cabeza cada día para labrar una tierra áspera y rocosa.

Este sur de la Terra Alta que delimitan los Ports, los Pirineos salvajes y aislados del sur. De las lluvias que se filtran nacen los bucólicos Estrets del Riu de aguas cristalinas y acogedores pozos en verano en parajes celestiales.

Este Ebro donde se libraron las batallas más sangrientas de la Guerra y se dejó la piel el Tío Mario, hijo de Serps y vecino de Terrassa, defendiendo a Catalunya y la República. O el padrino Jaume de la Torre de l'Espanyol. O tantos millares y miles de jóvenes que quedan anónimamente en las cunetas.

El Ebro es la verdadera reserva natural de Catalunya, regiones de jotas. Si alguna parte del país se merece el calor de todo el mundo y una veguería con pelos y señales para dar respuesta a sus necesidades y singularidad, es el Ebro. Más allá de la solidaridad coyuntural cuando hay un desastre natural que aflige unas tierras castigadas secularmente, tiene que haber una respuesta de país, estructural y estratégica. Las Terres del Ebre, la gente del Ebro, siempre ha dado más y desdichadamente ha recibido menos. A ver si al menos en esta ocasión las administraciones responden como es debido y no les dejan desamparados como si fueran aquel territorio de frontera que no es tierra de nadie.